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Entrevista:

"El PSOE me ha tratado con enorme elegancia"

Pregunta. La Administración no era algo nuevo para usted, que fue el primer director del Centro Dramático Nacional...Respuesta. La Administración es bastante distinta desde el puesto de director de una de sus unidades de producción que desde el cargo de director general. Yo he sentido que tenía mucho más poder -me refiero a poder artístico, claro- cuando dirigía la Compañía Nacional de Teatro Clásico que cuando estaba en mi despacho del Ministerio de Cultura. O será que a mí el único poder que me importa es el artístico y el otro -el político- me deja indiferente. En cualquier caso, considero la experiencia muy interesante aunque, con toda probabilidad, irrepetible. Me ha resultado muy doloroso separar mi piel profesional de mis obligaciones políticas. Eran dos cosas que entraban, frecuentemente, en colisión.

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P. ¿Por qué aceptó ser director del INAEM?

R. Por afecto a José Manuel Garrido, por simpatía hacia la figura del ministro Semprún, por coincidencia con muchos de los criterios del Gobierno socialista y por la desbordada curiosidad que en ocasiones me pierde. Quería saber lo que pasaba al otro lado de la mesa. Ahora ya lo sé y esto cierra una especie de vista panorámica.

Cultura no es Industria

P. Ha estado en el cargo 16 meses. ¿Qué ha aprendido?R. Que la Administración está mal aunque sus funcionarios, a veces, estén bien. Es una aparente paradoja sobre la que tal vez convendría meditar. No se puede meter en un mismo paquete -esquemático- a todos los individuos que cumplen con sus funciones administrativas. Los he conocido de varios tipos: desde los que se pasan el día meditando sobre sus problemas personales a los que trabajan mucho y honestamente. Ahora bien, unos y otros están faltos de incentivos. Y no sólo -que también- por razones económicas. En general el funcionario es una persona que se siente sin porvenir. Esto produce una monotonía diaria apabullante. Yo no estoy muy seguro de que administrar no pueda ser una labor en cierta forma creativa. Lo que ocurre es que este posible estímulo de la creación lo llegan a sentir muy pocos de los que administran. Y, por supuesto, el asunto se agudiza cuando la Administración tiene que intervenir en temas artísticos. Aquí el divorcio es total. Los funcionarios del Ministerio de Hacienda no pueden examinar -como examinan- a los directores generales del Ministerio de Cultura. Puedo comprender sus razones presupuestarias pero la cultura no es lo mismo que la industria. No tiene el menor sentido utilizar el mismo mecanismo para afrontar situaciones tan dispares: un músico o un actor no trabajan en una fábrica y si se les trata como obreros -con todos mis respetos a los obreros- se les destruye. Aunque, a lo mejor, se les suba el sueldo. El grave pecado del arte es el riesgo del confort.

P. ¿Un año es tiempo suficiente para arreglar algo del teatro, música y danza en España?

R. No. Nada he arreglado. Lo más que podríamos aceptar es que he puesto algún que otro parclie.

P. ¿Cuáles son sus logros?

R. No me cuesta confesar que ninguno, aparte de una cierta coherencia organizativa, una digna actuación personal y una estimable decencia ética.

P. ¿Cuáles sus fracasos?

R.. Varios. Sobre todo no haber podido sacar una nueva orden ministerial de ayudas al teatro que, a mi juicio, hubiese atemperado algunas situaciones angustiosas. Dicha orden no pudo salir por la comprensible obcecación de mis companeros de oficio. Creo que su natural deseo de conseguir lo óptimo frustró la ocasión de lograr lo posible. Se pidieron tantas cosas, se quisieron introducir tantas rectificaciones a la orden ministerial propuesta por mí, que tuvimos que reiniciar todo el trámite administrativo. Les advertí de este pelígro pero no me hicieron caso. Lástima. Es muy probable que esta orden ya no salga nunca. Los presupuestos actuales del INAEM no permitirán afrontarla. También considero un fracaso no haber conseguido reorganizar las unidades de producción de los teatros nacionales. Esta reorganización es necesaria y urgente. No hay que confundir la independencia con la desconexión. Es absurdo que los directores programen sin tener en cuenta la política cultural de una programacion en comun.

