_
_
_
_
'RETRATO DEL ARTISTA EN 1956' / 1'RETRATO DEL ARTISTA EN 1956'/ 1

Central Azucarera de Bais

No ha sido mal momento para cambiar la picha de parroquia, como decía el chiste. Llegué aquí resacoso y bastante removido interiormente tras una borrascosísima víspera de viaje en Manila, y dormí toda la mañana. Jay, aburrido de mis recurrentes infidelidades, me había buscado varios candidatos a viceamantes entre sus amigos; quería que al menos le fuese infiel con chicos limpios y de confianza, de su confianza. Elegí a Pat Ricaport, un pampango guapísimo, y Jay me lo trajo a casa con la sola condición de que hiciéramos siempre el amor delante de él, a oscuras, y sin decirnos palabra. Aquello resultó divertido la primera vez, pero al cabo de muy pocos días ya estaba yo impaciente por verme a solas con Pat, un ser humano encantador a quien sus buenas cualidades parecen condenar de antemano a la inoperancia. Creo que me enamoré un poco de él.La última noche estábamos los tres algo bebidos, Jay se marchó furioso del Jungle Bar y yo me quedé convencido de tener el problema resuelto, pero la vehemencia de Pat en exhortarme a que fuese tras Jay, diciendo que yo no conocía Manila ni sus gentes y que no sabía a lo que me exponía, me desconcertó. Le hice prometer que vendría después a mi casa y me lo explicaría todo. A la puerta del apartamento, esperándome, estaba Jay completamente borracho, me hizo una escena lamentable. Pat no apareció. Dos horas más tarde yo cogía el Sunriser, volaba a Cebú y de allí a Dumaguete.

En fin, lo inevitable. I was trying to have my cake and eat it too and then I was eaten by my cake as usual. El cambio de escenario alivia el disgusto de mí mismo, tan intenso aquella noche, aunque echo de menos a Pat. Estamos instalados en la Casa Grande, la del gerente de la Central, que es muy cómoda y alegre y no recuerda en nada las inmensidades solemnes de las casas del Valle. Ya me he acostumbrado al olor a melaza que en mis visitas a Tarlac me resultaba nauseabundo, pero la vida sedentaria que llevamos aquí empieza a agobiarme un poco. Hoy por fin hemos ido a la playa. Mené y yo no soportábamos más horas muertas en la veranda, siempre con un whisky en la mano y picando tapa de jabalí. Bais está en una rampa de una suavidad admirable, entre los montes abruptos y el mar. Más allá de las plantaciones cañeras, la carretera a Dumaguete discurre entre cocales y manglares siguiendo la línea de la costa. La playa diminuta, para nosotros solos, la arena blanquísima. Hemos alquilado una banca de una familia que vive allí cerca. El tiempo era delicioso, la mar estaba tan quieta y la isla de Cebú tan próxima que daban ganas de bogar hasta ella. El agua es de un precioso verde transparente, no pizarrosa como en Luzón, y la visión lujuriante del litoral bajo este sol rabioso asombra continuamente a quien viene del Mediterráneo.

He de visitar todas las instalaciones de la Compañía en las Islas Visayas. No sé aún adónde iré desde aquí, probablemente a Cebú, que es el único aeropuerto importante, para volar desde allí a Badolod, a lloilo y a Davao.

Carta de Carlos. Ha trabajado mucho y Metropolitano está ya para terminarse; me habla de publicar al mismo tiempo. Yvonne me pone también unas líneas -"Sigo engordando y tengo la cara llena de manchas, parezco una Venus prehistórica". A los dos les han gustado las páginas de diario que les envié.

