Contra la amnesia

Curiosa situación la de nuestro cine. Emparedado entre películas artísticamente impecables (las últimas de Víctor Erice, Pilar Miró, Vicente Aranda, Bigas Luna, Julio Medem) y la carencia de una base económica sólida que garantice su continuidad, ha visto en los últimos años cómo sus responsables cometían la inexcusable torpeza -salvo excepciones: muy pocas- de olvidar que toda cinematografía que se precie debe buscar en su propia realidad, en su entorno, el motor de sus ficciones. Es como si tantos años de subvenciones y (fallida) protección hayan creado la figura robot del cineasta amnésico, cómplice del poder, incapaz de enfocar el ojo de su cámara sobre un presente tan rico en contrastes, en desgarros y en proezas, en traiciones morales a cambio de chalets y de piscinas. Hay excepciones: la del sobrio, contenido, espléndido filme de Mario Camus es la última.Sombras en una batalla cuenta el provisional presente de una antigua militante (Carmen Maura, sobre cuyo enorme talento, cada vez más sobrio, más sabio, reposa buena parte de la credibilidad de la película), a quien el pasado se le aparece de improviso como un fantasma manchado de sangre y odio. Su vida de veterinaria rural en un remoto pueblito de Zamora saltará por los aires, y no tendrá otro remedio que enfrentarse a aquello de lo que ha huido durante más de una década. Aunque nunca se habla en el filme de los GAL, de ETA, de Amedo y Domínguez o de Yoyes, son realmente sus vivencias las que aquí planean.

Hay que resaltar no sólo la valentía cívica de Camus para abordar esos asuntos, su activo ejercicio del recuerdo contra la amnesia, a pesar de esa frase borgiana, "El olvido es la única venganza y el único perdón", con que clausura el relato. Se trata también de reconocer su habilidad para encontrar el tono justo para narrar estas peripecias, ese aire austero, contenido y grave, que concuerda tan bien con el paisaje invernal que envuelve a los personajes.

Es el de Camus en esta película un cine noble y personal, hecho para que el espectador piense, se meta lentamente en la ficción, se empape con sus detalles. Una mirada que mira para que nosotros seamos capaces de integrarnos con los personajes, un oficio que encierra la sabiduría del saber contar sin cháchara visual de esa que tan comúnmente asoma su nariz por nuestras pantallas. Un cine a contracorriente, pues, porque lo es déla inteligencia, de la interpelación de creador a espectador adulto; para degustar, aunque su poso deje un regusto amargo, el de nuestro inmediato pasado, el de nuestro presente todavía tinto de sangre.