Roger Wolfe lucha contra el mundo con la Iiteratura
El poeta anglo-español publica 'El índice de Dios', su primera novela
La ciudad, es sombría, como una amenaza que se cierne sobre todos nosotros. Por ella deambula un hombre, sin nombre ni rostro, un asesino, que mata y descuartiza a sus víctimas para alimentar a sus queridos perros. Éste es el unico rasgo de humanidad que aparece en El índice de Dios (Espasa Calpe), primera novela de Roger Wolfe. "Es una ciudad imaginaria. Un poco como Blade runner, una enorme ciudad, una nebulosa". El protagonista no tiene un perfil definido. "Está hecho a propósito, por eso no tiene ni nombre. Puede que sea un personaje y puede que sea una cosa, que represente una especie de fuerza". Sólo los perros parecen provocar algún sentimiento. "Son el único elemento bondadoso. Y eso también está hecho a propósito. Representan un poco la idea que a mí me sugieren los perros, los animales en general, a los que respeto más que a los se res humanos. El ser humano es un error de la naturaleza"."¿Qué moral?"
Los hombres y mujeres que retrata Wolfe se caracterizan por su amoralidad. "Lo de la moral es un tema complicado. ¿Qué moral? ¿Quién la hace? El bien y el mal existen; por ejemplo, matar a alguien no es bueno, sobre todo para el que muere. Yo intento no hacer daño a la gente, pero el mundo me hace mucho daño. La literatura es una de las formas de defenderse"
Wolfe vive en España desde los cuatro años. Ha trabajado como mozo de supermercado, limpiapiscinas, jardinero... Ahora ejerce de traductor e intérprete y escribe. Ha publicado cuatro libros de poesía (Diecisiete poemas, Máquina de sueños, Días perdidos en los transportes públicos y Hablando de pintura) y un volumen de relatos, Quién no necesita algo en que apoyarse (Aguaclara, 1993). La poesía de Wolfe, según la crítica, es uno de los más serios intentos de ruptura con los modelos esteticistas que sustituyeron a la poesía social. Un nuevo realismo, que logra un discurso lírico eficaz, a partir de materiales urbanos y seres marginales conscientes de su alienación. Estas características se mantienen en su recién estrenada narrativa.
Wolfe se planteó tres metas en El índice de Dios. Primero, escribirla como un revulsivo. "No me gusta esta palabra, pero podría aplicarse. No sé bien lo que significa, pero es algo así como provocar una reacción de rechazo. Y si algo he pretendido es reflejar el rechazo que me produce el mundo en el que vivo". La diferencia entre realidad y ficción es otro de los temas que ha querido abordar. "Hoy en día no se sabe ya lo que es realidad y es ficción. Se vive como más real lo que se ve en televisión que lo que pasa en la propia vida. En EE UU, sobre todo, la gente hace casi cualquier cosa por salir en televisión. La realidad es lo que ves en televisión y tu vida es un sueño, o mejor, una pesadilla".
Y, en especial, le preocupa el estilo. Sobrio y lacónico, como en su poesía, con vulgarismos y erudición al mismo tiempo. "Huidobro decía que un adjetivo que no añade, resta. La palabrería es insoportable". Wolfe dosifica en su libro el argot y la jerga, "como hicieron Céline, Hammett o Chandler", de quienes reconoce su influencia. "Una vez Faulkner acusó a Hemingway de escribir como si quisiera a toda costa impedir que el lector se levantara para consultar un diccionario. Y Hemingway le contestó: 'Yo también conozco las palabras de dólares, lo que pasa es que no quiero utilizarlas".
Babelia
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