Un barniz para la dictadura
De viejísima guardia, falangista adicto a la "dialéctica del puño y la pistola", combatiente de la guerra civil antes de que empezara, al lado de sus primos José Antonio y Pilar Primo de Rivera, mantuvo la base de su ideología con algunas peculiaridades: una doctrina social (Las aguas bajan negras, de 1947) y, sin embargo, una inclinación hacia Franco y sus adulteraciones de Falange. Ha dejado en este franquismo una pieza, Franco, ese hombre (1964) de dificil digestión histórica, como continuación de otro gran tributo al franquismo, Raza (1941): el guión y la especie de novela publicados bajo el seudónimo de Jaime de Andrade eran del propio general aficionado a escritor (eso sí, terrible), ya con Diario de una bandera); Peloto (para sus íntimos) Sáenz de Heredia no ha dejado nunca de mantener el valor que él atribuía a esas películas y a su inspirador: publicó con respeto y veneración sus conversaciones con Franco en esas y otras ocasiones. Entre otras peculiaridades políticas estuvo el que este duro de la preguerra no lo fue con los menos felices que él cuando ganó la guerra; quizá porque recordó que en 1936 Buñuel le había salvado la vida.Sáenz de Heredia no aceptó ningún cargo en el cine franquista: sólo las enormes facilidades para sus rodajes, y la mayor contribución que pudo hacer fue el de darle un sentido general al cine de su tiempo: un barniz para el franquismo. Las películas históricas o las que sin serlo recogían fragmentos del pasado, como la que probablemente fue su obra maestra, El escándalo, basada en Alarcón; las de curas (La miés es mucha) y las comedias de una cierta elegancia visual, un ejemplo de lo posible en nuestra primera posguerra, se llamaron de teléfono blanco. Escritores del régimen le entregaron sus novelas Torcuato Luca de Tena, Fernández Flórez, Segismundo Luengo, Ignacio Agustí con la famosa Mariona Rebull y les devolvió películas bien hechas. No hurtó grandes gestas coloniales (Bambú) ni capas y espadas al aire (Don Juan). Probablemente, dio mas él a Franco que Franco a él. El teatro sólo le sirvió de entremés: empezó como aficionado escribiendo comedias que no han dejado huella, y haciendo de letrista para Celia Gámez. Puede decirse que se extinguió con la época que él mismo había ayudado a crear y a dar tono; ha vivido mucho tiempo después sin dejar de tener las virtudes del señorito, dialogante y gracioso, simpático, amable: más alentado por lo que fue que rencoroso con los demás por no haber traspasado su tiempo.
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