Función pública docente

Ignoro el contenido de una cartera ministerial, pero conozco a fondo el de la mochila de mis hijos, estudiantes de primer ciclo de EGB. Día a día acuden a su cita con un promedio de 15 kilos de peso en libros, bocadillos aparte. Cuando los sucesivos ministros de educación anuncian con alborozo la redacción de una nueva ley, yo la mido no por la inteligencia de su articulado, sino por la curvatura que adoptan las espaldas infantiles.Alguien ha dicho que la enseñanza actual peca de exceso de contenidos. Creo que el fallo está, más bien, en el derroche de papel. Mis hijos tienen tantas materias como dedos de la mano, con sus correspondientes cuadernos de actividades. Su sabiduría, en densidad de material, debería corresponder al denostado preuniversitario que yo disfruté, con el agravante de que los que cursamos el antiguo bachillerato llegábamos a la facultad mejor preparados que los chicos de ahora, y encima sin escoliosis.

Tal vez no fuera necesario rebajar contenidos, sino sintetizar sabiduría, ajustar la maqueta, afinar el gramaje del papel; en fin, todo menos esos escolares doblados que inundan las calles ante la mirada indiferente de todos. En último caso, y si el despliegue de kilos resulta ineludible, ¿no podrían hacer nuestros escolares como los ministros del Gabinete?

Ellos se dejan los tomos más gruesos sobre la pulida mesa del Consejo de Ministros. Todo lo demás lo introducen en un razonable portafolios, en el que a mis hijos sólo les cabría la merienda.-