Cervantes, condenado al éxito
La gran sultana
de Miguel de Cervantes. daptación de Luis Alberto de Cuenca. Principales intérpretes: Mario Martín, Carlos Mendy, Miguel de Grandy, Paco Racionero. Coreografía: Elvira Sanz. Música: Pedro Esteban. Escenografía, vestuario e iluminación: Carlos Cytrynowski. Dirección: Adolfo Marsillach. Teatro Lope de Vega. Sevilla, 6 de septiembre.
La Compañía Nacional de Teatro Clásico se presenta en el Lope de Vega sevillano con el estreno -estreno mundial- da La gran sultana, comedia bizantina de Miguel de Cervantes. Tanto la vocación de la compañía como el texto escogido en esta ocasión justifican plenamente la presencia de esta formación institucional dentro del ciclo de grandes compañías teatrales europeas que el teatro sevillano ha confeccionado con motivo de la Expo 92, junto al Royal National Theatre, el Dramaten o, dentro de pocos días, la Comédie Française. "¿Por qué Cervantes? O, dicho de otro modo: ¿Por qué no Cervantes?", se pregunta Marsillach en el programa. "No tuvo suerte don Miguel en el teatro En realidad, no la sigue teniento", añade el director: "Se le re conocen sus Entremeses, su Numancia, en ocasiones su Pedro de Urdemalas... Poco más".Cierto. Lo que ocurre es que Cervantes, como sucede con otros clásicos de nuestro teatro, está más sujeto a las valoraciones universitarias que a las propiamente teatrales, consecuencia directa del agrado con que el público acoge la representación de sus textos. Y es que Cervantes se representa poco. Prueba de ello es la noticia de este estreno mundial de La gran sultana, noticia incomprensible para un francés o un británico, dada la magnitud del autor.
Pero basta de lamentarse, porque ahí está la Compañía Nacional de Teatro Clásico dispuesta a remediar tan lamentable y vergonzante negligencia. La gran sultana es una comedia ingeniosa, bien construida, en la que se nos muestran los amores del sultán de Turquía con una cautiva española de gran belleza, doña Catalina de Oviedo. Amores que dan pie a una descripción detallada y divertida de las costumbres de la Constantinopla de principios del siglo XVII, centradas en gran parte en la corte del sultán y en el interior de su harén, con los inevitables eunucos y algún que otro cristiano cautivo al que las circunstancias obligan a disfrazarse de mujer...
En realidad, se trata de lo que los franceses llaman una turquerie. Marsillach, sin embargo, no parece conformarse con la bondad y la modestia del texto y le presta una descarada modernidad. "Cuando en nuestro país -¡tan liberal, tan comprensivo, tan demócrata!- se insulta a los gitanos o se apalea a los inmigrantes, escuchar -¡y ver!- ese grito vitalista y generoso de Cervantes resulta conrnovedor", dice el director. Pero lo que Marsillach tal vez no ha visto o no ha querido ver, llevado de una posible misoginia, es que ese sultán tan tolerante, al que poco le importa que su dama sea turca o cristiana, dispuesto a obedecer y no replicar a cuanto su dama y señora mandar quiera, no muestra ningún deseo en conceder a su dama la libertad que ésta le implora y que, por un momento, ésta cree que le ha sido concedida: "Levanta, señora mía, / que para ti no extiende / la merced que quiero hacer, / pues, si lo quieres saber, / sólo a varones comprende", dide el tolerante sultán.
Condenado al éxito
La Compañía Nacional de Teatro Clásico ha hecho de La gran sultána cervantina un espectáculo condenado al éxito. Un éxito del que es en gran parte responsable el trabajo de Cyntrynowski, con su engolosinada escenografía, y la presencia de Héctor Colomé en el personaje del gracioso Madrigal que el actor argentino interpreta espléndidamente. Un éxito que el público sevillano refrendó con sus inmumerables aplausos, aplausos que se acrecentaron cuando Marsillach salió a saludar, haciendo que todo el teatro se levantase de sus asientos.
Babelia
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