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Los cooperantes crítican la mala planificación y oportunismo de la ayuda oficial al Tercer Mundo

Ochenta jóvenes irán este año a América Latina dentro del programa de Jóvenes Cooperantes que por tercer año ha sacado el Instituto de la Juventud junto con la AECI y el Instituto Nacional de Empleo. Unos 4.200 jóvenes se presentaron para esas 80 plazas, que incluyen por primera vez proyectos en Cuba y El Salvador, y excluyen a Perú, por la situación que está viviendo ese país. Pero esta ayuda humanitaria española no concita felicitaciones de sus protagonistas, hasta hace muy poco fundamentalmente médicos. "Basta mirar a un cooperante cuando se va, todo ilusionado, y cuando vuelve, bastante escéptico", dice Ana Robles, médico madrileña de 27 años que estuvo hace dos en Guatemala como cooperante.

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No saben, no contestan

Entre quienes han decidido dar tiempo y experiencia profesional al sur de la Tierra, opiniones como la de Ana Robles se repiten una y otra vez. La culpa se la echan a la escasa planificación oficial española en esta ayuda internacional. "Lo que importa en la cooperación es la foto, sacarle alguna rentabilidad inmediata; pensar en una planificación más a largo plazo no tiene una fácil traducción en imagen política y en votos", afirma otro ex cooperante, médico en América Latina, que prefiere guardar el anonimato.Quienes se van este año son 17 licenciados en Económicas, 11 en Medicina, siete en Trabajo Social, seis en Periodismo y en Arquitectura, cinco en Pedagogía, cinco en Ingeniería Agrónoma, cuatro en Magisterio... que trabajarán como cooperantes seis meses y cobrarán entre 150.000 y 180.000 pesetas como ayudantes de los expertos de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI). En muchos de esos países el salario medio ronda las 10.000 pesetas.

El asunto se complica cuando la última tendencia de la AECI, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, apunta a contratar cada vez menos cooperantes básicos, para traspasar esa labor a organizaciones no gubernamentales (ONGS) como Médicos sin Fronteras, y quedarse en la especialización de los coordinadores y técnicos de programas. "Si se busca profesionalizar, la verdad es que la cooperación no lleva buen rumbo", dice David Oterino, pediatra de 42 años que ha sido cooperante en Mozambique y Guinea. "Antes los contratos para cooperación podían ser indefinidos. Ahora tienen un máximo de tres años".

Expectativas frustradas

Ana Robles opina: "Tal como está montada, la cooperación no tiene sentido. Creas unas expectativas, tanto entre los cooperantes como entre quienes reciben las ayudas en esos países que no se les da continuidad, que se ven continuamente frustradas". Ella, que siguió un programa para educar a promotores de salud rural en la zona de Antigua (Guatemala), volvió con una espinita que no consigue sacarse, no es ajena a la situación de deterioro social de esos países: "Creas proyectos, educas a promotores para que los lleven ellos a cabo, pero cuando te vas, porque a los tres años se van los expertos de la Agencia, y les dejas solos, se dispersan, son incapaces de seguir, porque, en buena parte de América Latina, organizarse es entendido por el régimen como subversión. Y vienes a España y no haces más que acordarte de qué harán, de qué sirvió lo que hiciste. Intentas seguir vinculada de alguna forma con la cooperación, pero las dificultades son tantas que acaban consiguiendo desanimarte. No hay una mínima planificación".

El límite temporal también es criticado por Miguel Ángel Briones, director de programas de Cooperación con América Latina del Instituto de la Juventud, el cual cree que lo deseable sería que estuvieran 12 meses, "para rentabilizar su adaptación e inserción en una sociedad tan distinta a la que acostumbran".

Juan Garay, doctor especializado en Medicina Tropical, presidente de la Asociación Española de Cooperantes para la Salud en el Tercer Mundo, creada hace dos años y formada por 250 socios que luchan por conseguir un estatuto del cooperante con unos derechos que ahora no tienen, cree que para que un proyecto tenga una incidencia real debe ser de unos 10 años.

