Un pequeño hallazgo Querido Ramón

Setenta minutos agradables: para quien guste de cualquier línea, de cualquier insólita palabra de Ramón Gómez de la Serna. No consiguió entrar en el teatro, no lo consigue: Ernesto Caballero es el dramaturgista, el director de este espectáculo, y ya se sabe que tiene mucho talento: aquí sabe hilvanar los textos variados, actuarlos, darles un misterioso atractivo.Y los actores: Alberto Jiménez es un trasunto de Ramón, y hace que todo sea inteligible por encima del surrealismo o del disparate lírico, y Susana Hernández es hígado, muñeca, náufraga de la lluvia, mujer todo el tiempo y es, en fin, una excelente actriz.

Aun así, en la tarde del martes no hubo más que ocho espectadores en la renovada sala del Alfil, y no estoy seguro de que hubiese pagado en la taquilla ninguno excepto nosotros dos. Tal vez a pesar de todo el teatro, y buen teatro, el nombre de Ramón sigue asustando a los espectadores. O quizá sea, ya, el nombre de teatro. Tal vez si esta pareja hubiese estado en las alternativas del María Guerrero, o en algún hueco del Español, sería otra cosa: son problemas ajenos al arte, si no a otras formas de atracción, de moda, de esnobismo. Las mismas razones por las cuales este espectáculo no ha tenido ninguna de las ayudas constitucionales que ahora se arrojan sobre cualquiera.

A mí, personalmente, Ramón me estremece desde la infancia: cuando algo vuelvo a leer o a escuchar, como en este caso, sigo encontrando un goce peculiar. La estructura de interpretación, dirección y adaptación tiene mucha parte en ese goce.