Una paz anunciada desde Túnez
Los dos protagonistas del acontecimiento más esperanzador de la última década, Isaac Rabin y Yasir Arafat, se dieron la mano en Washington el pasado 13 de septiembre. Pero, en realidad, ha sido en Túnez donde se ha hecho posible tal vuelco histórico desde la solidaridad, desde la discreción y, más aún, desde esa peculiar vivencia colectiva del tiempo histórico que va siempre ligada a una cultura, a una filosofía y solamente así se hace real. Para la mentalidad particularmente la islámica -aunque no exclusivamente- el tiempo no discurre linealmente. Es circular, en el sentido de que vuelve siempre a sus orígenes. Desde esa perspectiva, un acontecimiento sólo pertenece a la realidad cuando ha existido previamente, proféticamente, aunque se trate de una profecía secular. En suma, cuando ha sido anunciado.
Hace 25 años, en el mismo Jericó, el mítico Habib Burguiba, entonces líder tunecino, había abogado por el consenso entre los pueblos israelí y palestino, adelantando las bases mismas en que se ha alcanzado ahora. "La mejor paz es la que no supone ni vencedores ni vencidos. A mí me parece que se puede llegar a una convivencia con los judíos". Aquellas palabras, pronunciadas el 6 de marzo de 1965, fueron muy mal recibidas por unos y otros. Evidentemente, el contexto político era muy diferente al de ahora. El mundo estaba dividido en dos bloques y el muro de Berlín todavía determinaba la estrategia de ambos.
Quizá pareciera insensata entonces aquella propuesta, a no ser como ruptura del paradigma de su imposibilidad, y Burguiba era capaz de idearla como tal, porque siempre la ruptura del paradigma le pareció una necesidad.
Aquel hombre, a caballo entre las culturas oriental y occidental, empuñó los principios de Oriente pertenecientes a. lo profético, a la par que los de Occidente, siempre necesitados de la ruptura, y así operé su, discurso. Arafat, obligado a abandonar Líbano, se estableció en Túnez con los suyos. Desde la capital tunecina ejerció su liderazgo y desplegó su enorme actividad diplomática. Allí se instalaron también los organismos representativos de la nación palestina, el Consejo Nacional Palestino, su Parlamento de algún modo, y el Consejo Ejecutivo, su Gobierno. Así, Túnez comparte con Madrid el honor de ser plataforma de la paz.
El reconocimiento a esa hospitalidad fue lo que quizá expresara Yasir Arafat al darle un abrazo emocionado al presidente Ben Alí, como representante de la nación tunecina en la encrucijada más importante de su trayectoria política: el momento de la ruptura con la inercia histórica de la confrontación radical, que es la gran apuesta que representa la firma del preacuerdo de paz. A partir de ese momento se ha vuelto a desplegar la espiral del tiempo. ¿Cómo es posible para la dirección de la Organización para la Liberación de Palestina, y para Arafat en particular, mantener desde Túnez el contacto con las bases populares en Gaza y Cisjordania, los territorios que van a disfrutar ahora de un régimen de autonomía? Se impone zanjar las dificultades entre las tendencias que polarizan el arco político palestino y que se manifiestan en el seno mismo de la OLP. También es necesario explicar, convencer, ejercer, en fin, la función "tribuniciana" -en palabras de Duverger- propia de todo liderazgo político, sobre todo cuando está necesitado de proyección democrática. Ese liderazgo es ahora más necesario que nunca para combatir la desconfianza, el desánimo, la incomprensión de que se valen los movimientos radicales rivales, como Hamás, y desmontar posibles provocaciones. Los españoles no tenemos que hacer mucho esfuerzo para rememorar el caudal de energía necesaria vertido en el desempeño de esta misma función por parte de líderes y militantes en el periodo de la pretransición democrática.
Cada día, Arafat se dirige al pueblo palestino utilizando como intermediario la Compañía Telefónica Tunecina. Habla así durante un cuarto de hora, media hora, una hora, a las asambleas que se celebran a diario en todos los pueblos, a lo largo y ancho de los hasta ahora territorios ocupados. Los allí reunidos escuchan su mensaje amplificado.
El retorno se está gestando así sobre bases muy reales. Además, precisamente ahora en que la perspectiva de paz entre Israel y los palestinos equivale a la desaparición del factor enemigo común. Esa ausencia remueve, y hasta desestabiliza el sistema árabe en cuanto tal, aparte de privar a algunos de un pretexto para eludir el cambio hacia la apertura y la democratización. Es de destacar el acercamiento entre esos dos polos de la arabidad, Túnez y Palestina, punteros en el Magreb y en el Masrek (Oriente Próximo), tan distintos y, sin embargo, con tantos elementos en común como la religión, la lengua y la cultura. El interés en esa cercanía viene dado porque despierta la esperanza de que se podría reubicar este sistema en el sentido de una marcha hacia una gallarda modernidad, según expresión de un intelectual tunecino.
La modernidad es también secuencia en la circularidad del tiempo. Así lo expresaba en sus Confesiones hace muchos siglos la voz apasionada y mística de San Agustín, el gran hijo de la tierra bereber cuando ésta era cristiana: "Oh, Tú eres idénticamente el mismo de todas las mañanas y del tiempo que- seguirá a estas mañanas, de todos los ayeres y del tiempo que precedió a estos ayeres. Tú harás, Tú has hecho, el día de hoy" (San Agustín).
La princesa
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