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Rosas rojas y hojas muertas, en la despedida de Yves Montand

El cantante y actor fue enterrado junto a Simone Signoret, su mujer durante 30 años

Los famosos le despidieron con rosas; el pueblo de París, con hojas muertas. A Yves Montand, que detestaba los entierros, no le hubiera disgustado el suyo. Fue breve, silencioso y emocionado. Desde ayer, el actor, cantante y activista político reposa junto a Simone Signoret, que durante más de tres décadas fue su esposa. La actriz y escritora había fallecido en 1985. Un abedul hace la guardia junto a la sepultura de la pareja, en el histórico cementerio parisiense del Père Lachaise. A cuatro pasos se encuentra la avenida de los Combatientes Extranjeros Muertos por Francia.

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Tras una noche lluviosa, el día amaneció húmedo y gris, uno de esos clásicos días del otoño parisiense en que, como cantaba Montand, las hojas muertas se recogen con palas, al igual que los recuerdos y las penas. Y sin embargo, desde las siete de la mañana, cientos de personas se agolpaban ya ante la entrada principal del cementerio del Père Lachaise. Aún faltaban tres o cuatro horas para que Montand emprendiera su último viaje desde el bulevar Saint Germain al camposanto, pero esas personas temían no encontrar un buen lugar en las colas que pronto iban a formarse.

En las alamedas del Père Lachaise, a la vera de los castaños de Indias, los cipreses y los pinos, en mausoleos y tumbas de piedra gris, recordados por epitafios que ensalzan la libertad, la justicia, la ciencia y el arte, un montón de personajes ilustres esperaban a Montand. En primer lugar, Simone Signoret, a cuyo lado iba a ser enterrado. También la legendaria cantante Edith Piaf, la primera de las grandes mujeres que jalonarían la vida de Montand. Y Chopin, Moliére, Modigliani, Oscar Wilde, Paul Eluard, Sarah Bernhardt, Jim Morrison y tantos otros,escritores y artistas.

Su pueblo

Hacia las diez de la mañana, el número de fotógrafos y cámaras de televisión colocados alrededor del lugar donde Montand iba a reposar para siempre tan sólo era superado por el de coronas de flores. Había una enviada por el movimiento polaco Solidaridad y otra del director de cine Jean-Jacques Beineix y todo el equipo de la película en el transcurso de cuyo rodaje Montand sufrió la crisis cardiaca que, el pasado sábado, puso punto final a 70 años de vida. Y no faltaba la de Monsummano, la localidad toscana en la que nació, con el nombre de Ivo Livi.

Llevando un estandarte azul con el escudo de la Comuna, el alcalde de Monsumniano flanqueaba al actor Michel Piccoli, el político republicano François Leotard y el veteranísimo director cinematográfico Marcel Carné, que encabezaban el reducido grupo autorizado a penetrar en. el cementerio y esperar la llegada del cortejo fúnebre. En un segundo plano, muy discretos, el periodista Serge July y, muy sombrío, el actor Alain Delon.

Acompañado de un inmenso Gérard Depardieu y de una bellísima Catherine Deneuve, los dos con gafas de sol, Jack Lang, el ministro de Cultura, se unió a este grupo. Luego llegaron el cineasta Costa Gavras, el cantante Patrick Bruel y el filósofo André Glucksmann. Y representantes oficiales de los partidos socialista y comunista.

A las once llegó el cortejo. Lo encabezaba un coche con el ataúd de Montand y una cordillera de coronas. Seguían autobuses, de los que descendieron Carole, la viuda de Montand y madre de su hijito, y Catherine Allegret, hija de Signoret. Luego, algunos amigos íntimos, como el escritor Jorge Semprún, el secretario de Estado francés para la Acción Humanitaria, Bernard Kouchner, y la periodista Christine Ockrent. Venían muy afectados.

La ceremonia fue breve. El féretro, sencillo, de madera clara, quedó depositado sobre la tumba abierta de Signoret, y las personas citadas y algunas otras desfilaron de una en una para arrojar una rosa roja. La escena era enmarcada por una corona enviada por el presidente de la República Francesa y un tapiz de flores rojas y blancas que representaba la silueta de un Montand tocado con sombrero de copa. No hubo sermones ni discursos. Montand detestaba este tipo de ceremonias.

Los famosos se fueron enseguida, y pudo comenzar el desfile del pueblo parisiense. Había gentes de varias generaciones, y todos empleaban las mismas palabras: "simpático", "tierno", "adorable", "pícaro" y, en el caso de las mujeres, "guapo". Miles y miles de personas habían tenido la misma idea: llevar hojas muertas. Alain, un bailarín de un club nocturno parisiense alcanzado por el sida, había consagrado la madrugada a hacer una preciosa composición con hojas recogidas en un parque.

Maurice, un camarero retirado, hizo un epitafio quizá definitivo: "Como él, yo soy de origen modesto. Como él, yo fui compañero de viaje del partido comunista. Montand creyó en una gran causa, se equivocó y tuvo el valor de confesarlo. Era formidable. La muerte de este hombre bueno es el fin de una época". Eso es, el fin de una época.

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