En busca del pasado romano

Una de las funciones de las exposiciones -temporales o de colecciones de museo- que en España parecen gozar de poco atractivo es la de iniciar al espectador en el conocimiento de un tema. Informar -y, si esa información está estructurada, formar- no parece un objetivo válido para muchas exposiciones en las cuales el espectador, ante obras mudas, si no es un experto en historia del arte o en historia, sale tan confundido o ignorante del tema como ha entrado.Posición que, por cierto, no es compartida por la mayoría de las grandes exposiciones norteamericanas, francesas o británicas, en las cuales siempre se hace explícito el hilo conductor que ordena las obras expuestas y la voluntad de guiar al contemplador hacia el conocimiento de un determinado aspecto de la cultura. La exposición sobre el pasado romano de Cataluña, que se presenta en el Palau Robert, de Barcelona, ha optado sin vacilaciones por esta última postura, y a falta de piezas espectaculares ofrece una completa, clara y atrayente información acerca del pasado romano de Cataluña. En efecto, no hay maravillosos mosaicos, no hay pinturas originales, no hay grandes esculturas o joyas. En cambio, se ha sacado un muy buen partido de las piezas expuestas, algunas de ellas muy bonitas, como es el caso de las gemas talladas, de pequeñas esculturas de Venus o de vasijas de cerámica sigillata, y se ha incluido todo el material en un riguroso contexto histórico y cultural.

Conocimiento claro

Así, si el visitante no experimentará el estremecimiento que produce contemplar las pinturas murales de la Casa de Livia en el Museo de las Termas de Roma, obtendrá en cambio un conocimiento claro, serio y arqueológicamente actualizado de la envergadura de la civilización romana y su impronta en Cataluña.Por otra parte, la misma intención, denota el catálogo, que solamente reproduce algunas de las piezas expuestas (lo cual en algún caso es una pena), sacrificando este aspecto en aras de presentar diversos artículos, ordenados temáticamente, que ofrecen un detenido estado de la cuestión. Especialmente interesante es el capítulo dedicado al urbanismo, que corresponde a uno de los apartados temáticos de la exposición, en el que se analiza el pasado romano de la mayoría de las ciudades importantes de Cataluña, fundadas cuando Tarraco (Tarragona), que según Plinio habría sido obra de los hermanos Scipion, llevaba ya 100 años de vida.

La muestra responde también a la tendencia a presentar las exposiciones con un montaje teatral, a la manera en que los venecianos expusieron el legado celta, lo cual a veces facilita la comprensión de determinados aspectos y otras parece que nos transporta a Disneyworld.

Siguiendo un eje cronológico y otro temático, se abre con la cultura ibérica, que entre los siglos VI y I antes de Cristo abarcaba desde Andalucía hasta el Languedoc occidental, y que no desapareció inmediatamente después de la llegada de los romanos, sino que pervivió hasta ser derrotada por una progresiva romanización. A este momento pertenece un precioso plato de metal del tesoro de Tivissa, del siglo III antes de Cristo. Las necesarias referencias a Ampurias y la colonización griega, puesto que es en esta ciudad fundada por los foceos donde desembarcan por primera vez los romanos, dejan paso al tema central de la exposición, los distintos aspectos de la presencia romana.

A partir de ese momento, la exposición se ordena temáticamente, y cada sala se ocupa de distintos aspectos, como el comercio y la producción, la navegación, la religión, la vida de ultratumba, el derecho y el gobierno, la casa y el urbanismo. Diversas piezas, arqueológicas algunas y artísticas otras, hablan de cada aspecto. Destaquemos entre distintos retratos, género en el que los romanos sobresalieron, el perteneciente al emperador Marco Aurelio joven, de una fina factura y un innegable estilo helenístico griego.