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Tribuna:SALTAR LA RAYA
Tribuna
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Resultados políticos de un asunto privado

AGUSTíN GARCíA CALVOEl articulista afirma que al llamar por un anuncio particular a los agradecidos de sus obras a que lo liberen de Hacienda su tocayo ha saltado la raya entre público y privado.

Ese hombrecillo cuyo nombre tengo que usar para firmar este artículo (no tengo otro), pero con el que yo no me identifico en modo alguno, ha acertado a tocar una tecla muy sensible, a juzgar por las resonancias públicas de la cuerda, muchas de ellas desafinadas.Allí lo dejamos el 20 de Setiembre, yendo a arreglar sus cuentas con la Hacienda del Estado, llevándole, cargado de tristeza, los 10,5 millones de castigo que Ella le había impuesto. Pero, aun tratándose de un asunto tan privado (los tratos de uno con el Fisco son tan estrictamente privados como los de uno con su pareja), me dice el hombre que la manera en que los trámites se han desarrollado indica que tienen alguna trascendencia pública y pueden resultar sugeridores de cómo andan hoy las relaciones del Estado y el Dinero con las poblaciones sometidas a su dominio, la de este país mismo, ejemplo de la Sociedad del Bienestar.

Y no puedo yo negar, en vista de las fuertes repercusiones suscitadas, ese interés político del asunto; así que. cediendo a las insinuaciones de mi tocayo, me entretengo un poco en ofrecerle al público, para lo que políticamente valgan, algunos de los datos que él me suministra.

A consecuencia de su anuncio en la Prensa, dirigido a los que usaban y agradecían las cosas que él y yo habíamos publicado, le han llegado en estos días, por giros y otros envíos, hasta unos 4,5 millones de pesetas. Eso no lo libra del todo de la carga, pero se la disminuye considerablemente, aleja de él el embargo del caserón que restaurara para su ruina, y le alivia la condena a pasarse bregando para pagar al Capital del Estado los años que le queden.

Sin embargo, eso ha venido a ser ya lo de menos. Lo que al hombre le reconforta es la cantidad de los envíos, creo que 133 hasta el momento, a los que suma más de 40 cartas de simpatía y buenos recados (con 12 de detractores, anónimos o no, y 2 que no se sabe), sin contar las comunicaciones verbales y los numerosos artículos o Cartas al Director publicadas en los periódicos del mapa que le mostraban también un cierto buen entendimiento. Y hay que reconocer que, en efecto, es un,número que, para persona poco existente, -puesto que se niega a aparecer en la Televisión, empieza a parecer significativo.

Pero lo que a él más le alegra odavía es que, según me dice, todas esas comunicaciones y envíos de dinerillo, desde los pocos de mucho a los muchos de poco, le han venido todos de gente de aquélla a la que el anuncio se dirigía, lectores más o menos asiduos de los libros que él y yo hemos sacado, recordadores de canciones o sermones y (los que acaso más hondo le conmueven) antiguos oyentes de Radio Nacional 3, donde estuvimos dos años hablando por las ondas con gente de la más diversa laya. Y que los envíos (tantos) hayan sido casi exclusivamente de agradecidos por las obras, siendo los más de los remitentes desconocidos para él de nombre, parece que también tiene su pregunta y su sentido.

O, si se mira del otro lado, las ausencias de ese modesto convite de mi tocayo también parecen elocuentes.

En primer lugar, claro, las Istituciones Públicas. Parece ser que algunos profetas andaban por ahí previendo que a¡ fin mi tocayo no iba a pagar su pena, que una Istitución u otra saldría a librarle de ella; lo confundían sin duda con los hombres de nombre y personajes de la Cultura. Pues ya ven: ni Ministerios ni Autonomías ni Academias ni cáscaras. Y ello es natural y previsible, y muy de agradecer que no se hayan producido interferencias, que nos habrían a él y a mí costado muchos devaneos. En segundo lugar, los poderosos del Capital, Banca, Empresa y demás negocios de la nada, incluidos los prebostes de la Cultura: tampoco ninguno ha tenido la mala idea de ceder a la tentación de acudir a remediar la pena, lo cual nos habría puesto también las cosas algo turbias. Es cierto que hay entre esos poderosos, como los hay entre los políticos dirigentes, algunos que de hecho son o han sido usuarios de las cosas que hemos hecho- v siempre cabía esa posibilidad (porque así somos de contradictorios), y el anuncio se dirigía de primeras a tentarlos a ver si sí. Pero se ve que todos, con el tiempo, se han hecho un hombre, se han sacudido las moscas de las palabritas, y ahí tienen: tampoco por ahí ha habido interferencia alguna.

