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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Editoriales

Desde hace años sigo la línea editorial de EL PAíS con interés. En la mayoría de los editoriales, la conclusión es clara y coherente con el punto de partida y su desarrollo. En otros, no. Cierto que esto les sucede a otros periódicos, españoles y extranjeros. Lo mejor es concretar. El 10 de febrero de 1993 publican un editorial titulado Los integrismos, sobre Argelia y el FIS, con referencias al fundamentalismo islámico en otras naciones africanas y asiáticas. El tema les es -como a otros diarios importantes- muy querido. Le recuerdo los editoriales Estado de tolerancia (11 de enero de 1992), Legal y legítima (13 de enero de 1992) y, por tratar el mismo problema de fondo, La amenaza racista (21 de enero de 1992) o La amenaza Le Pen (25 de febrero de 1992).La cuestión -que, en mi opinión, no resuelven sus editoriales ni otros diarios: The Washington Post (15 de enero de 1992), The New York Times (15 de enero de 1992), Le Monde (15 de enero de 1992), Le Figaro (16 de enero de 1992), etcétera- se la planteo de la siguiente manera: la decisión de la mayoría, libremente manifestada, ¿legitima cualquier norma, actuación o conducta? La mayoría es regla de oro de la democracia, pero ¿sin ninguna limitación? Su línea editorial vio, digamos que con alivio -como otros muchos medios extranjeros-, la interrupción, por la fuerza, por parte del Gobierno argelino, del proceso electoral en Argelia -cuya limpieza fue ampliamente reconocida- al comprobar que el FIS se hacía, democráticamente, con el poder. Razón básica aducida por EL PAÍS y otros diarios: la ideología del FIS no respeta derechos fundamentales de la persona, derechos inherentes a su dignidad. Castigos corporales, azotes, mutilación de miembros, lapidación de la adúltera, etcétera. Por similares razones condenan en sus editoriales el racismo, la xenofobia, etcétera. Yo coincido con ustedes en estas condenas.

Hago ahora un salto -aparentemente- brusco. Ustedes defienden el aborto y la eutanasia (activa) libres, o con mayores o menores cautelas y garantías. Yo, no; en ningún caso. Porque, o acepto que la persona es, existe, desde el mismo momento de la fecundación hasta su muerte natural o me quedo sin argumento para condenar lo que defiende el FIS o los Le Pen de turno. Se me hunde la base del razonamiento. Si puedo quitar la vida al todo, ¿qué razón invocaré contra los que lesionan la integridad física, psíquica o moral de la persona de modo parcial, sólo en parte?

A partir del momento de la creación, de la fecundación, ese ser, esa persona -distinta del padre y de la madre- es intocable. No cabe la gradación. "Sólo un segundo después, sí cabe el aborto", defienden otros. Interminable. Casi tantas opiniones como personas... "Pero si se ve el nacimiento del hombre como lo que es, la aparición de una realidad personal nueva e irreductible a todo", escribe el profesor Julián Marías (Abc, 25 de octubre de 1991), "como un cierto absoluto que no es autor de sí mismo, se comprende lo que quiere decir creación...", y "a la luz de estas ideas se puede ver el absurdo, la monstruosidad del aborto, desde un punto de vista estrictamente filosófico, antropológico, independiente de la fe y de toda actitud religiosa".

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El argumento del progreso, de la civilización o de la cultura alcanzados en nuestro tiempo, para defender el aborto o la eutanasia, se cae por su base. En Grecia y en Roma -con vicios y crímenes muy parecidos a los de nuestros días- vivieron hombres cultos, con una inteligencia difícil de igualar. Escritores, científicos, Filósofos y políticos defendieron en nuestro siglo el comunismo o el nazismo: millones de muertes, asesinatos, crímenes..., en ambos casos. En buena parte estoy de acuerdo con su editorial La salud moral en el Reino Unido (24 de febrero de 1993) y con la cita de The Independent con que finalizan: "... todas estas cuestiones han acabado por producir una generación (o más bien un inquietante sector de una generación) para la que palabras como el bien o el mal, lo correcto y lo equivocado, están vacías de contenido". La vida de la persona es su primer derecho, y sólo cabe reconocerlo, respetarlo y defenderlo en toda su radicalidad. Si esto no se hace, todo, prácticamente todo lo demás, pasa a ser opinable; y una distinción, generalmente aceptada, entre el bien y el mal se vuelve en realidad imposible.-

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