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Anatomía de la inseguridad europea

Hasta la OTAN se siente insegura. No le basta que un político checoslovaco la apellide "escuela de democracia". Zambullirse en un foro pancuropeo como el re cién celebrado en La Haya sobre Democracia parlamentaria y política de seguridad iniernacional es una saludable experiencia esqui zofrénica. Nadie se fía de nadie, pero todos alaban a (casi) todos. Las renacientes democracias de Europa del Este están obsesionadas (con cierta razón) con la sospecha de que Occidente les va a echar en el cesto del olvido, incluso de que es capaz de sacrificarlas en el altar del Kremlin. Un altar ante el que los soviéticos ofrendan un 36% de su presupuesto a los aún santos gastos militares, según explica Sergel Rógov, del Instituto de Estados Unidos y Canadá de Moscú.La URSS (en esto Mijaíl Gorbachov mantiene el tipo de sus antecesores) chantajea al bolsillo occidental con el lobo de una nueva guerra fría (o al menos templada). También los soviéticos, empezando por los rusos liderados por Borís Yeltsin, temen que la futura estructura de seguridad europea los margine, los aísle, los utilice de excusa permanente. Su principal objetivo es garantizar su cooptación por parte de Occidente, dejar de ser un cuerpo extraño (además de agresivo y hegemónico) para el resto de los europeos. El problema es que son muchos en Occidente los que siguen sin fijarse del todo de un Gorbachov empeñado en demostrar su inocencia histórica a base de extender allende sus fronteras el sentímiento de culpa y la responsabilidad de un eventual fracaso de la perestroika.

Al igual que los comunistas aferrados al poder en Rumanía amenazan con bandadas de habrientos emigrantes si las divisas no fluyen hacia Bucarest, Gorbachov no sólo pretende sentarse en julio a la mesa de los Siete Grandes en Londres, sino incluso volver a Moscú con un cuantiosísimo cheque. El problema es que el dinero suele ser una consecuencia del buen hacer económico y no su precondición, especialmente en un país en que el caos, la inercia y la improvisación devoran cual termitas las experiencias reformistas.

La geoeconomía

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La seguridad, la de todos, ya no es exclusiva de los ministerios de Defensa y de los estados mayores. La geoceonomía se ha instalado por derecho propio en la vanguardia de la toma de decisiones. Si antes la amenaza procedía casi exclusivamente del exterior, ahora también tenemos al enemigo dentro. Es un enemigo atrincherado bajo los escombros del telón de acero, que gusta de los antifaces y cuya expresión preferida es la de la inestabilidad económica, bajo la cual se esconde todo un muestrario de muecas a cual más desagradables: sociales, étnicas, nacionalistas.

Un complicado entramado instituclonal intenta mantenernos a cubierto de todo riesgo. En la Europa actual conviven dos tendencias aparentemente contradictorias: una centrífuga y desintegradora (que sufren especialmente los países del Este con sus mil ismos) y otra centrípeta e integradora (con vínculo transatlántico incluido), cuyo corazón es la Comunidad Europea (CE), su esqueleto la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), su cerebro el Consejo de Europa, su brazo armado la Alianza Atlántica y su puño la Unión Europea Occidental (UEO). Sin olvidar los músculos que aporta la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) y los pulmones centroeuropeos de la Pentagonal, que en breve pasará a conocerse como Hexagonal por obra y gracia de la Polonia de Lech Walesa.

Nadar en este mar de siglas es como intentar hacerlo en el mar Muerto. No sólo por la densidad de las aguas (reto al lector a que enumere a cuáles de estos organismos pertenece cada uno de los países europeos), sino por la sorda rivalidad que se esconde en sus profundidades. Abogamos por una Europa ególatra o intentamos integrar su economía con las de EE U U y Japón a fin de revitalizar el comercio mundial y fomentar la evolución política y económica de los países en vías de desarrollo, incluida la URSS? ¿Potenciamos el vínculo defensivo con Estados Unidos vía OTAN o afianzamos nuestra dimensión de seguridad (defensa y política exterior) vía integración de la UEO en la Comunidad Europea? ¿Primamos la profundización de los Doce o extendemos garantías de futuro a los candidatos del Este y de la EETA? ¿Arrinconarnos a la URSS o la cooptamos? ¿Nos resignamos a vivir bajo el cetro alemán o seguimos el ejemplo francés de arañar la puerta del mercado único con sus reccién afiladas garras nacionalistas?

Sólo existe coincidencia en un objetivo: consolidar el sistema democrático en toda Europa, incluida la Unión Soviética. ¿Pero cómo? ¿No sería mejor abrir los mercados occidentales a los productos del Este en vez de rellenar con limosnas sus huchas estatales? Como ha dicho recientemente el canciller alemán, Helmut Kohl, "lo que Gorbachov necesita urgentemente es asesoramiento económico". Aunque de poco le valdrá si no entra en sus cálculos (o simplemente no le dejan) dar el triple salto mortal hacia la economía de mercado y la democracia parlamentaria con todas sus consecuencias. Conviene no olvidar que lleva más de seis años colurriplándose en el trapecio de la duda y que aún el sector público (es un decir) controla cerca del 90% de los medios de producción. El académico Stanislav Shatalin (véase Temas de nuestra época en EL PAÍS del 9 de rnayo) está convencido de que la URSS no sólo no se está aproximando al mercado,sino alejándose del mismo.

Un atentado, geográficamente tan lejano como el que ha acabado con la vida de Rajiv Gandhl en India, recuerda el potencial de fragilidad de las democracias y su obligación de mantenerse permanentemente en estado de alerta. La democracia no se regala. El dinero, tampoco. La seguridad, menos aún.

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