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El uniforme del chófer

La sensación que más disfruta Marsillach desde que hace cuatro semanas dejó la Administración es la "comodidad" de no tener coche oficial. "El coche oficial es un latazo", afirma, "y la primera cosa que me preguntaban en el Ministerio todas las mañanas era, después del calendario del día, de qué color tenía que ser el uniforme del chófer. Siempre me quedaba perplejo".Ahora, un día normal en la vida de Marsillach es totalmente distinto y centrado, fundamentalmente, en tres actividades: por las mañanas estudia y escribe en su casa y por las tardes ensaya la obra Feliz aniversario, que estrenará el 2 de enero en Sevilla y el día 15 en Madrid.

Marsillach estudia porque Basillo Martín Patino le ha propuesto hacer de actor en su próxima película. "Se llamará Las galas del emperador y yo interpretaré el papel de un intelectual que trabaja para televisión", explica.

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Escribir es la segunda actividad a que se dedica Marsillach: "Una editorial me ha propuesto que retome el proyecto de hacer mis memorias, y estoy en ello. Aclaro que no pretendo hacer unas memorias escandalosas, entre otras cosas porque mi vida no ha sido un escándalo. Más bien van a ser un motivo de reflexión sobre mi oficio y, en el fondo, una excusa para hablar de teatro".

Ensayos en un instituto

De la actividad que le ocupa ahora todas las tardes, ensayar su obra teatral Feliz aniversario, apunta un dato escalofriante, en el sentido más literal del término: "Como no lo estoy haciendo en un teatro público sino privado, el local está ocupado con otra obra y, para poder ensayar, tengo que hacerlo ¡en el Instituto Ramiro de Maeztu! He tenido que llevarme una estufa, equiparme como si estuviera en la nieve, y todos acabaremos acatarrados. Ya no me acordaba de la diferencia que hay entre trabajar para el teatro público y el privado. Hay que hacer algo".

Del argumento de Feliz cumpleaños explica: "Es la historia de una mujer que descubre a los 50 que se ha pasado la vida diciendo mentiras, quiere reaccionar contra ello, y no puede". Marsillach, a la pregunta de si él también se ha pasado la vida contando mentiras, afirma: "Sí, sí, muchísimas. Y en cierta medida la mentira es balsámica porque, y sólo como ejemplo, hay más matrimonios que se han mantenido por decir mentiras que por decir la verdad".

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