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Entrevista:

"La identidad nacional es un producto de la historia"

O construimos una Europa capaz de pactar con el multilingüismo o volvemos a 1914, con Estados-naciones enfrentados unos contra otros. La estructura de un continente hecho de ciudades debe seguir siendo el elemento, el nexo y la garantía de la diferencia.Pregunta. ¿Comparte usted mi impresión acerca del referéndum francés a propósito del Tratado de Maastricht? Por principio, recelo un tanto de los referendos ya que, más discípulo de Montesquieu que de Rousseau desconfío de la "voluntad general". La masa camina en la dirección de sus apetitos y de sus intereses. Son los representantes los que pueden tener una cierta preocupación por el bien público. No obstante, la considerable mediatización del debate sobre Europa ha dado lugar a una impresionante cantidad de intercambios de calidad, intercambios de un nivel cultural normal mente reservado a una minoría Tal vez porque, agazapado tras la cuestión, se escondía un gran interrogante relacionado con la identidad colectiva. Las gentes ya no saben quiénes son.

Respuesta. Indudablemente, la mediatización, con todos sus defectos, nos ha hecho vivir momentos históricos de renovación. No obstante, añadiría que la identidad nacional no es ni un producto de los medios de comunicación ni un producto de la información, sino, más bien, un producto de la historia. Algunos pueblos tienen una identidad secular y hay otros para quienes el fenómeno es nuevo. Si la identidad lingüística es siempre un dato incuestionable, la identidad política, por el contrario, puede debilitarse. De hecho, la identidad es un fenómeno variable según los países y hasta según los estratos sociales. En Italia, en el siglo XIX, los hombres de letras tenían una identidad italiana que el campesino del Sur no poseía. Comparto por completo la opinión de mi amigo el lingüista Tullio de Mauro, para quien la lengua italiana, como lengua verdaderamente nacional, es hija de la televisión. Al acabar la batalla de San Martino-Solferino, cuando el rey Víctor Manuel II dijo a sus oficiales: "Señores, hoy hemos dado una buena lección a los austriacos", lo hizo en francés, porque él hablaba francés con la corte y dialecto con sus soldados. Durante la I Guerra Mundial se produjeron tiroteos entre fracciones no rivales de italianos convencidos de que aquellos a quienes disparaban eran extranjeros. Gracias a la televisión, esta lengua nacional, que no existía más que para las actividades de algunos hombres cultos y en sus sueños, se ha convertido, de norte a sur, en una lengua estandarizada. Y con ello ha salido reforzado el sentimiento de identidad. Una identidad que nada tiene que ver con la independencia; la cultura italiana existía aun cuando el país no era independiente. Y cabe concebir, paradójicamente, una federación, e incluso un ejército europeo unificado, en cuyo seno podrían cohabitar diferentes identidades nacionales. La identidad no se borra como la tiza en una pizarra.

P. Pero ¿no es acaso la lengua el primer obstáculo para la construcción de Europa? Estoy impresionado por la evolución del mito de Babel. Ya sé que hoy prevalece la tesis de que este mito fue inventado para explicar la diversidad de las lenguas. Sin embargo, no podemos olvidar que, en su origen, la torre de Babel fue construida como un desafío que la humanidad lanzaba al cielo; de ahí el nombre de "bab", que quiere decir puerta, y "el", que significa cielo. Este desafío prometeico traducía la voluntad de crear una ciudad en cuya cima se alzaría una torre que se perdería en los cielos. Los constructores afirmaban su poderío imponiendo una sola lengua, utilizando las mismas palabras; esto sucedía en Babilonia en un periodo que la Biblia sitúa entre el diluvio y la genealogía de Abraham.

Para cortar de raíz esta osadía, Dios sembró la confusión embrollando la lengua única. Los exegetas recuerdan que la palabra "babel" podría también provenir del término hebreo "bálal", que quiere decir a la vez confundir y embrollar. La capital se transformó como consecuencia de todo ello, en metrópoli de la confusión. Entonces, me planteo lo siguiente: ¿cómo realizar esta Europa multilingüe pese a la presencia en el inconsciente colectivo del mito de Babel?