Anoche Mené y yo arrastramos a todos a Palanás, un pueblo cercano donde han empezado las fiestas, muy parecidas a las de cualquier pueblo en España. Nos asomamos al tiro al blanco y a las carreras de elefantes, y la gente, poco acostumbrada a ver a los de la Casa Grande en semejantes ocasiones, nos deja sitio enseguida. Es lo que mis compatriotas de aquí llaman la humildad de los auténticos filipinos y tanto les gusta; uno tiene la incómoda sensación de que se sienten honrados por nuestra presencia. Pero en fin, valía la pena de estar allí por un muchachillo que vendía las entradas a una caseta donde hacían una función de teatro en Visaya y que me fascinó. Cubierto con una gorrilla, irradiaba vivacidad animal y gracia erótica y cantaba mientras recibía las monedas y devolvía el cambio, cantaba sin parar a voz en cuello sin el menor asomo de esfuerzo físico, como si respirase, como si a la vez cantara y estuviera de conversación con los que le rodeaban. Estuve mirándole furtivamente un buen rato, quise convencer a mis acompañantes para que entrásemos y Mené vino conmigo. Me dedicó una mirada y una sonrisa de ya sé en qué estás pensan do, cuando le pagué nuestra entrada, y al pasar me recompensó con una palmadita en el culo. Dentro, los personajes de la obra se suponía que eran braceros pobrísimos y lo único que entendíamos de los diálogos era la palabra trabaho que repetían continuamente -puta, palacio y trabajo son las tres aportaciones fundamentales del castellano a todos los dialectos del archipiélago. Desde allí seguía oyéndole cantar y también luego al marcharnos, desde la carretera, y me parecía seguir viendo su sonrisa.

Día embriagador en la playa. Es imposible resistirse a la claridad del agua y de la luz y ala hermosura del paisaje. Dan ganas de cantar. Mené y yo nadamos mar adentro, hasta las empalizadas de bambú de las pesquerías. Nos sobresalta el viento que ulula al entrar en las cañas. Volvemos a la Casa Grande pasadas las cinco, quemados por el sol y muy dichosos.

Llega de Manlia Ramón Barata y trae el Bulletin de hoy. Discurso de Kruscheff en la Embajada soviética en Londres, cargado de una sensatez que raramente se encuentra en los periódicos. Divierte pensar en lo que harán ahora los norteamericanos para convencernos de que son ellos los que quieren la paz y de que la nueva política soviética es una trampa mortal.

Ramón me entrega un cable de mi padre insistiendo en que regrese directamente a España. La repentina certeza del regreso es un tanto abrumadora y me entristece abandonar este país, quizá porque estoy un si es no es enamorado. Procuraré quedarme unos días en Roma.

Sigue en el Senado y en la Cámara el debate sobre el proyecto de Ley imponiendo la lectura obligatoria de las obras de Rizal en escuelas y colegios. Los frailes y su vanguardia de senadores y diputados ponen el grito en el cielo de la libertad de conciencia, confeccionan índices de pasajes del Nili me tangere peligrosos para la fe católica, mueven influencias, etcétera, etcétera, etcétera. Ambos bandos se han enzarzado en una discusión absurda sobre la autenticidad de una carta pastoral hace poco aparecida que condena las obras de Rizal en términos similares a los empleados por la comisión de teólogos, durante la instrucción sumarísima del proceso.

Recto, el introductor en el Senado del proyecto de Ley, que es una persona muy respetable y se declara católico, laico y liberal, ha cometido el error de aceptar el combate en el propio terreno de sus adversarios, unos integristas católicos cuasi nocedalianos, es decir, en el terreno de

Central azucarera de Bais

la paranoia extrema y coherente. Hubo un momento divertido cuando reapareció en escena nada menos y nada más que el viejo caballo de batalla de la existencia o inexistencia del Purgatorio. Metido en vericuetos de ultratumba, un católico ilustrado forzosamente se desempeña muy mal.El interés con que sigo el debate es un tanto contradictorio. Por principio me opondría a esa ley y estoy además convencido de que la obligada lectura infantil de las obras de Rizal sólo servirá para que los filipinos, de mayores, huyan de ellas como de la peste, y sin embargo estoy a favor, supongo que porque no soporto a los curas, menos a los frailes y menos aun a los frailes españoles. Al menos esta pelotera ha puesto en evidencia la exactitud del retrato que les hizo Rizal; han pasado más de 75 años y el parecido todavía salta a la vista.

