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La tradición autoritaria

El autor mantiene que el presidente de Perú, Alberto Fujimori, contó con la tradición autoritaria del país para ejecutar su autogolpe de Estado el pasado 5 abril. Los sondeos desde Velasco Alvarado (1968-75) a hoy muestran la fe de los peruanos en el Ejército en detrimento de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

La revista peruana Caretas hizo hace algunos años una encuesta cuyos resultados contribuyen a entender mejor los acontecimientos recientes del país andino: preguntados sobre cuáles habían sido los mejores Gobiernos que habían conocido, una gran mayoría de los encuestados se inclinó por dos regímenes de facto, los del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975, 40%) y del general Manuel Odría (1950-1958, 25%). Independientemente de una explicable nostalgia por tiempos de bonanza económica y relativa estabilidad social, el sondeo revelaba sobre todo hasta qué punto la sociedad, y especialmente la clase media, desconfiaba del desorden asociado a los Gobiernos civiles y mantenía intacta su fe en el Ejército como una institución que simbolizaba, más que cualquier partido político, la defensa de los intereses nacionales.Desde entonces, en todas las encuestas las Fuerzas Armadas son invariablemente consideradas como la institución que mejor funciona en el país y la que sustenta el mayor poder. El resultado para el Parlamento es lamentable y ocupa un papel marginal en la vida política. No es mejor la situación del poder judicial: heredero de una larga tradición de sumisión al poder.

Alberto Fujimori contó con que esos factores psicológicos serían decisivos para el éxito de su autogolpe: después de todo, los 12 últimos años de Gobiernos constitucionales habían presidido los años de mayor crisis económica y social de la historia republicana de Perú. El péndulo de la historia estaba a punto de retomar al autoritarismo, empujado por la exasperación de amplios sectores ante la ineficiencia de las instituciones democráticas y judiciales. El equilibrio entre los poderes del Estado sería su primera víctima.

Los motivos son materia de especulación y lindan con el psicoanálisis. Según célebres declaraciones de García y Fujimori, el peor defecto de un político sena ser "ingenuo", un hombre blando al que es posible presionar y que pierde el control de las situaciones. El presidente debe imponer su voluntad pasando por encima de las normas establecidas. Paralelamente, el voluntarismo autoritario presidencial tiene su contraparte en la debilidad de las instituciones civiles.

Por su parte, los partidos políticos han sido la imagen ideal de propiedades señoriales, con estructuras verticales presididas por cúpulas interesadas en ejercer un control incuestionado sobre sus militantes. Desde el Partido Aprista a Sendero Luminoso, pasando por el liberalismo manchesteriano del partido fundado por Mario Vargas Llosa, por contrapuestos que parezcan, dan, a través de un discurso muy rígido, un código de conducta, un sistema de valores que proporciona un sentido religioso a la militancia política.

Cuando la ciudadanía pudo elegir un Gobierno no fue un partido, sino más bien una red de nuevas clientelas personales lo que llegó al poder. Las bases sociales que se creyeron representadas por el nuevo Gobierno se vieron periódicamente traicionadas, y sólo aquellos individuos o grupos capaces de acceder a los caudillos y sus círculos íntimos lograron beneficiarse efectivamente del cambio de Gobierno.

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En ese marco, el poder siempre se ha ejercido de modo arbitrario, sin mecanismos compensatorios al poder del Gobierno. Ese aspecto patentiza la más grave similitud entre Gobiernos impuestos militarmente y los elegidos por sufragio universal. El esquema haría crisis cuando el nuevo Gobierno no contara con la mayoría parlamentaria, que sí tuvieron Belaúnde y García.

El sorprendentefenómeno Fujimori demostró hace dos años el descrédito del sistema de partidos. Igualmente cuestionados quedaron la vieja clase dirigente y sus partidos liberales y conservadores, la larga serie de derivaciones doctrinales del marxismo y un estilo populista de liderazgo. Fujimori y Vargas Llosa, los candidatos de mayor votación, con mayor o menor énfasis y coherencia, subrayaron que la crisis era fruto de la obra de élites políticas y económicas que no habían promovido nunca ni la democracia ni la economía de mercado.

