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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Postalitas freudianas

La segunda comparecencia de Mrs. Streisand en tareas de dirección, después de aquella Yentl que fue su fallido debú tras las cámaras, ahonda si cabe en los defectos que ya planteaba su ópera prima. Es decir, superficialidad disfrazada de trascendencia, puesta en escena vacilante y un horrendo gusto visual que hace del Sydney Pollack de Memorias de África una especie de estoico Jansenista de la cámara.Su empalagosa propensión al encuadre bonito, a las puestas de sol de anuncio de vacaciones en Florida, puede hacer desertar al más ínclito admirador de la publicidad disfrazada de narración. O sea, de eso que con admirable tesón practican los hermanos Scott, Ridley y Tony, azotes de espíritus sensibles.

El príncipe de las mareas (The prince of tides)

Dirección: Barbra Streisand. Guión: Pat Conroy y Betty Johns, según la novela del primero. Fotografía: Stephen Goldblatt. Música: James Newton Howard. Producción: Barbra Streisand para Columbia, EE UU, 1991. Intérpretes: Nick Nolte, Barbra Streisand, Blythe Danner, Kate Nellinga, Jeroen Krabbé, Melinda Dillon. Estreno en Madrid: cines Palacio de la Prensa, Cristal, Albufera Multicines, Paz, Parquesur, Ideal Multicines (VO), Multicines Pozuelo, Alcalá Multicines, Vaguada, Multicines Fuenlabrada, Las Rozas Multicines.

El príncipe de las mareas es, en realidad, dos películas en una. Pero, por desgracia, ferozmente desiguales y decididamente mal ensambladas. La primera, a años luz la más interesante, cuenta la historia de un aguerrido mocetón sureño (Nick Nolte, el único reclamo sólido de la función) que oculta tras su sana y deportiva apariencia un altillo lleno de telarañas. No viene a cuento explicar cuál es su trauma, pero la encargada de desvelarlo es una imposible psicoanalista (ha adivinado: la inefable Mrs. Streisand), judía neoyorquina, casada con un impresentable virtuoso del violín, y madre de un no menos virtuoso y traumatizado aspirante a músico. Que lo consiga tras un par de entrevistas, cuatro gritos y una libidinosa mirada (de él) a las piernas (de ella) pone en crisis los fundamentos mismos de la práctica freudiana, y de paso le hace un flaco favor a la divulgación de las virtudes curativas del método.

Una psicóloga y un mocetón

La excusa argumental para que psicóloga y mocetón se encuentren no es una terapia ortodoxa, sino una hermana escritora, igualmente traumatizada y vocacionalmente suicida. El público sabe ya que entre analista y paciente no caben relaciones como las que Ingrid Bergman y Gregory Peck mantuvieron, a mayor gloria del cine y en detrimento de las ideas de don Sigmund, en Recuerda; y además, Streisand como directora sólo se parece a HItchcock en que ambos filman con una cámara.El fuerte trauma, que hay que apuntar en el haber de Pat Conroy, autor de la novela de partida, se va desvelando poco a poco, y cuando estalla en toda su crudeza, la película parece también haber alcanzado su clímax: hasta ahí no es ninguna maravilla, pero tiene una lógica, un sentido. No es gran cine, (es de temer que la señora Streisand no sepa hacerlo; pero eso lo desvelarán los años), pero se deja ver sin excesivos sobresaltos.

El problema es que ahí el espectador comprende que empieza otra película, algunos de cuyos flecos ya ha contemplado; por ejemplo, la relación -manida, más bien tonta, decididamente prescindible, que establecen entre sí el mocetón y el hijo traumatizado- Cierto, no dura mucho: una media horita, tal vez incluso menos. Pero, por desgracia, es la que le interesa contar a Mrs. Streisand: el flirt entre analista y paciente, con paisajes para todos los gustos, luces declinantes, desnudos insinuados, ceremonias amorosas de dudoso gusto. Para ello introduce con calzador algunos personajes sencillamente grotescos -por ejemplo, el violinista, en cuya recreación el holandés Krabbe pone mucho más de lo que el personaje merece, la verdad-; y como Mrs. Streisand tiene un ojo puesto en la Academia, el mensaje final, que el lector atento ya habrá adivinado, no podrá defraudar las expectativas de sus vetustos miembros. Con lo cual, cerrojazo y defensa de la institución familiar, que de eso van los tiempos.

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