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Tribuna:ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE CERNUDA
Tribuna
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Donde habite el olvido

Se cumplen 30 años de la muerte de Luis Cernuda cuya voz, entre todas las de los poetas españoles de su tiempo, es la que con mayor proximidad parecería llegar hasta nosotros

Me muero (...) satisfecho de no haber llevado una velilla en la trágica mojiganga (Max Estrella, en Luces de bohemia).Murió Luis Cernuda hace 30 años, un día 5 de noviembre, en Coyoacán, Tres Cruces 11, en el mismo lugar donde hace pocos meses me recibió con gratísima hospitalidad Paloma Altoaguirre. Vaya ella, y a todos los amigos mexicanos y no mexicanos que en esa ocasión me acompañaron, mi más viva gratitud.

¿Murió Luis Cernuda entonces o sólo empezó a adentrarse para siempre en la radical supervivencia de su propia palabra? ¿Conmemoramos el aniversario de su muerte o el de su más definitivo nacimiento? Ciertamente es su voz, entre todas las de los poetas españoles de su tiempo, la que con mayor proximidad parecería llegar hasta nosotros.

Habla en el tiempo, pero mucho más allá del tiempo que acaso fuera el suyo, quien tuvo el don de la palabra. No de otro modo sobrenada el tumulto finisecular de las generaciones, con mejor o peor fortuna cocinadas, la voz del autor que nos acompaña en el epígrafe donde encuentran estas líneas su comienzo, Ramón María del Valle-Inclán.

¿Cuál es la razón de la proximidad de esa palabra que oímos con acuidad mayor que el ruido falaz de lo contemporáneo?

Nos convocan estas voces, por encima del tiempo, a lugares que reconocemos como propios, lugares de la memoria común en la que, contra el común olvido, nos reúnen. Reparte el lector en la sorprendente contemporaneidad de lo que Alonso Zamora Vicente escribe a propósito, precisamente, de Luces de bohemia, cuya primera versión es de 1920: "Contemplamos la esquemática alusión a personajes desaparecidos y a personajes vivos, a los malos procedimientos de la administración, a los concursos literarios banales y con resultados de abrumadora mediocridad; asistimos a diálogos sobre la inutilidad de los servicios públicos, los tranvías, las comedias, los malos comediantes, las lecciones académicas. Oímos complacidamente el desajuste inarmónico entre las relaciones sociales (gobernantes en casa de un torero difunto, el ministro con pujos literarios)".

Ciertamente, la palabra poética es un triunfo de la memoria. "La poesía", escribe Maurice Blanchot en L'Entretien infini, "recuerda lo que los pueblos, las naciones y los dioses no recuerdan, aunque circunde su existencia". El poeta canta desde la memoria y asume el poder de recordar. Es así un transmisor del mito primordial de Olvido, el dios, que constituye la inicial presencia de Mnemosyne, la Memoria, la madre de las Musas. El reino del poeta es el configurado por esa genealogía, se extiende del olvido a la memoria, pues sólo en aquél encuentra ésta nacimiento.

De ahí que en el dios primordial y originario tenga su real comienzo una de las más intensas aventuras de la memoria poética en lengua nuestra. Me refiero, por supuesto, a la obra de Luis Cernuda, tan ininterrumpidamente sostenida por esa aventura misma, y a aquel bello libro, temprano e inaugural, que es Donde habite el olvido (1933), donde el poeta inicia realmente su ya definitivo, no renunciable viaje por el reino que delimitan, desde su origen mítico, el olvido y la memoria. "Las siguientes páginas", anuncia el brevísimo texto liminar, "son el recuerdo de un olvido".

Me llevan estas palabras de Cernuda a un lugar al que una vez más acudo, a la meditación de San Agustín sobre la memoria y el olvido en las Confesiones. "Cuando recuerdo el olvido", escribe, "dos cosas están presentes, la memoria, con la que recuerdo, y el olvido, que es lo que recuerdo. Sin embargo, ¿qué es el olvido sino la ausencia de la memoria? Cuando está presente no puedo recordar. Entonces, ¿cómo puede estar presente de tal manera que pueda recordarlo? Cierto es que lo que recordamos lo retenemos en nuestra memoria y si también es cierto que, a menos de recordar el olvido, probablemente, no podríamos reconocer el significado de la palabra cuando la oímos, hemos de concluir que el olvido queda retenido en la memoria. Se sigue así que la misma cosa que por su presencia nos hace olvidar ha de estar presente para que la recordemos".

Y, en todo caso, concluye: "Suceda como suceda y sea cual fuere el inexplicable e incomprensible modo en que suceda, cierto estoy de que recuerdo el olvido, aunque el olvido borre todo lo que recordamos".

