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¿Crisis gobernabilidad?

Si tras la muerte del general Franco, a finales de 1975, se nos hubiera pronosticado que íbamos a llegar a finales de 1992 de la forma en que hemos llegado, con una transición convertida en el modelo universalmente reconocido de conversión con éxito de un régimen dictatorial en otro democrático, con la transformación de uno de los Estados más viejos y centralizados de Europa en uno de los más descentralizados, con una presencia internacional de España como no la habíamos conocido en los últimos 200 años, etcétera, creo que casi nadie habría dejado de apuntarse a un futuro como ése.Y, sin embargo, está claro, a tenor de lo que nos dicen todas las encuestas sobre el "estado de ánimo" de la población española, que no es precisamente la valoración positiva del presente y el optimismo ante el futuro lo que caracteriza dicho "estado de ánimo", sino más bien lo contrario. Hay desazón, hay desconcierto y empieza a percibirse una cierta falta de confianza de la sociedad española respecto de su capacidad para hacer frente a los desafíos de este final de siglo y para insertarse de manera definitiva y solvente entre los países de la Comunidad Económica Europea.

No sé cuál será la opinión de los expertos en la lectura de este tipo de documentos, pero mi impresión es que este "estado de ánimo" no es particularmente preocupante. Vaivenes de este tipo son normales en todas las sociedades de acuerdo con las fluctuaciones en la marcha de la economía, y bastaría echar una ojeada a los estudios de esta naturaleza con una perspectiva histórica para comprobarlo. Crisis económicas las ha habido en el pasado, las hay y las habrá. Cualquier ciudadano tiene que vivir a lo largo de su presencia en el planeta un número no pequeño de tales crisis, sin que haya nada en la que ahora mismo estamos atravesando que indique que es distinta por su naturaleza y sus efectos de otras que hemos conocido en las dos últimas décadas, sin ir más lejos.

Si el problema fuera de crisis económica, no creo que tuviéramos motivos serios de preocupación. A la luz de lo que la sociedad española ha sido capaz de hacer en estos últimos 17 años, en condiciones de todo tipo, mucho más difíciles que aquellas en las que ahora nos encontramos, no creo que razonablemente pudiera caber ninguna duda de que íbamos a ser capaces de salir también y de manera airosa de la actual recesión.

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El desafío al que ha de hacer frente la sociedad española en esta década y del que puede depender en buena medida su avance o estancamiento en los próximos decenios no es de naturaleza económica, sino política. Lo que puede hipotecar nuestro futuro no es la economía, sino la tendencia alarmante hacia el bloqueo de nuestro sistema político.

A lo largo de los 14 años transcurridos desde la aprobación de la Constitución, el sistema político español ha funcionado de manera satisfactoria, siendo capaz de tomar decisiones importantes y difíciles, sin que se hayan presentado problemas significativos de gobernabilidad. Incluso fue capaz de superar con éxito una de las pruebas de fuego de todo sistema democrático en sus momentos iniciales: la alternancia en el poder.

El rodaje, en consecuencia, parece que debería haber conducido a una consolidación del sistema político y a que pudiéramos confiar en que su funcionamiento en el futuro no nos depararía sorpresas desagradables. Y, sin embargo, no parece que vaya a ser así. En contra ole lo que podíamos pensar, la década de los noventa va a ser políticamente más difícil que ha sido la de los ochenta.

Y va a ser más dificil no porque haya irrumpido en el panorama político español algún elemento nuevo, - sino porque los factores a través de los cuales se constituye la manifestación de voluntad del Estado y se dirige políticamente el país van a empezar a combinarse de manera distinta, dificultando el proceso de formación de dicha voluntad del Estado y de dirección política, y generando serios problemas de gobernabilidad.

La causa última de esta tendencia está en un viejo problema: la integración de Cataluña y el País Vasco o, mejor dicho, del centro-derecha catalán y vasco en el sistema político español. Éste era el problema realmente constituyente que tenía que resolver el país a mediados de los setenta y que se resolvió parcialmente con el Estado de las autonomías.

Digo parcialmente porque, aunque es indudable que ese marco constitucional ha sido operativo, soportando la prueba de varias legislaturas y habiéndose conseguido una normalidad institucional importante, no lo es menos que con dicha estructura del Estado no se ha conseguido resolver el problema político de la participación del centro-derecha catalán y vasco.

Al contrario. La solución a dicho problema se ha ido haciendo cada vez más complicada, en parte por influencias externas (el auge de los nacionalismos en el Este europeo) y en parte, y sobre todo, por desarrollos puramente internos.

A lo largo de estos años se ha ido afirmando un tipo de comportamiento político que, de una manera esquemática y espero que sin que nadie se sienta ofendido, calificaría con los términos siguientes: el centroderecha catalán y vasco hacen política en sus comunidades autónomas y hacen sindicalismo en el sistema político español, en Madrid, como ellos suelen decir.

En el pasado inmediato, esta actitud no ha impedido que el sistema político español pudiera funcionar, en parte por la reducida presencia electoral, sobre todo de CiU, en las elecciones de 1977 y 1979, y en parte por la solidez de la mayoría socialista, como consecuencia del hundimiento del centro-derecha español.

