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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Iluminaciones nocturnas

Si bien de natural discreto y muy poco frecuentador de las relaciones públicas, la obra de Jordi Teixidor (Valencia, 1941) sigue generando expectación. Y ahora mismo quizá más de lo acostumbrado, pues, desde 1987, no había vuelto a exponer en Madrid. La expectación que suscita Teixidor no procede, sin embargo, ni, como acabo de señalar, de su extroversión ni tampoco de la bien merecida posición de privilegio que ha alcanzado en el arte español de los últimos 25 años, sino de algo tan insólito actualmente como su inquebrantable vocación pictórica. Quiero decir que Teixidor, en vez de ampliar indiscriminadamente el campo de sus intereses artísticos en función de las modas, ha centrado sus esfuerzos en la intensidad, que es la forma de progresar en hondura y no en superficie.En este sentido, quien contemple la exposición actual, habiendo previamente visto la de 1987, no apreciará cambios sustanciales aparentes, ni siquiera en la dominante cromática, de los azules profundos. No obstante, una segunda mirada, imprescindible en este caso, nos hace descubrir esa intensidad y esa profundidad crecientes a las que antes me refería, tanto más evidentes para la contemplación atenta porque en esta obra todo se dirime en esa delgadísima epidermis de lo pictórico esencial.

Jordi Teixidor

Galería Elba Benítez. San Lorenzo, 11. Madrid. Del 21 de noviembre de 1991 al 11 de enero de 1992.

Sentido lírico

De hecho, Teixidor desde hace años sometió a su pintura a un proceso de despojamiento, en algunos aspectos parecido o próximo al análisis minimalista, aunque sin perder por ello el sentido lírico y atmosférico, as¡ paisajístico, que le es connatural. La muestra gira en torno a tres series básicas -la primera y más importante en tomo a una evocación de un pasaje poético de san Juan de la Cruz; la segunda, reunida bajo el título común de La catedral, y la tercera, con la contundente y romántica denominación de La muerte del poeta-, las cuales, despliegan esa realidad fluida y, física y simbólicamente, misteriosa que es el azul. Junto a este argumento esencial existe el contrapunto, voluntariamente semioculto en el montaje de la galería, de unas notas amarillas, tanto en la forma de un cuadro rotundo como en la de una secuencia trinitaria de tres dibujos de pequeño formato.¿Hay que explicitar, casi con grosera evidencia, que bien podría tratarse de la celebración de la noche y el día? Teixidor posee una sensibilidad demasiado sutil para las verdades gruesas y puede manejar lo contrapuntístico, pero más en el sentido de contraponer la claridad de la noche a la oscuridad de la noche. Da, por de pronto, una hermosa pista literaria a través de la elección de los dos primeros versos del poema Cantar del alma que se goza de conocer a Dios por fe, de san Juan de la Cruz, versos que dicen: "¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, / aunque es de noche!", con los que titula el tríptico que preside la exposición. Porque si éstos nos dejaran ya lo suficientemente explícita la confesión de quien ve la claridad, no a pesar, sino en la oscuridad, bastaría con hundir la mirada en los tres pozos que ha pintado Teixidor para obtener la respuesta.

La noche acuática reverbera en verdes, como cuando el cielo se refleja en el húmedo suelo cristalino. Todo aquí consiste en grados de luz que son; a su vez, estados de iluminación. Lo prodigioso de esta radiante verdad entrevista en sombras azuladas, que esconden a sus espaldas amarillas, no es la iluminación mística y cósmica de la profunda unidad del día y la noche, sino su resolución pictórica.

Esta revelación, que puede ser asimismo tratada como la secuencia temporal de los diferentes momentos de la luz sobre un mismo motivo catedralicio, al modo de Monet, es esencialmente poética. Teixidor logra ser poeta desde la pintura, sin palabras, con sólo desplegar un iridiscente manto azul sobre los hombros de un luminoso cuerpo celeste, que hay que proteger como la noche tapa la evidencia del día, como la oscuridad velw por la luz. ¿Debe así, pues, extrañarnos que esta pintura tan tensamente expectante de Teixidor siga generando hoy, más allá de lo consabido, expectativas?

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