Imagen del misterio

A diferencia del novelista, Fujimori no necesitó de un estricto u orgánico discurso político y económico para seducir a los independientes: le fue suficiente inspirar la confianza de que él sí representaba un cambio real. Fujimori explotó sistemáticamente un discurso antipartidos en lo político y deliberadamente ambiguo en lo económico. Incluso se atrevió a sacar a la luz pública un viejo asunto que un tácito pacto de silencio había mantenido en las penumbras del subconsciente nacional: el racismo peruano y sus reverberaciones políticas, la marginación política de los pueblos andinos.

Fujimori era hasta el 28 de julio de 1990, cuando asumió el poder, la imagen misma del misterio. Pero gradualmente se fueron despejando las incógnitas. Del candidato sonriente se pasó al gesto adusto y a los modales imperiales. Un talante autoritario fue progresivamente aislándole en un reducido círculo interior de familiares y asesores privados.

Tras unas iniciales medidas conciliadoras, adoptó una estrategia de confrontación con los demás poderes del Estado. Carente de una base política propia, se apoyó en la institución que tradicionalmente ha funcionado en América Latina como un partido político en armas: el Ejército.

En lo económico aplicó una durísima terapia de choque "sin medida ni clemencia" como arguiría un viejo vals criollo. Pero, cosa curiosa, no hubo desbordes ni saqueos ni violencia no subversiva. Pese a que la recesión se agudizaba, haciendo de Perú el país más caro del continente, el presidente registraba un aumento de popularidad. En diciembre del año pasado, el 60% aprobaba su gestión. Las causas eran diversas: tras la exorbitante inflación del 2.775% anual de 1989 se llegaba a fines de 1991 con el 139%.

Éxito económico

El Producto Interior Bruto creció ese año entre el 2% y el 3%. La tasa de paro urbano inició una leve tendencia decreciente y el Gobierno concluyó con éxito la reinserción del país en el sistema financiero internacional a costa de ingentes sacrificios.

Pero al buscar apoyo en los militares, Fujimori se hizo un rehén de sus demandas de impunidad por violaciones de derechos humanos. El peligro de insubordinación de mandos medios del Ejército le inclinó a apoyarse aún más en la cúpula militar.

Entretanto, los otros frentes del Gobierno seguían sin dar resultados alentadores: 3.106 personas murieron en actos terroristas durante su primer año de mandato y el país alcanzó uno de los índices más altos del mundo en detenidos-desaparecidos.

Terminado su periodo de gracia inicial, la clase política fue arreciando sus ataques contra el Ejecutivo. El ex presidente García inició el año con una descarga pesada de su artillería retórica contra la política económica del Gobierno. Su exculpación por el Poder Judicial por cargos de corrupción le volvió a situar en las proximidades del poder para 1995. El calentamiento de los motores partidistas para las elecciones municipales de noviembre auguraban una renovada polarizacion política. Que lo ocurrido la noche del 5 de abril era previsible se puede deducir del fuego cruzado de los primeros meses del año. En enero, Fujimori declaraba que el país necesitaba un emperador, amenazando con cerrar el Congreso.

El discurso presidencial caló en la opinión pública, que manifestaba crecientemente su convicción de que el Parlamento era una institución cara e innecesaria. Desde entonces, los hechos se precipitaron: el intento de golpe en Venezuela y la liberación de altos mandos de Sendero por orden judicial. Jorge Basadre, el mayor historiador de la República, escribió que Perú es el país de las vicisitudes trágicas y las oportunidades perdidas. Aunque quizá sea este justamente el momento propicio para que las funestas tradiciones autoritarias comiencen a desaparecer.

Luis Esteban González Manrique es periodista peruano.

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