"No se puede elegir el libro que se escribe"
La única receta para el best-seller es "retener la atención", dice Follett en la suite que ocupa, por 36 horas, en un hotel de Madrid. Y propone terminar los capítulos con una intriga. Eso es lo elemental, se le dice. "Quizá, y sin embargo la mayor parte de los que lo intentan no se han enterado".Noche sobre las aguas nació de un amor fulgurante entre un escritor en crisis, pues no le salía lo que estaba intentando, y una leyenda, el Clipper, hidroavión de pasajeros del que sólo se fabricaron doce ejemplares, antes de la Segunda Guerra Mundial, de los que no quedan más que los recuerdos de quienes viajaron en ellos: el pasaje a América costaba lo mismo que una casa, de modo que la atmósfera era como la del Orient-Express o de un trasatlántico de lujo.
Según fue averiguando Follett a medida que se adentraba en la exposición sobre el Clipper, en el aeropuerto de La Guardia, en Nueva York, os pasajeros recibían la lista de sus compañeros, todos gente conocida, los cuartos de baño tenían tocador, y por la noche se dormía entre sábanas. La novela tiene intriga, romance, lujo, y un viaje, todos los ingredientes de un best-seller, reconoce Follett, aunque él es escéptico sobre las recetas pues no todos los best-sellers responden a ellas. Así ocurrió con el último suyo, Los pilares de la tierra (Plaza Janés), en la que se cuenta la historia -no muy fácil en principio- de la construcción de una catedral medieval. Es el libro más ambicioso con que se ha enfrentado -"no lo hubiese podido escribir hace quince años", dice-, y por eso mismo, su preferido.
Follett es una extraña mezcla. Perfectamente consciente de que en su escritura intervienen "la política, el comercio y la literatura", la enfrenta, al tiempo, con la misma rabia y ambición que el más delirante de los poetas. "La mala opinión existente sobre la literatura de best-seller no me molesta", dice Follett con la parsimonia de quien ha tenido que soportar muchas veces la misma pregunta. "Es una opinión más abundante entre los críticos que entre los escritores. Los escritores sabemos lo que cuesta terminar un libro, cualquier libro, y respetamos a su autor".
Follett permaneció sólo 36 horas en Madrid, para presentar su libro. Venía precedido de una fama de estrella -horarios, manías, exactitudes varias-, pero luego él se justificó. "Si uno se prestara a todas las peticiones de los editores, pasaría más tiempo en ello que escribiendo". Y sin embargo, a sus 43 años y tras una larga docena y media de obras, cree que el autor debe ayudar a sus editores a vender.
El autor de La clave está en Rebeca o El ojo de la aguja pasa por ser uno de los escritores que más dinero gana. Los adelantos por novela rondan los cinco millones de dólares (unos 500 millones de pesetas), y en efecto circulan indicios de historias sobre su modo de vida -castillo en el Loira; residencia de 200 años en Londres, a la orilla del Támesis; trajes como sólo los puede cortar un magnífico sastre...-, que él oculta de la curiosidad pública con la tenacidad de quien fue periodista en un tabloide amarillo y sabe hasta dónde puede llegar la avidez.
Laborista
Hijo de un inspector de hacienda galés y criado en un ambiente muy religioso (bautista), Follett no sólo hace apostolado para el laborismo entre otros personajes, sino que también dona el 1% de lo que gana. ¿Y cuánto gana?. Es la única pregunta a la que no responde.Piensa que la sola misión de un escritor es la de entretener, en tiempos de bonanza como de crisis, pero en sus libros sí se alcanza a percibir mayor ideología que en los de otros de sus pares. En éste, su personaje preferido es Harry, un pícaro guapo y no demasiado malo, una suerte de personaje tipo David Niven, y el más antipático, un marqués multimillonario que tiene que huir de Inglaterra para que no le detengan: ha sido un dirigente fascista en las islas hasta ese mismo día. Pues el fascismo inglés -como recuerda quien piensa que hasta lo de los modales de los aristócratas ingleses es una patraña-, no se reducía a los camisas negras de Oswald Mosley, de lúgubre memoria. "Olvidamos que había fuertes movimientos fascistas en Inglaterra y Francia, con serias complicidades entre la aristocracia. El propio Eduardo VIII (luego Duque de Windsor) coqueteó con el fascismo". Así se dice en el libro, con la simple alusión a una cacería.
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