Garay pinta la cooperación española con dos grandes trazos: "Tradicionalmente ha sido confesional, hay unos 20.000 religiosos españoles en el Tercer Mundo, que ahora empiezan a cambiar su actitud para centrarse más en tareas de desarrollo humano y menos en la evangelización. Nuestra cooperación de las organizaciones no gubernamentales (ONGS) es en su mayoría muy joven, con menos de 10 años de experiencia. De hecho, las subvenciones que da la CE, a través del Fondo Europeo de Desarrollo, a las ONGS españolas es diez veces inferior a las de los países punteros en la cooperación, Reino Unido, Bélgica, Italia, Alemania y Francia".

"Entre los objetivos de la asociación de cooperantes que hemos creado", afirma Garay, "está facilitar el primer contacto con el Sur. En España hay anualmente miles de solicitudes de jóvenes que quieren ser cooperantes, pero que no son atendidas. Y después se les acusa de estar interesados sólo por el dinero y el triunfo profesional... ¡Si es lo que se está promocionando! No sólo eso, los que consiguen ir, cuando regresan, encuentran muchas dificultades para seguir en relación con ese mundo".

Garay no amplía su crítica a otros estamentos públicos: "Aquí, en España, hay un mínimo de planificación de la cooperación desde la Administración, pero también desde las universidades. Es todo como una política de hechos consumados, de imagen, pero sin nada duradero detrás. En el Reino Unido, donde me especialicé en Medicina Tropical, la tercera parte de los universitarios, cuando se licencian, han tenido algún tipo de experiencia en algún país del Tercer Mundo; en España ese porcentaje es mínimo. Ése es el auténtico motor de una sociedad, la forma de inyectar solidaridad, idealismo y otros valores que no sean el puro materialismo y enriquecimiento. Eso es lo importante, y no una campaña de carteles".

Medicinas caducadas

Más crítico aún se muestra el médico que realizó su labor en América Latina hace dos años y que prefiere no dar su nombre "Allí hemos llegado a recibir un avión con medicinas de las que la mitad eran inservibles porque estaban caducadas. Importan otras cosas; abrir vías comerciales, de influencia política; ahora, por ejemplo, en Angola y Mozambique; de contraprestaciones a cosas como la acogida de terroristas. Lo que menos importa, y eso se lo digo con la experiencia de haberlo vivido, son los resultados concretos de lo que un pueblo del Tercer Mundo haya mejorado su nivel de vida. Y lo crudo de todo esto llega cuando compruebas que el Tercer Mundo cada vez está peor y que depende de estas ayudas del Norte. El Gobierno de Guinea, es otro ejemplo, no aporta ni un 18% al presupuesto de su Ministerio de Sanidad, el resto lo cubre la cooperación internacional, especialmente España".

Juan Garay, que ha estado de cooperante en África y acabó casándose con Isatu Ridwan, una mujer de Sierra Leona que trabajaba en el campo y ahora habla siete idiomas y trabaja como secretaria de la Asociación de Cooperantes, lo resume con una frase: "En el Norte nos pasamos la vida eligiendo. En el Sur se la pasan buscando".

El director de programas del Instituto de la Juventud, Miguel Ángel Briones, hace, sin embargo, sobre los resultados de la experiencia, otra interpretación: "Les ves irse con muchos temores, y vienen maduros, seguros, muy sensibilizados".

Maribel Granados, de 23 años, es una de las que se van. En junio se incorpora a un proyecto para trabajar con jóvenes en Medellín (Colombia). Cree que seis meses no es nada -"es más lo que aprendemos que lo que aportamos"- y sabe que reengancharse no es tan fácil: "Lo sé por amigos míos que se han ido y han querido volver. A nivel de ONGS está muy difícil, y a nivel oficial, también".

Juan Garay concluye: "¿De qué sirve ese programa y ese dinero invertido, que considerándolo aislado está muy bien, si después no hay ninguna planificación que aproveche ese caudal humano y esa experiencia?".

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