R. Todo ello es cierto, pero en realidad este mito babélico no fue visto como una maldición hasta mucho más tarde, hasta los siglos VII u VIII, es decir, con el nacimiento lingüístico de Europa. Los padres de la Iglesia griega y de la Iglesia latina discutieron profundamente sobre la confusión de lenguas, pero a ninguno le quitaba el sueño porque disponían de una lengua oficial universal, el griego o el latín. Las actas fundacionales de las realidades políticas europeas, los Juramentos de Estrasburgo o la Carta Capuana están redactadas en lenguas locales. A partir de entonces es cuando Europa empieza a soñar con una lengua perfecta y trata de superar la maldición. En el siglo XVIII, el abate Pluc sugería que desde la época de Noé fueron apareciendo diferencias lingüísticas que fueron, a su vez, los primeros fermentos de la identidad. Debido a las diferencias de lengua, las gentes fueron centrándose en una ciudad, en una patria. Así pues, la diferencia empieza a ser sentida como un elemento de identificación nacional. Reprocha a sus conciudadanos franceses la opinión de que es inútil aprender una lengua extranjera. Es en el siglo XVIII cuando se empieza a hablar del "genio" de las lenguas, y más tarde será Humboldt quien diga que entender una lengua diferente es enriquecer la propia lengua. Desde entonces, la diversidad de lenguas empieza a ser percibida como un elemento positivo.

P. Sin lugar a dudas, pero si es un elemento positivo, en tanto que vector de comprensión del otro, esta pluralidad me parece que es también negativa en la medida en que consolida las divisiones.

R. Puede provocar, efectivamente, conflictos. Pero, en fin, la guerra de secesión americana enfrentó a gentes que hablaban la misma lengua, por no hablar de la guerra civil española. La unidad lingüística no es forzosamente una garantía de paz.

P. Lo que no equivale a decir que la división lingüística de Europa sea un factor de unidad.

R. En el marco de una Europa unida será tal vez necesario disponer de una lengua vehicular, es decir, una lengua como el latín en la Edad. Media. Podrá tratarse de una lengua natural, como el inglés, o bien de una lengua artificial, como el esperanto. Pero lo cierto es que una lengua vehicular no tiene como vocación el convertirse en la lengua natural de Europa. Deberá ser empleada en determinadas circunstancias, como sucede hoy, por ejemplo, con el inglés en los aeropuertos o en otros lugares.

P. Si el inglés llegara a convertirse en esta lengua vehicular, ¿no se expondría Europa al riesgo de sufrir la dominación de una lengua que se identifica con otro continente?

R. Yo no me pronuncio sobre la lengua vehicular que triunfará. Digo simplemente que hará falta una. La historia ha demostrado que es muy dificil imponer una lengua vehicular, una lengua que se impone por razones económicas o políticas y no por algunas voluntades individuales. Lo importante reside en la necesidad de que Europa llegue a ser políglota. Eso no significa que todos nosotros tengamos que hablar fluidamente tres o cuatro lenguas. Subrayo simplemente que ahora, gracias al bilingüismo, se está produciendo una

Una lengua vehicular, ya sea el inglés o el esperanto, no tiene como vocacion el convertirse en la lengua natural de EuropaLa unidad linguística no es forzosamente una garantía de paz. Recuérdese la guerra de secesión americana o la guerra civil española apertura a la multiplicidad lingüística. Mis hijos son bilingües, italiano y alemán; tras dos o tres días de estancia en Francia se expresan en francés. Están abiertos a la variedad. De ello deduzco que la única manera de pactar con el multilingüismo es un poliglotismo parcial. O los europeos son capaces de lograr este objetivo o se balcaniza el continente. La caída del muro de Berlín ha reforzado esta alternativa. Hace 10 años, en toda Europa se hablaban, a lo sumo, 10 lenguas. Tras el hundimiento del comunismo, hoy son ya 35. Una federación europea puede constituir el pivote ideal de esta multiplicidad.

P. Europa nació de sus ciudades, lugar privilegiado de los periodos de renacimiento. También en tiempos recientes, las revoluciones del Este han sido urbanas. Con este supuesto y dada la radical transformación de estas ciudades, ¿podemos imaginar un destino para Europa?

