Santiago de Compostela
Los arquitectos, como profesión moderna y en conjunto, no se han destacado precisamente por su contribución al embellecimiento de las ciudades. Sé que esta opinión es bastante polémica, pero no puedo menos que recordar los atropellos urbanísticos cometidos en el Madrid histórico, en Alcalá de Henares, en Salamanca, Mérida, Valladolid, en Segovia junto al acueducto y en tantas ciudades ornamentales que nos ha legado la historia de nuestro país.Comprendo que también otros segmentos de la sociedad han aportado su apoyo al desastre: caciques, constructores, concejales, etcétera. Pero la firma del arquitecto se estampaba siempre en esas hermosas estructuras que acompañarán perpetuamente las siluetas de la Puerta de Alcalá, de las torres de la Clerecía y de tantas murallas medievales, o del acueducto segoviano si no lo remedian.
Se me ocurre esta reflexión a propósito de los actuales proyectos que amenazan con instalarse en el centro histórico de una de las ciudades más bellas del mundo: Santiago de Compostela. Y me temo lo peor. Porque, además del corporativismo que suele cundir en dicha profesión, se da un notorio afán de exhibicionismo que incita a resaltar la novedosa aportación del arquitecto por encima de los patrimonios artísticos consolidados. Como en ese edificio de Sabatini -el cuartel de Saboya- en donde quieren instalar, en su espléndido patio de armas -del siglo, XVIII-, cuatro fulgurantes torres de ascensores que asocien el nombre de su autor al del ilustre
antepasado. Pero yo pefériría que los experimentos se hicieran al margen, como en Brasilia, y que mis hijos puedan contemplar el hermoso conjunto de Compostela tal como nos ha llegado; eso sí, restaurado debidamente.- Madrid.
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