P. Entonces, ¿por qué decidió usted irse, dimitir?

R. He dimitido por motivos estrictamente profesionales: quiero volver a mi oficio de director y de actor a la vez que pretendo reanudar una interrumpida vocación de escritor.

P. ¿Por qué no ha esperado unos meses más?

R. Tengo la suerte de disponer de una actriz maravillosa -Julia Gutiérrez Caba- para protagonizar mi obra y no quise perder la ocasión.

P. ¿Han pesado más la razones personales o de tipo político, incluida aquí la habitual lentitud o, usted dirá, ineficacia de la Administración?

R. Nada, nada, sólo razones -insisto- laborales. Ahora bien, no niego que el insuficiente presupuesto del INAEM para 1991 ha influido sin duda en mi ánimo. Es muy duro aceptar que no se puede ser otra cosa que un gestor. He tenido que negar ayudas a varios de mis colegas -o, darles menos de lo que ellos necesitaban- y lo he pasado mal. Es muy doloroso tener que decir "no" tantas veces al día. No sirvo para esto. Tampoco resulta agradable subvencionar espectáculos en los que no se cree. De manera que me pillaba el toro por todas partes.

Sin carné

P. ¿Usted tenía carné del PSOE?R. No.

P. ¿Y cómo se trabaja sin carné en la Administración?

R. Sin problemas. Nadie me ha pedido que me afiliara al PSOE. En esto -como en otras cosas- los socialistas me han tratado con enorme elegancia.

P. Dimitir no es un verbo habitual en la Administración socialista... ¿Ha sido duro? ¿Ha recibido reprimendas? ¿Teme algún castigo por haber dimitido?

R. Esta pregunta me conduce a épocas políticas anteriores que no me parece que tengan algo que ver con la actual. Nadie me ha reñido -no estaba haciendo la mili- ni nadie me va a castigar. Por otra parte, tampoco me preocuparía: he trabajado 40 años en solitario.

P. ¿Cómo ve ahora, después de su experiencia, el Ministerio de Cultura? ¿Para qué sirve?

R. Mire usted, los primeros que se quejarían de la desaparición del Ministerio de Cultura o de su transformación en una secretaría de Estado -por entender que con ello se estaba menospreciando a la cultura- serían algunos de los que ahora claman por su desaparición. Hay mucha falta de ética en ciertas gentes. Me produce mucha vergüenza ajena leer comentarios -insultantes- contra el Ministerio de Cultura escritos por los mismos individuos que no cesan de pedir -y conseguir- subvenciones o directamente o por personas interpuestas. La táctica que sigue el ministerio en estas cuestiones es la del silencio. Es, sin duda, la más prudente aunque no sé si la más eficaz: la democracia -incluso desde el poder- no tiene por qué ser franciscana.

P. ¿No volverá a dirigir la Compañía Nacional de Teatro Clásico?

R. Claro que me gustaría volver a dirigir la Compañía Nacional de Teatro Clásico, pero esto es algo que no depende sólo de mí. Es obvio que yo no podía autonombrarme. Ahora todo transcurrirá como el actual director general -Juan Francisco Marco- proponga y el ministro resuelva. En cualquier caso, la compañia está hoy muy bien conducida de la mano de Rafael Pérez Sierra y mi presencia ya no es imprescindible. Veremos.

P. ¿Y a qué se dedica ahora?

R. Tengo una apretadísima agenda de trabajo hasta finales del 92, pero en estos momentos lo que más me preocupa es el estreno de mi obra Feliz aniversario. Tengo escritas otras tres y si ésta es un éxito tal vez pueda colocar las otras. No sé. Siento el vértigo, la atracción y la sensualidad del folio en blanco.

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