Preñada está de olvido la memoria que, a su vez, sólo de él ha nacido: "Memoria de un olvido", como tan precisamente escribe Cernuda.

Si la materia del canto es la memoria, si incumbe al poeta el poder de recordar, si "la poesía recuerda lo que los pueblos, las naciones y los dioses no recuerdan", acaso nadie haya entrado tan adentro, en lo moderno nuestro, tan adentro, digo, en el espesor o la espesura de la experiencia poética como el escritor que aquí conmemoramos. Poeta fundamental de la memoria o del olvido, Luis Cernuda.

La inmersión en el magma del personal olvido, del personal recuerdo, tiene momentos de no igualada intensidad en su poesía, sea ésta en prosa o en verso. De Ocnos, ese tan insólito libro, que se abre con la evocación de la infancia sevillana para llegar tan lejos en la tercera edición mexicana de 1963, que ya su autor no pudo ver, es esta inconfundible silueta del poeta tardío o casi póstumo, donde hay un eco de la desnudez machadiana en el borde del definitivo adiós:

"Tu existir es demasiado pobre y cambiante, te dices, escribiendo estas líneas de pie, porque ni una mesa tienes: tus libros (los que has salvado) por cualquier rincón, igual que tus papeles. Después de todo, el tiempo que te queda es poco, y quién sabe si no vale más vivir así, desnudo de toda posesión, dispuesto siempre para la partida".

Momentos de penetración en los territorios del olvido con intensidad no alcanzada por los poetas de su tiempo, de los que finalmente fue Cernuda tan escasamente contemporáneo. Latitud del recuerdo, donde sólo la acción de la memoria da sentido real a lo que ya era olvido. Tal el poema elegiaco a Víctor Cortezo (Desolación de la quimera, 1962), donde la figura del amigo ido sólo es cabalmente percibida en el recuerdo: "Hoy, cuando el tiempo ha pasado lo recuerdas. / Percibiendo el asombro entonces no sentido".

Afirmación radical de la memoria como reino absoluto, donde el poeta en soledad oficia su duro ministerio: "Ahora tú sostienes / sólo la memoria" (Desolación de la quimera).

Entiendo que el tema aquí apuntado tiene su primera formulación nítida en Donde habite el olvido (1933), pero constituye la sustancia medular de toda la obra de madurez de Cernuda. Su presencia es particularmente intensa en libros tan centrales como Las nubes (1940) y Como quien espera el alba (1944). Me refiero a poemas como Elegía anticipada (el hombre quiere caer donde el amor fue suyo un día), a Apología pro vita sua o a la penetrante y total operación de la memoria en el titulado La familia (¡Oh, padre taciturno que no le conociste / Oh, madre melancólica que no le comprendiste!), todos ellos del segundo de los dos libros que acabo de citar.

Pero hay, además, un Cernuda cuya voz nos llama desde el centro mismo de la experiencia colectiva que tantas veces la conveniencia, el remedo camaleónico del medio o la claudicación pactada recluyen en las zonas encubiertas de la infrahistoria o del olvido. "La poesía recuerda lo que los pueblos, las naciones y los dioses no recuerdan, aunque circunde su existencia". Desde ese territorio circundante e irrenunciable surge el poeta, al que acaso prefiriéramos no oír, porque nos desasosiega una voz capaz de despertar a los muertos. Pero esa voz habla, precisamente, contra la muerte y el olvido; inextinguible voz que no podríamos acallar.

Tal es el territorio desde el que, sobre tanto falso o efímero compromiso político, se yergue hoy la palabra de Cernuda en poemas como el titulado, simplemente, 1936, donde recuerda, a una distancia de más de 25 años, el encuentro con un antiguo soldado de la Brigada Lincoln: "Veinticinco años hace, este hombre, / sin conocer tu tierra, para él lejana. / Y extraña toda, escogió ir a ella. / Y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida / juzgando que la causa allá puesta al tablero / entonces, digna era / de luchar por la fe que su vida llenaba".

Potente, no desatendible, presencia de la memoria, implacable memoria, de la que no podríamos huir. Es la voz que resuena duradera en Díptico español y Birds in the night (Desolación de la quimera, 1962), Ser de Sansueña y Un contemporáneo (Vivir sin estar viviendo, 1949), Un español habla de su tierra e Impresión del destierro (Las nubes, 1940).

Pero quizás esa voz terrible, que llega desde la oscuridad del olvido y exige la resurrección de los muertos, nunca se hizo oír con más incisivo e irrecusable acento que en el diagnóstico de la degradación de la historia misma con que se cierra el poema dedicado a Lorca en uno de los textos terminales de la obra total: Ahora la estupidez sucede al crimen.

Sí, la estupidez, esa zona opaca de lo humano donde la operación sustancial de la memoria ya no puede tener lugar.

José Ángel Valente es poeta.

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