Pero las circunstancias políticas de los ochenta son difícilmente repetibles y no es razonable pensar que el apoyo electoral al PSOE se mantenga en las cotas de la década pasada. Hay que esperar, en consecuencia, un descenso electoral socialista, que, además, se verá . todavía más acentuado en lo que al número de escaños se refiere, por la sobrerrepresentación de Castilla.

En sí esto no es nada negativo para el sistema político español. Más bien habría que decir lo contrario. Que, tras haber ganado tres elecciones consecutivas, se pierda apoyo electoral, e incluso de manera significativa, podría ser considerado como una evolución muy positiva, como un índice de que la sociedad española está políticamente sana.

El problema radica en que, por mucho apoyo que el PSOE pierda, el centro-derecha español no sólo no puede ganarle, sino que ni siquiera va a poder aproximársele lo suficiente como para que la sociedad española pueda considerarlo con credibilidad una opción de gobierno.

-Mientras no se levante la hipoteca catalana y vasca, y mientras no se resuelva la anomalía andaluza, resultante del "dos de mayo contra la derecha española" que supuso el proceso de ratificación de la iniciativa autonómica y que condujo a una reducción impresionante de su presencia política y electoral, el centro derecha español no puede ganarle al socialismo.

Dicho con otras palabras, mientras la izquierda, fundamentalmente la socialista, compite uniformemente en todo el territorio del Estado, la derecha sólo compite en los mismos términos entre algo menos del 60% de la población, haciéndolo con una desventaja tremenda en algo más del 40% restante. Ese desequilibrio no hay forma de compensarlo.

Nada hay en el presente y en el inmediato futuro que indique que las circunstancias políticas van a ser distintas en esas tres zonas del Estado. En Cataluña y en el País Vasco, por razones sobradamente conocidas, que los medios de comunicación nos transmiten a diario. No creo que haya riesgo de disgregación territorial, como decía el presidente del Gobierno, pero está claro que tampoco hay evolución hacia una mayor integración en el sistema político español.

Y tampoco en Andalucía, aunque por razones distintas. La "destrucción de la derecha española" en la región tras el referéndum del 28 de febrero de 1980 y el acentuadísimo declive del partido comunista por sus crisis internas e internacionales, ha dado paso a una ocupación del espacio por el partido socialista de. una solidez verdaderamente extraordinaria y además muy resistente al cambio.

Ciertamente, en las capitales, con diferencias entre unas y otras, hay una cierta evolución, y puede apreciarse una muy tímida recuperación política y electoral de la derecha. Pero no en las provincias, en las que la combinación de una cultura tradicional de izquierda con la tendencia rural a estar con el poder constituido y la influencia de las autoridades locales, entre las que la derecha casi no existe, se traduce en una reserva de votos, que garantiza una mayoria socialista apabullante.

En tales circunstancias, "el PSOE puede no ganar, pero es imposible que pueda perder". Esto es lo grave desde la perspectiva del sistema político español. Vamos hacia un bloqueo por la imposibilidad de que se constituya una alternativa políticamente viable. En cierta medida, el PSOE va camino de ocupar un lugar similar al que ha ocupado la Democracia Cristiana en el sistema político italiano de la posguerra. Disminuye lentamente su apoyo electoral, pero continúa siendo insustituible. Los peligros de la fórmula creo que están a la vista. '

Mientras el centro-derecha catalán y vasco no decidan hacer política también en España, el problema no tiene solución. Pensar que la recuperación del centro-derecha español puede empezar por Andalucía es no saber cómo está el patio.

Y en este sentido la oferta de Aznar a Pujol para que encabezara un posible Gobierno de centro-derecha en España, poco sería por la forma y muy torpe desde un punto de vista electoral, pone, sin embargo, sobre el tapete una cuestión política de suma importancia, de la que depende además que el sistema político español pueda funcionar de manera satisfactoria o conduzca hacia el bloqueo con graves problemas de gobernabilidad.

La alternancia en el poder es la clave de bóveda de todo sistema democrático. La ocupación excesivamente prolongada del poder no puede dejar de tener efectos perniciosos para todo sistema político. Comentando el triunfo del Partido Conservador esta primavera pasada, decía The Guardian que cuatro victorias consecutivas es el caldo de cultivo de la corrupción moral e incluso material. Por eso son tan raras en las democracias que mejor funcionan. Los republicanos en EE UU no han tenido cuatro victorias consecutivas desde finales del siglo pasado. Y los demócratas, sólo una vez en el siglo XX y con la II Guerra Mundial por medio. Así es como reacciona un sistema político sano.

Y así no puede reaccionar el sistema político español mientras el centro-derecha catalán y vasco no decidan integrarse en el mismo y transformar su estrategia sindical en una acción verdaderamente política. Cataluña y el País Vasco pesan demasiado en España como para que el sistema político de ésta pueda funcionar sin su concurso.

es catedrático de Derecho Constitucional, de la Universidad de Sevilla.

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