R. Ante todo, creo que Europa debe asumir la conciencia de que la ciudad es un producto asiático y europeo. Europa, antes de nacer como una yuxtaposición de Estados nacionales, se componía de una serie de grandes ciudades mercantiles italianas, alemanas, flamencas..., lo que Braudel llamaba las "ciudades-Estado". Florencia era en tiempos de Dante un Estado. Francia no ha sido una excepción al respecto. París existía cuando Francia no abarcaba más de una quinta parte del actual hexágono. Como Estado, Francia era un territorio sin importancia, pero existía la ciudad, existía París. Europa nace en torno al concepto de ciudad. Tal vez recuerde usted esa hermosa historia de Borges en la que un bárbaro invade Italia y se encuentra de pronto a las puertas de una ciudad. Ve el campanario de una iglesia, los techos, las murallas. Le parece todo eso tan milagroso que cae de rodillas y se hace esclavo de los romanos. Si hay alguien capaz de inventar semejantes objetos, ése merece ser el señor.

¿Qué entendemos por ciudad? Un tejido urbano continuo. París es una ciudad porque uno puede atravesarla sin encontrar espacios vacíos. Se sale de Clignancourt por la mañana y caminando se llega por la tarde a Montrouge. Para atravesar Alessandria, mi ciudad, apenas se necesita una hora, pero la diferencia es meramente cuantitativa.

La ciudad norteamericana es de otra naturaleza. Ha sido construida a lo largo de una carretera que va hacia el Oeste. Hay una calle central y un saloon. Hoy ese lugar ha pasado a ser un pequeño centro con un supermercado y algunos cines; más allá hay otro pequeño centro al que hay que llegar utilizando el automóvil, y después, se acabó... Los Ángeles no es una ciudad, es un territorio, una red de centros menores. En Norteamérica, en total, no hay más que cuatro ciudades en el sentido europeo: Nueva York, Boston, San Francisco y, por razones históricas, Nueva Orleans. Ésa es la razón por a que no se puede hacer la revolución en América. No hay ciudades donde hacerla. No se puede hacer la comuna en el campo.

P. Si le he entendido bien es la continuidad de ese tejido en el espacio y en el tiempo lo que ha creado una civilización particular que podríamos llamar europea. ¿No es un análisis demasiado reductor?

R. No, para nada. Ésa es la razón por la que yo me siento italiano en Londres igual que en Nueva York, que es una ciudad italiana y judía que sólo por azar se encuentra al otro lado del Atlántico; allí me siento europeo. Cuando estoy con mis colegas de universidad, me doy cuenta de que ando quejándome siempre como un europeo y de que tengo la misma concepción de la vida o de la amistad que ellos. Estos lazos entre dos personas, Montaigne y La Boétie, pueden nacer en el seno de una ciudad o de un pueblo. Estoy seguro de que en Estados Unidos no existe esta noción de amistad porque allí uno vive y se desplaza a escala de un continente: uno pasa tres años en la IBM en San Luis y luego decide ir a trabajar al aeropuerto de San Francisco. En pocas palabras, la distancia acaba por cortar todas las relaciones. Y sin embargo, aquí, cada dos o tres meses, me vuelvo a encontrar con un compañero de escuela de mis 10 años. La concepción de la ciudad permite esta continuidad. En Norteamérica seguro que ya se hubiera mudado de ciudad..., y encima sin tener la impresión de haber cambiado ya que se encontraría en el nuevo lugar con el mismo tipo de vivienda, con la misma clase de servicios. Si, por ejemplo, usted se ve forzado a tener que ir a vivir a Poitiers empezará a sentirse allí como un extraño. Esta manera de pensar no es sólo arquitectónica. Una ciudad es también una relación con el pasado. Uno se pasea por París y queda prendido en su historia, cosa que no sucede en una ciudad asiática porque allí sólo existe el pasado-pasado y después la modernidad. Tampoco existe ese nexo con el pasado en una ciudad norteamericana.

J. D. Lo que nos llevaría a pensar que la ciudad griega es el modelo de ciudad ideal.

U. E. Sí, podemos leer en Aristófanes la descripción de una ciudad, El Pireo. El filósofo iba a discutir a la plaza, espacio abierto en un mundo cerrado, en una ciudad protegida por sus murallas. Impensable algo semejante al otro lado del Atlántico. No se puede construir una muralla en torno a una ciudad norteamericana porque nunca se sabe dónde acaba. De hecho, se da eso que los norteamericanos llaman twin cities, caso de Minneapolis-San Pablo.

Copyright Le Nouvel Observateur.

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