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Violento contraste entre un bonito drama de Beresford y una comedia feísta de Ferreri

Presentada fuera de competición la película española 'Doblones de a ocho'

Fuera de competición, en la sección paralela del Panorama, se proyectó el filme español, escrito por Francisco Melgares y Andrés Linares y dirigido por este último, Doblones de a ocho, que fue acogido con corrección por el público de pago de la pequeña sala del Atelier del Zoo. Mientras tanto, en la sección oficial compitieron, una tras otra, dos películas antitéticas. La primera se titula Mr. Johnson, un drama durísimo, resuelto con suavidad y dulzura por el norteamericano Bruce Beresford. La segunda se titula La casa de la sonrisa, una comedia resuelta con calculada fealdad y aspereza por Marco Ferreri. Ambas fueron aplaudidas, pero en la proyección de la segunda se oyeron algunas voces discrepantes.

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La habilidad de sonreír

Se esperaba con curiosidad justificada a Mr. Johnson, tras el éxito obtenido por la anterior película dirigida por Beresford, Paseando a miss Daisy. No defraudó. Es una obra elegantemente realizada, muy bien interpretada por actores blancos y negros (la historia transcurre durante los años veinte en una antigua colonia del África británica) y compuesta en tonalidad suave, tenue, crepuscular, impregnada de ternura por lo que nos cuenta. Incluso el tiro en la nuca con que la película finaliza sabe a happy end.

Beresford está lejos de ser un cineasta vigoroso, pues tiende a la blandura y al escamoteo, lo que le hace superficial. Pero esta vez ha ido un poco más allá de lo que fue en Miss Daisy, y esto no es poco en un hombre de cine que ha sobrepasado la cincuentena y que, no obstante, demuestra que sigue aprendiendo y madurando, cosa nada frecuente, como todo acto de autoexigencia en una industria que da cada día más facilidades a la auto indulgencia. El filme se ve mejor que bien, tiene escenas magníficas y, aunque no cala muy hondo, se le agradece su buen gusto, su cultivo no empalagoso de lo bonito.

Ciertamente, la imagen que transmite Mr. Johnson de la vida colonial en la antigua África británica tiene poco de creíble, pero también es cierto que esta imagen no pretende en absoluto ser un documento realista, sino un poema lírico, en el que el tratamiento de los personajes y el tiempo moroso de la secuencia se inclinan hacia el melodrama y liman las abruptas aristas de un argumento que, de haber sido contado por un cineasta de otra sensibilidad, hubiera provocado escenas durísimas, lejos del entrañable caramelo que le sale instintivamente a Beresford.

Coherencia

En cualquier caso, hay un indudable rasgo de coherencia consigo mismo, una voluntad de estilo, en esta suavidad del trabajo del cineasta estadounidense, lo que convierte a Mr. Johnson en un filme en el que intenciones y logros se encuentran muy cercanos entre sí.

Mucho menos satisfactorio es La casa de la sonrisa: es enorme la distancia que separa a lo que Marco Ferreri pretende contar de lo que consigue contar. La película está plagada de intenciones que se quedan en eso, de efectos sin causa. De otra manera, La casa de la sonrisa es una colección de ocurrencias hilvanadas en un pésimo guión, indigno de la potente historia desencadenante. A Ferreri le hubiera hecho falta un Rafael Azcona en plena forma para deducir de su ocurrencia argumental algo más que el desmembrado filme que ha conseguido poner en pie entre balbuceos.

Ferreri es esta vez, como otras, ambicioso. Y esta vez se ha metido con valentía en el interior de un gueto de ancianos: en el infierno de un asilo. Su ocurrencia consiste en imaginar dentro de este escenario, atravesado por la opresión y la fealdad, un cuento de hadas, al borde del feísmo del esperpento. Afronta un innegable riesgo, y esto es todo un mérito, por la falta de audacia de casi todas las películas en concurso. Hay mucha verdad en lo que Ferreri cuenta, pero muy poca verdad en cómo lo cuenta.

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