En estos días he terminado yo El filibusterismo que en los primeros capítulos me pareció mejor que el Noli me tangere, pero las dos novelas soportan un cargamento muy pesado de personajes ideales. Ocurre así que los frailazos españoles -muy bien vistos, a veces con mucha gracia- y los caracteres episódicos salen literariamente beneficiados. Rizal era un buen satírico y un costrumbrista excelente que tenía prisa y fue a la vez demasiadas cosas para ser buen novelista: médico, oculista, lingüista, poeta, escultor, historiador, patriota, político, mártir y héroe nacional. La división del trabajo es un progreso. Y la retórica postromántica que con frecuencia maneja sólo resulta ahora eficaz en Mi último adiós, el poema escrito cuando estaba en capilla. Hay allí además un verso penúltimo que me gusta mucho y que parece ya escrito por un poeta de los años veinte de este siglo:

Adiós, dulce extranjera, mi amiga, mi alegría.

Estos días en Bais han traído una relación más casual y más directa con Mené. No es que en Manila nos ajustáramos exactamente al temible esquema chico-chica que todo vástago de la burguesía española acomodada lleva clavado como un rejón, pero aun así nuestro trato conllevaba unos ciertos preliminares -llamadas telefónicas, citas- que por modo insensible me asignaban un papel que nunca ha sido capaz de representar convincentemente. Mi irremediable falta de naturalidad con las mujeres no me abandona en ningún momento, aunque Mené sea un viejo conocido, prima de un amigo íntimo y muy cercana a mí en educación y en muchas otras circunstancias. Pero aquí estamos juntos de la mañana a la noche y, sobre todo, somos los únicos jóvenes entre un concurso de gente que hace muchísimo que rebasó los treinta. Juntos nos esforzamos por sacudir la pereza de Josse Barata, arrancándola de la veranda y del interminable visiteo de las esposas de los plantadores, y juntos escapamos con los Del Prado y con la hermana de Tony Abad a nadar en la playa de Bocanegra. Mi afecto y mi afición por ella están ahora mucho mejor fundados y sé que podríamos convivir perfectamente. Me pregunto si llegaría a inspirarme ternura, que es conmigo la única manera genuina de llegarme a inspirar deseo. Hasta ahora jamás me ha ocurrido con una mujer.

Resulta tan insospechado pensar en una posible convivencia con ella! Antes que homosexual soy rabiosamente homosentimental y cuando a los 20 años, después de un verano entero de reposar ideas y de consolidar la aceptación del fracaso de mi inefable amitié amoureuse con Juan Antonio, decidí en toda deliberación pasarme al bando homosexual, jamás me vino a las mientes que pudiera un día enamorarme de un ser del sexo femenino. Si eso sucediera me vería forzado a un complicado reajuste de todos mis esquemas mentales y sentimentales.

Saber que de mis decisiones y mis actos depende otra persona me espeluzna. Primero y principal, tendría que estar seguro de mi fidelidad, y al plantearme esa cuestión claro está que no pienso en eventuales infidelidades anecdóticas: la vida es muy larga y las noches a solas más largas todavía. Pero no se puede convivir con nadie -y mi experiencia familiar me lo ha enseñado- ocultándole sistemáticamente tres cuartas partes de la propia vida; no hay relación que soporte eso. Y siempre me ha deprimido el espectáculo de los hombres casados corriendo los bares a escondidas detrás de los chicos.

Hasta cierto punto estas especulaciones son la resaca de mis triviales enredos de cama durante los últimos meses, pero hay también algo más serio. Hace dos años pensaba que la homosexualidad añadía a mi condición de poeta un suplemento de marginación muy ventajoso desde el punto de vista intelectual, sobre todo en una sociedad como la española. Luego, con la vida que he aceptado hacerme, me he dado cuenta de que en ser maricón sobre poeta il n´y a pas seulement de quoi troubler une famille -eso me agrada-, sino que exige unos gastos de energía personal muy considerables, cuando uno aspira a no deteriorarse interiormente. A veces siento fatiga y pereza del futuro.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_