En tercer lugar, los prójimos, quiero decir los más cercanos (afines, colegas, amigotes) y demasiado conocedores personalmente de mi tocayo: se deduce que, aunque algunos de ellos han disfrutado también a veces con los versos y razones que hemos ido pergeñando, lo que ha primado el más de ellos (no así en unos pocos) ha sido el conocimiento personal (es malo esto de conocerlo a uno: ya se lo decía yo), y el caso es que han asimismo guardado un respetuoso silencio y (ellos, que seguramente, si él se lo hubiera pedido privadamente, como préstamo o favor de amigos, habrían estado encantados de ayudarle) se han astenido de aportaciones al convite.

¿Qué puede ser lo que ha movido a los unos y a los otros a no responder y a resguardarse ante el estravagante anuncio de mi tocayo? Un cierto miedo, sí, miedo de enredarse con la Hacienda del Estado, que es grande y la agranda más y más el miedo de los súbditos (que, por cierto, algunos de los más vehementes lo que le pedían a mi tocayo es que fuera a la cárcel, como si no supieran que, teniendo el caserón y su sueldo de jubilado, esa vía, por pecado contra el Fisco, no le estaba abierta: tendría que haber cometido de propina alguna violación o algo, para lo que me dice que de momento no se encuentra preparado) o, más que miedo, una cierta perplejidad y desconfianza ("¿En qué aventura nos querrá meter ahora, a nuestros años, este impenitente testarudo, que no acaba de creerse que no hay nada que hacer?") es más bien lo que esplica la prudente astención de prójimos, dirigentes y poderosos, que han preferido, como es natural, dejarse de líos y meterse en su casita, "con mi chocolate y mi Rosario", que decía el cura.

Pero todo ello, pienso yo, viene a confirmar lo que ya apuntaba en mi primer análisis del asunto, publicado hace días en este Rotativo: que la tecla que ha tocado la ocurrencia de mi tocayo consiste en la trasgresión de la línea que separa lo privado de lo público: si nos hubiéramos lanzado a sacar ataques furibundos contra Hacienda, y el Estado y el Capital, pero en libros y artículos de periódico o emisiones de los Medios, mientras que, por el otro lado, sus asuntillos con el Fisco se los hubiera él ventilado privadamente, como todo quisque, todo habría sido tolerable y ningún escándalo habría retumbado; pero llamar por un anuncio particular a los agradecidos de las obras de uno a que lo liberen de la pena y latazo de la Policía Fiscal, eso salta justamente la raya entre público y privado; eso, sencillamente, no se hace.Y, como no se hace, pues no se entiende (tanto más destaca el valor de aquellos cientos que han respondido, entendiendo o por lo menos no parándose a comprender mucho), y esa ininteligencia, especialmente en los Medios, la han estado luciendo por todo lo alto escribientes y locutrices, viviendo más de un mes a costa de mi tocayo; que si les cobrara, como saben hacer los escandalosos de lajet infame...

Y es que también a esos espontáneos y forzados opinadores de los Medios... No es que haya yo podido leérmelos propiamente: me desanimaba lo ignominioso de la escritura (y cuidao que se lo tengo dicho, a literatos, filósofos, artistas: que no se vende uno impunemente: que la venta al Señor se paga con la torpeza de la técnica); pero, por lo que me cuentan, era también eso mismo lo que les hacía hablar, y no lo entendían, y les encorajinaba: esa trasgresión de la línea sutil y férrea que divide lo público de lo privado. Que un tipo como mi tocayo pudiera salir medianamente airoso de semejante travesura, les entraban las fiebres perláticas sólo de pensarlo. Mal invierno les espera.

Agustín García Calvo es catedrático de Latín de la Universidad Complutense de Madrid.

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