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¿Un Plan Marshall para la URSS?

Entre los comentaristas políticos y en el seno de las universidades y de los gabinetes de estudio de EE UU está teniendo lugar un gran debate sobre la cuestión de si dicho país y sus aliados ricos de Europa y Japón deben ofrecer una ayuda económica masiva a la URSS. Hablando en términos generales, los que están a favor de una especie de Plan Marshall (conocido como the gran bargain (el gran negocio) son los que atribuyen a Gorbachov haber terminado con la guerra fría y haber otorgado a los pueblos soviéticos la primera medida real de libertad política desde la revolución bolchevique de 1917. Reconocen plenamente que, en contraste con sus enormes éxitos diplomáticos, ha sido incapaz hasta ahora incluso de iniciar las necesarias transformaciones económicas. Pero creen que, a pesar de las concesiones tácticas a los conservadores y a los militares, Gorbachov está comprometido básicamente con la reestructuración democrática y orientada al mercado de la URSS y que la única alternativa a su liderazgo sería el desmembramiento del Estado soviético con conflictos impredecibles, y casi con toda seguridad violentos, entre los posibles Estados secesores.Los que se oponen a la ayuda económica son los que creen que la URSS no puede ser reestructurada, a pesar de las intenciones, públicamente expresadas, de sus economistas y científicos políticos de orientación occidental. Como prueba de ello, señalan el continuo hostigamiento militar de las repúblicas bálticas y el continuo dominio de la economía por el complejo militar-industrial, que consume cerca del 25% de PNB total. Creen que la URSS sólo puede mantenerse unida mediante una dictadura militar rusa, en resumen, mediante un régimen al que Occidente no tendría el menor interés moral ni económico en apoyar. Piensan que sería escandaloso ayudar a un Gobierno que todavía subvenciona a la Cuba de Castro con varios miles de millones de dólares anuales y que aún mantiene cifras altas, aunque ahora muy reducidas, de prisioneros políticos.

Prescindiendo de juicios morales, existen pruebas muy consistentes para apoyar las opiniones pesimistas en relación con las posibilidades de reestructurar la URSS. Pero a mí me parece también que decididamente vale la pena afrontar los riesgos del intento, por dos razones principales: 1) que el precio que viene siendo mencionado por el equipo de economistas soviético y de las universidades estadounidenses es de alrededor de 150.000 millones de dólares a lo largo de un periodo de cinco años, un precio que está por debajo de la tercera parte del dinero gastado en dispositivo militar para proteger a Occidente de la amenaza soviética; 2) que el desmembramiento de la URSS en Estados nacionalistas competidores lo más probable es que llevase a décadas de inestabilidad y guerra. Creo que hay también razones para un prudente optimismo en relación con el gran nogocio. Una es que la planificación soviética centralizada y todo el dogma marxista-leninistas han sido totalmente desacreditados. Gorbachov puede tener aún vínculos emocionales con el sistema bajo el que creció, pero sus consejeros económicos tienen una mentalidad más capitalista que la de sus colegas de EE UU, y él mismo se ha movido firmemente desde la defensa del socialismo al reconocimiento de la necesidad de una economía de mercado.

Los que se oponen a la ayuda económica afirman constantemente que la URSS no ha tenido en absoluto ninguna experiencia en economía de mercado. Esto es cierto en cuanto se refiere a capitalización y banca en gran escala, pero no lo es totalmente respecto a la economía como un todo. En 1921, el Gobierno comunista se dio cuenta de que para que Rusia se recobrara de la devastación de la I Guerra Mundial, la revolución y los tres años de guerra civil con intervención internacional que siguieron tenía que ofrecer la libertad económica a los campesinos, los pequeños comerciantes, los mecánicos, los artesanos y a las clases profesionales. Bajo esa denominada Nueva Política Económica (NPE), Rusia recobró en siete años la productividad y el nivel de vida aproximado que había alcanzado antes de la era destructiva, 1914-1921. Uno de los principales motivos de Stalin para dar por finalizada la NPE, en 1928 fue precisamente que los pueblos y aldeas se habían hecho más prósperos y que los kurlaks y la pequeña burguesía se libraran del control del Gobierno soviético, que estaba decidido a pasar de la recuperación económica a la industrialización-militarización rápida y forzada de la economía.

Uno de los puntos críticos del gran negocio sobre el que fácilmente se está de acuerdo es que si los camioneros, los mecánicos, los artesanos y los pequeños agricultores quieren dejar los colectivos tendrán una completa libertad para operar en una economía de mercado en desarrollo. Los pueblos soviéticos ya tuvieron una experiencia afortunada de esta clase, y presumiblemente esta vez no habrá un Stalin esperando confiscar los frutos del éxito que consiguieran.

Otro punto de legítimo debate es si una economía de mercado puede desarrollarse sin alcanzar simultáneamente un grado de libertad política mucho mayor que la que hasta ahora ha producido la glasnost. En esta cuestión yo pienso que tanto los ejemplos contemporáneos como la historia del pasado indican que, generalmente, el desarrollo económico precede a la libertad política. España y Taiwán, en la década de los sesenta, y Chile, bajo el general Pinochet, son ejemplos de rápidos desarrollos económicos conducentes a un aumento de libertad política, aunque en modo alguno a una democracia estable y completa. Y el desarrollo de las prósperas clases medias y profesionales fue una precondición para el establecimiento de la libertad política en Europa, desde la Holanda del siglo XVII a la Francia de finales del XVIII, y a los numerosos nuevos Gobiernos constitucionales establecidos entre 1848 y 1914.

Un último e importante punto sobre el que llaman la atención los que se oponen a la ayuda económica es que sería inútil, e incluso criminal, volcar miles de millones en una URSS en la que hasta ahora no se ha cambiado en nada, si se exceptúa la cuestión de la libertad intelectual y política. Esta crítica parece ignorar el hecho de que todas las propuestas en discusión insisten en los compromisos específicos para hacer desaparecer progresivamente los controles de precios y los subsidios, para establecer la convertibilidad de la moneda y para reducir los gastos militares. Estos pasos solos, junto con la privatización de la agricultura y el comercio al por menor, han empezado a producir resultados tangibles en Hungría y Polonia, y podrían hacer lo mismo en la URSS.

Donde la combinación de préstamos internacionales e inversiones de capital occidental son necesarios es en la renovación de la infraestructura y en la adopción de tecnología avanzada. Estas son las áreas en las que los Gobiernos y los inversores occidentales pueden y deben tener con las autoridades soviéticas el claro entendimiento de que la continuidad de tales inversiones dependen del progreso continuado de la libertad, económica y política. Se trata de una circunstancia extraordinaria y sin precedentes para que los líderes de un Estado poderoso digan que han estado gravemente equivocados durante décadas y que -sin que sea necesaria una guerra para cambiar las mentes- están buscando el asesoramiento y la ayuda racionalmente condicionada de aquellos a los que anteriormente consideraban como enemigos. Occidente no debe desperdiciar esta oportunidad.

es historiador.

Traducción: M. C. Ruiz de Elvira

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