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Bombas contra machetes

El Ejército desata una brutal represión tras conquistar Ocosingo

A la espera de instrucciones, los soldados del 17º Batallón se apretujan dentro de las ruinas del Ayuntamiento, las botas hundidas en las cenizas de los documentos y los muebles que hubo. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) estuvo aquí, incendió los edificios públicos, ajustició a dos policías, tomó la plaza y esperó al Ejército, con el cual libró una batalla desigual, suicida, el martes. Al retirarse dejó sus propios cadáveres. Ocosingo está en silencio, con sus calles vacías."¿A qué hora acabó todo?". El soldado, de rango no identificado, pero con un evidente adiestramiento especial, mira irónicamente a su interlocutor. Sobre el pómulo izquierdo, lleva la costra de una pequeña herida reciente. Y replica con tono bromista, casi regañón: "No ha acabado".

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Como sonámbulos, los habitantes de la pequeña ciudad asoman a sus puertas, caminan en grupos enarbolando cualquier cosa que parezca una bandera blanca. Buscan masa para las tortillas, agua, noticias. Las calles están sucias, con restos de ropas, papeles, botellas, zapatos rotos, escombros, casquillos de balas de ametralladora, sangre de cuerpos arrastrados. El mercado municipal, donde se quedaron a dormir y a luchar los guerrilleros, está lleno de cadáveres.

Todos visten más o menos igual, modestamente, son muy jóvenes (por lo menos dos, casi niños), y la mayoría yace boca abajo, con los cráneos atravesados por balas. Uno de ellos, el cadáver más fresco, tiene destrozada la cara y parte del parietal. Cada cuerpo reposa sobre un gran coágulo negruzco.

Escopeta de madera

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Por los pasillos se desparrama un amasijo de bolsas, trapos, palos y restos de verduras. Al pie de un mostrador, dos grandes manchas de sangre parecen brochazos, y justo allí, en el suelo, lo increíble: una escopeta de madera dura, ya muy usada. Ya sin dueño.

Aparte de los grandes casquillos de los proyectiles del Ejército, hay algunas balas del calibre 22 sin disparar, pero ningún arma de fuego. En cambio hay rifles de madera, toscamente labrados, con un tirante de mecate entre dos clavos. Si no fuera por el machete en la punta, serían idénticos a los que usan para jugar los niños de los ranchos.

Solo que estos casi niños no jugaban. Se la jugaron, y la mayoría recibió el tiro de gracia. ¿Quién les dijo que podían dar esta batalla armados con palos? ¿Tuvieron miedo? ¿O vinieron, igual que El Gaspar de Miguel Ángel Asturias, "como se debe ir a la guerra para no tener miedo: sin cabeza, sin cuerpo, sin pellejo?"

Horas antes, los ocho guerrilleros que caminaban extraviados por la aurora, también en el municipio de Ocosingo, rumbo a Altamirano, huían rápidamente, pálidos, silenciosos. "Voy a mi pueblo, quiero llegar a mi casa", dijo el más bajito de ellos, sin detenerse, con la respiración entre cortada y la boca reseca. Tenía 18 años y no sabía que Altamirano, y Ocosingo habían sido tomadas por el Ejército. El arma de mayor calibre que llevaban aquellos tzeltales asustados eran sus machetes de trabajo. Pero estaban en guerra. Ellos pudieron ser los del mercado de Ocosingo, o los cadáveres tirados en las calles, inmóviles, hinchados.

Algunos curiosos se aproximan a los cadáveres cubriéndose la boca y la nariz con pañuelos, la blusa o el embozo, no porque huela mal, que todavía no. Quizás temen que, de respirarla, la muerte se les meta dentro.

En esta cabecera municipal, sede de los caciques ganaderos más agresivos y poderosos de la región, no hay luz ni teléfono. Los cables cortados se entrelazan en uno, tirados en la calle. La gran mansión de la familia So lórzano Oropeza está saqueada e incendiada. Cinco coches último modelo y dos camionetas, reducidos a su cascarón, llenan el garaje de la casa. Los miembros de esta familia ganadera fueron se cuestrados y luego liberados por el EZLN. Junto a la entrada, el cuerpo retorcido de un subleva do echa al aire un rictus inerte.

Esto es la guerra. Machetes y escopetas contra bombas y balas. Al caer la noche se anuncia que Ocosingo será evacuada. Mientras el Ejército se retira, llegan camiones militares para tras ladar a la población. A partir de ahora, de Ocosingo sólo se puede salir, ya nadie entra.

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