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Un curioso precedente

En 1908, el último kaiser, Guillermo II, escandalizó a propios y extraños en una entrevista concedida al londinense Daily Telegraph en la que sentenciaba: "El pueblo alemán tiene sentimientos antibritánicos". El piropo real y la tormenta diplomática posterior forzaron la dimisión del canciller Bernhard von Bülow, sustituido por Theobald von Bethmann Hollweg, quien ya en 1913 profetizó: "Quizá aún nos rige la fe ingenua en la violencia e infravaloramos los medios más sutiles".Se refería a la política exterior, de cuya importancia, "e incluso necesidad", estaba convencido, aunque dudaba en emplearla. "Aún no estamos preparados. No estamos lo suficientemente seguros y conscientes de nuestra cultura, de nuestro ser interior y de nuestro ideal nacional", dijo.

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En 1917, en plena guerra, Guillermo II quiso dar una señal y fundó el Museo Alemán Extranjero. Mientras el rey pensaba en una obra de paz, sus colaboradores de la industria y la economía ya soñaban con "los valiosos servicios del instituto en la futura guerra económica", mostrándose plenamente decididos "a luchar en todo el mundo por la idiosincrasia alemana contra el griterío de los enemigos, contra la eliminación de la influencia alemana y la destrucción del trabajo alemán".

Éste fue el único precedente del Instituto Goethe hasta que, en 1951 se creó el departamento de cultura del Ministerio de Asuntos Exteriores, del que dependía el Instituto Goethe, con sede en Múnich y su primera filial en Atenas. El lenguaje había cambiado. El presidente federal Theodor Heuss quiso empezar de nuevo con "una escuela básica para el encuentro con el extranjero", donde se enseñara " un patriotismo humilde y sin rimbombancias" y se practicaran "las relaciones exteriores como un alegre dar y recibir".

Se quería mostrar al mundo la otra, la mejor Alemania, la de los poetas, filósofos y compositores. No se hablaba de Auschwitz, sino de los valores eternos.

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