El rompecabezas
YUGOSLAVIA PRESENTA quizá el ejemplo más neto de entrelazamiento de dos fenómenos que condicionan hoy en gran medida la vida política europea: el hundimiento del comunismo y la agudización de los nacionalismos. En Eslovenia y en Croacia, el viejo sistema ha sido eliminado; pero el objetivo de los nuevos Gobiernos no es sólo asentar la democracia, sino crear Estados independientes y separarse de Yugoslavia. En cambio, en Serbia -la república con mayor número d e habitantes-, el partido comunista y su líder, Milosevic, perduran en el poder: se autodefinen como socialistas, pero siguen aplicando métodos autoritarios. A la vez, su actitud favorable a mantener la Federación Yugoslava expresa un anhelo de hegemonía que siempre ha caracterizado al nacionalismo serbio. En ese marco, el Gobierno de Ante Markovic -único órgano federal que aún funciona con cierta eficacia- se esfuerza por poner en marcha una política económica susceptible de sacar al país de la crisis.Ante el Parlamento yugoslavo -paralizado por las enemistades interétnicas-, Markovic acaba de presentar su plan de reformas, que, por duro que pueda resultar para amplios sectores de la población, tiene la ventaja de contar con el apoyo del Fondo Monetario Internacional y de otras instituciones de ámbito europeo o mundial. Y ofrece sobre todo la perspectiva de ayudas y créditos para la recuperación del país. Sectores del nacionalismo esloveno o del croata consideran que Europa debería apostar por la ruptura de Yugoslavia y orientar sus eventuales ayudas hacia las repúblicas que aspiran a constituirse en Estados independientes. Sin embargo, es evidente que Europa no tiene ningún interés en fomentar los separatismos en Yugoslavia. La democratización de este país y su recuperación econóiüica podrían realizarse dando a su estructura confederal toda la flexibilidad necesaria para que cada república se autogobierne de acuerdo con su voluntad.
En el momento presente, cuando incluso en Checoslovaquia aparecen tendencias secesionistas susceptibles de complicar considerablemente la creación de una Europa estable y en paz, es lógico que no exista ninguna predisposición en los Gobiernos de la Comunidad Europea a fomentar el separatismo de algunas repúblicas yugoslavas. El plan de Markovic ofrece probablemente el camino más viable para que la economía yugoslava pueda acercarse a Europa.
Es significativo que contra él coincidan el comunista Milosevic con los nacionalistas extremistas de Eslovenla y Croacia. En ambos casos son actitudes marcadas por el pasado de la experiencia titista: en el primero, el deseo de prolongarlo; en los segundos, la obsesión por romper los lazos federales. Lo que a todas luces falta es el esfuerzo por buscar soluciones nuevas con vistas a un futuro democrático que está naciendo. Hace mes y medio, la reacción brutal de Milosevic ante las demandas democráticas de la juventud serbia, recurriendo incluso al Ejército, colocó a Yugoslavia al borde de la guerra civil.
Se abrieron negociaciones entre los presidentes de las seis repúblicas en un intento de buscar una base de acuerdo para una transición gradual a un nuevo sistema. Las esperanzas que ello suscitó no se confirmaron. Ahora, el plan de Markovic, basado en imperativos económicos a los que es dificil escapar, presenta una posibilidad de compromiso, al menos para un periodo transitorio. Pero existen serios temores de que este plan pueda ser rechazado, lo que acrecería seriamente el riesgo de inestabilidad, violencia e intervención militar.
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