Una mirada alerta
J. C. Pocos escritores españoles, jóvenes o viejos, deben haber sido menos afectados que Francisco Ayala por la gloria literaria. Escéptico de Granada, el autor de El jardín de las delicias está convencido de que la vanidad es inútil: "se evapora con la vida". Abrumado por el reflejo que tuvo en la sociedad española él premio que le comunicaron mientras yacía gravísimo en un hospital de Nueva York, aun el último viernes Ayala enviaba cartas de gratitud. Sentado en un pupitre de Correos, en Cibeles, pegaba sellos como un colegial. "Hay que hacerlo. Uno tiene que agradecer estas cosas". Nunca se ha dado por vencido, ni en el exilio ni cuando recibió el inclemente acoso de una neumonía. Dice que ya es un espectador y que nada le afecta. Acaso sea la única ocasión en que Ayala oculta la realidad: no ha dimítido de nada y, sigue con la mirada alerta de la que se ha valido siempre como escritor. Él mismo lo dice: "Yo creo que nunca he dicho mentiras en mi literatura, y acaso sea eso lo que vio el jurado del Cervantes: que siempre escribí la verdad y que siempre lo hice en libertad"; Testigo del siglo, es también un profeta reticente: en 1962 escribió que este país superaría el franquismo con una transición tranquila, y aquello le valió la reprimenda de los progres de aquel tiempo. Hoy no quiere repetir profecías -"Ortega hizo algunas brillantes, pero otras fueron fracasos estrepitosos"-, así que del futuro no quiere decir demasiado: "Será lo que tenga que ser". Lamenta que se haya entonado con tanta precipitación el réquiem por el marxismo, "un instrumento singular para analizar la historia", pero concede que ahora no hay muletas ideológicas en las que apoyarse. "Por eso quizá haya tanto desencanto, tantas escapadas precipitadas. Pero surgirá algo. Tengo esa esperanza". Robusto, recuperado para la vida cotidiana, el último premio, Cervantes no se concede tregua.
Babelia
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