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El júbilo ahoga las amenazas

Los 800.000 habitantes de la pauperrima Gaza vivieron la histórica jornada entre la esperanza y el rechazo

El pobre mundo al que llegó ayer el inocente palestino de cinco kilos de peso que se llama Ahmad Al-Diraui era un extraño cóctel de júbilo y amenazas. En la habitación 24 de la escuálida maternidad del hospital Ajle de Gaza, Ahmad dormía plácidamente, al igual que los otros niños y niñas palestinos nacidos el día en que Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasir Arafat se dieron finalmente la mano en Washington en una ceremonia que conmovió al mundo."Es una buena fecha para nacer", decía su padre, un modesto comerciante de 42 años llamado Abdel Rahmán Al-Dirani. Con orgullo, el hombre añadió: "Tengo otros cinco chavales, pero éste, el más fuerte y el que va a ser el último, nos ha llegado justo en el día de la esperanza palestina".

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Esa descripción de la jornada que vivieron ayer los 800.000 habitantes de Gaza resultaba, sin embargo, incompleta. Aparte de esperanza, en la paupérrima franja que en seis meses deberá comenzar a gozar de autonomía limitada, concedida por Israel, también hay mucho temor.

El futuro era visto ayer con cristales de color rosa, como si a partir de hoy las cosas comenzarán a ir milagrosamente mejor cada día. Ayer, en el tumulto que transformó la ancha avenida Al-Auda (La Unión) no había más que jolgorio. A nadie parecía molestarle el humo negro de neumáticos quemados por los palestinos radicales que definieron la de ayer como "una jornada de luto" y recurrieron a las mezquitas para transmitir los versos del Corán que se leen en los entierros.Huelga general

Las organizaciones palestinas que se oponen al proceso de paz con Israel, como los integristas de Hamás y de la Yihad Islámica (Guerra Santa Islámica), y los radicales del Frente Popular para la Liberación de Palestina y del Frente - Democrático, sólo se salieron parcialmente con la suya. Hasta las tres de la tarde las calles de Gaza estuvieron en manos de los enemigos de Yasir Arafat. Nadie se atrevió a desafiar la huelga general convocada por los grupos anti-Arafat.

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Las únicas personas que ayer circulaban por las calles eran jovenzuelos y hombres barbudos de expresión adusta. Volcaron basureros metálicos y prendieron fogatas. Uno de ellos, un palestino cuarentón que dijo llamarse Islam, lanzó un escupitajo cuando se le preguntó sobre Yasir Arafat. "Kalb, kalb" (perro), masculló. "¡Palestina no es sólo Gaza y Cisjordania!", dijo. "Palestina es Jerusalén, Palestina es Jaffa, Palestina es Tulkarem. Pero Arafat las ha regalado a los judíos", repetía en una airada letanía.

A las tres le llegó el turno a la mayoría visible de la franja de Gaza. Los mismos chavales que se pasaron buena parte de la mafiana gritando "¡Queremos la paz, queremos la paz!" desde las ventanas y balcones de sus casas, transformaron la ancha avenida Al-Auda en el escenario de un improvisado carnaval. Bajo una bandera palestina de 20 metros que colgaba de una terraza, Faisal Al-Hassan lloraba. "No puedo creerlo", dijo entre sollozos. "Ha llegado el día que tanto esperábamos".

Un heladero llamado Harb Al-Asmar hacía su agosto en una esquina de la calle Omar El-Mujtar. Su perspectiva era bastante más escéptica que la de sus enferevorizados convecinos. "Hay que esperar lo que pase", dijo, "porque falta mucho camino por recorrer. Lo de Washington no nos va a devolver Jerusalén".Harto de tanto odio

Los palestinos de Gaza se quedaron roncos de tanto gritar. "¡Arafat! ¡Arafat, por ti damos nuestra sangre, nuestro espíritu", coreaban sin cesar. Los bocinazos eran ensordecedores. Por un momento era como si los soldados israelíes se hubieran esfumado del paisaje degradado de Gaza. Estaban acuartelados. Salir habría sido una provocación. Además, la moral de los jóvenes soldados israelíes en la triste misión de ocupar lo que,es de hecho una gran cárcel es baja desde hace tiempo.

La muerte que tres de sus camaradas en una emboscada tendida por los fundamentalistas de Hamás el pasado domingo ha incrementado los temores. En uno de los pocos controles militares, un prematuramente canoso reservista israelí que se protegía del sol con un gorro negro, de esos de moda con el signo de Malcom X, declaró: "Ojalá funcione, y lo digo de corazón. Así nos largamos de este infierno y probamos que es posible la coexistencia entre árabes e israelíes. Estoy harto de todo esto. Soy ingeniero de profesión, tengo familia y cada vez que me toca venir a Gaza veo tanta miseria, tanto odio, que ya me duele tanto el uniforme como mi compromiso con este absurdo de la ocupación".

Lejos de donde, en una cuna del pobre hospital popular Shifa, dormía el recién nacido Ahmad Al-Diraui, una joven de veinte años llamada Yasmín Zeher acababa de dar a luz a su primogénito en el día más importante de la historia contemporánea de Gaza. "Se llamará como su padre, Bassáni" ,dijo. Hubo un breve silencio. "El todavía no lo ha visto", agregó esta nueva madre palestina. "Su padre, mi marido, está todavía barriendo las calles de Tel Aviv".

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