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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa, a plazos

LA PROPUESTA lanzada por el canciller alemán, Helmut Kohl, de retrasar "uno o dos años" la unión monetaria ha aumentado la tensión que sufre el eje ParísBonn en las últimas semanas, incluso desde antes de la reforma del Sistema Monetario Europeo (SME). Francia no sólo ha visto debilitada su moneda en los últimos meses por el rigor del Bundesbank, el banco central alemán, sino que no ha logrado imponer sus criterios en la última tormenta monetaria., Kohl ha puesto ahora la guinda, con su acostumbrada falta de tacto, al anunciar por televisión su criterio de que la unión económica y monetaria (UEM) podría retrasarse. El tratado prevé que la segunda fase de la unión -que implica la creación del banco central europeo- comience el 1 de enero de 1994. La tercera y definitiva fase traería consigo la introducción de la moneda única en 1997 o, a más tardar, el 1 de enero de 1999. Kohl ni siquiera ha precisado a cuál de estos periodos se refiere, aunque todo indica que estaba pensando en esta última fecha.Da lo mismo. Cualquier retraso no provoca más que disgusto en Francia, atrapada entre la recesión y el Bundesbank, porque alejar el horizonte de la unión equivale a mantener por más tiempo esta situación de indefinición; indefinición no sólo sobre su propia política económica, sino incluso sobre el valor de su soberanía nacional, que los enemigos de Maastricht ya pusieron en duda con ocasión del referéndum que aprobó el tratado por escasa mayoría hace ahora casi un año. El primer ministro francés, Édouard Balladur, ya ha anunciado su intención de acudir a Bonn en los próximos días para conocer de cerca las intenciones de su colega germano y darle a conocer con detalle la posición francesa.

En sí mismo, el anuncio de Kohl no hace más que sancionar en la práctica lo que ya era vox pópuli: las dificultades de muchos países -y muy especialmente Alemania- para poder cumplir con los criterios de convergencia adoptados en el Tratado de la Unión. O, mejor, sus dificultades para cumplir esos criterios dentro de los plazos previstos debido a los costes de la unificación, algo que no le ocurre a Francia, cada vez más cerca de la convergencia. Entre las dos soluciones, Kohl se inclina por la menos mala: mejor sacrificar el calendario que el rigor de la convergencia.

Modificar los plazos acordados en Maastricht conlleva la dificultad añadida de que destapa la caja de Pandora de la modificación del tratado, algo que nadie desea, y menos que nadie la Comisión Europea. Pero ¿es concebible una unión monetaria europea sin Alemania? No, igual que es dificil imaginarla sin el Reino Unido, o sin Francia, o sin la mismísima Italia. Kohl no ha hecho más que poner sobre la mesa un problema real que hay que despejar.

Felipe González ha dado una interpretación tranquilizadora a las palabras de KohI, asegurando que se refería simplemente a la opción entre 1997 y 1999 como culminación del proceso, según cual sea la situación al finalizar, este año, la primera fase. Pero ello no impide que la cuestión del retraso esté objetivamente planteada. ¿Es bueno o es malo para nuestros intereses retrasar la unión? A nadie se le oculta que, hoy por hoy, es casi impensable que España pueda-incorporarse a la primera velocidad. Sus coordenadas macroeconómicas se alejan este año -en lugar de converger- de los criterios requeridos. Pero tomarse un respiro en el camino hacia la unión monetaria es una espada de doble filo. Es bueno si permite al país un margen para intentar corregir los principales desequilibrios -déficit,inflación, incluso paro, aun que no figure entre las condiciones expresas- que nos separan de la primera velocidad europea. Es malo si se interpreta como un permiso temporal para olvidarse de los criterios de convergencia y dejar de lado así la política de rigor que ha anunciado el nuevo Gobierno de González.

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