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Tribuna
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Estructuras cristalinas

El Premio de la Crítica concedido a Javier Marías viene a coronar de momento la larga serie de adhesiones que desde su publicación, a comienzos del año pasado, ha suscitado Corazón tan blanco entre lectores y críticos. Se trata, sin duda, de la mejor novela de Javier Marías (1951) escritor en plena madurez y con una larga trayectoria detrás, desde que muy joven se reveló con Los dominios del lobo. Pulcra, pacientemente, ha elaborado desde entonces una obra narrativa rigurosa, modulada por los cánones de la novela anglosajona y que le ganó a su autor hace ya años el reconocimiento de los círculos más rigurosos. Valga el puesto de privilegio (el segundo tras La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza) que ocupó Todas las almas en la encuesta de este diario sobre las 15 mejores novelas españolas desde 1975 a 1992. El jurado del Premio de la Crítica ha sancionado, pues, un estado de opinión,Corazón tan blanco es, sobre todo, un prodigio de construcción. Artífice consumado, Marías teje en esta obra un tapiz admirable de simetrías, paralelismos, reiteraciones, contrastes y concordancias que envuelven al lector y lo sumen en un universo habitado por el desamor. Ese desamor que no se atreve a decir su nombre y que es un gran vacío al que sirve la refinada estructura de la novela. Henos ante una historia de amor -de desamor, de ausencia del amor- que está pautada y medida casi a compás.

"La gente quiere en buena medida porque se la obliga a querer", dice un personaje. En efecto, la inevitabilidad de los hechos y de las pasiones, las convenciones sociales que codifican y encorsetan y falsean el amor, son objeto de un tratamiento narrativo minucioso, calculado y armónico.

Anglosajón

Se le ha reprochado a veces a Javier Marías su frialdad anglosajona. Aquí esa presunta frialdad no existe. Lo que sucede es que la materia novelesca, ardiente y dolorosa (el protagonista investiga el crimen cometido por su padre en la persona de su primera esposa), queda férreamente engastada en las estructuras cristalinas del relato. Un estilo poderoso en su sobriedad -que se nutre de la raíz profunda de la fábula- encauza y ordena el discurso. Al final desembocamos en el vacío, en la ausencia del amor y en la ausencia de todo. Porque sólo las máscaras rigen nuestra vida. Por aquí Marías orilla el riesgo de queduarse recluido en los límites de una novela sentimental donde la naturaleza dominará a la historia. Por aquí Marías conecta con zonas fundamentales de la sensibilidad y el pensamiento contemporáneos. Desembocamos en la nada, sí, pero no en la tragedia. El homo tragicus está ya muerto a finales de este siglo XX. Su lugar lo ocupa el hombre banal, el hombre convencional. Este vacío ninguna relación guarda con riadas y náuseas de más alto alcance.

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