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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ballenas indultadas

LAS BALLENAS han recibido una tregua de un año más, y ya van ocho, de prohibición de su caza para aprovechamiento comercial. La prórroga de la moratoria acordada por más de 30 países en Kioto hace unos días es, como muchos han interpretado, una argucia de los países contrarios a su caza para seguir ganando tiempo al tiempo hasta desmontar una industria basada en la carne de ballena, de modo que, al final, nadie se plantee su caza, de la misma forma que nadie se plantea cazar, por ejemplo, cigüeñas.El principal argumento dado en la Comisión Ballenera Internacional por los países que se oponen a reanudar las capturas es la falta de precisión científica para determinar la evolución y el crecimiento de las poblaciones de estos cetáceos y cómo les afectaría acabar con la veda. Parece cierto, a la vista de la disparidad de datos que se han manejado en la reunión de Kioto, y, por tanto, razonable que se siga prohibiendo su caza, como precaución, al menos hasta aclarar las dudas científicas. Más aún cuando hay que tener en cuenta que la contaminación de los mares y la previsible reducción de plancton por el deterioro de la capa de ozono son también amenazas para su reproducción. Y más cuando se maneja el dato espeluznante de que la saña con que se comerció con estos mamíferos durante décadas de este siglo hizo descender su población total en un 92%.

Pero el asunto de las ballenas es un elemento más del complejo mundo de las relaciones y los acuerdos internacionales, en el que las posturas nunca deben ser absolutas. A Japón, decidido partidario de la caza, no le interesa salirse de la Comisión Ballenera para evitar revanchas a la hora de negociar sus intereses en otros foros mundiales. Pero quien hace la ley hace la trampa, y Japón y Noruega pueden seguir dentro de la citada comisión y a la vez continuar cazándolas gracias a una cláusula que con el pretexto de "investigación cientifica" permite capturar cada año cientos de ballenas. Y es aquí donde debe encuadrarse la valiente propuesta francesa de crear un santuario en la Antártida, que no consiguió salir adelante en Kioto por problemas, una vez más, de voluntad política. Dar el visto bueno al santuario no era sino acabar con la actual ambigüedad diplomática y proponer el desmantelamiento de la flota ballenera japonesa que actúa preferentemente en dichas aguas.

Las ballenas han ayudado a comprender un poco el peso de las organizaciones ecologistas: la simple mención de un boicoteo organizado y de una campaña en los medios de comunicación contra productos noruegos o japoneses en EE UU, Alemania o el Reino Unido hace temblar a los empresarios de esos países. Por algo se dice que la constante presión ecologista a favor de las ballenas ha transformado a un organismo, la Comisión Ballenera Internacional, que se creó en los años cuarenta sin ningún ánimo conservacionista, sino para establecer cuotas y repartirse el botín de los mares, en uno de los símbolos de la defensa del patrimonio natural.

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