Vodevil en palacio
Para el consumo iconográfico de las masas se estaba haciendo urgente la figura de un papa laico, alguIen a quien tocar y a quien agradecer los dones de la paz y la tranquilidad sin necesidad del peaje de la oración ni del temor a ningún tipo de infierno. Por eso llegó Gorbachov a España y se hizo hombre entre los ciudadanos. Tal vez porque hace tiempo que la gente tiene ganas de hombres buenos y este ruso calvo se ha convertido en el paradigma de la única bondad posible en un final de siglo que puede serlo todo menos maniqueo. El bueno de Gorby pasó por Madrid y Barcelona como un postulante más de su Domund personal: sonrisas, elogios, emociones y un permanente y tácito recordatorio de que si los empresarios no invierten en la Unión Soviética todo el invento se va al cuerno. A medida que va paseándose por el planeta Gorbachov cada vez se parece más a un héroe de Dostoyevski: es valeroso, corajudo y sencillo pero tiene demasiadas dIficultades para una, historia de doscientas páginas. Lo de este hombre es una pequeña epopeya unipersonal, y eso necesita todavías muchos volúmenes y muchos brindis como el que pronunció ayer en Pedralbes.El palacio de Pedralbes, esa casona que los Güell regalaron a María Cristina, fue ayer uno de estos teatrIllos de vodevil francés en los que se espera que las obras de enredo se acaben resolviendo en una escena de amor interrumpida por puertas que se abren y personajes que están donde no debían. Pujol buscaba un vis a vis con Gorbachov y éste, que ya tiene bastante con su lituano particular, parece que se hacía el estrecho. Por lo visto el presidente de la Generalitat ya había montado, su escena del sofá. Pero para esta escena faltaban dos cosas: un fotógrafo que les inmortalizara y la voluntad del gobierno central de propiciar y facilitar este breve encuentro. A veces hay cosas que cuando se hacen son una comedia intrascedente y cuando se impiden hacer se convierten en un drama histórico. Pujol seguramente tenía razón protocolaria, pero ya se sabe que cuando uno siembra Vitautas, recoge Landsbergis. Los papás del viaje no permitieron los amores de escondidas, pero es que toda la estancia barcelonesa del soviético fue como un amor a plena luz con las gentes de la calle.
Habla improvisando, con esa voz de Juan Manuel Soriano, aquel locutor de Radio Nacional que nunca dobló al malo de la película. Luce, con firmeza estática, un calorcillo muy cercano. Estrecha manos como quien confiesa pecados. Y se apoya, a distancia, en esa mujer sonriente que parece la más interior de las muñecas rusas o esa tieta pizpireta de Omsk o Novosibirsk que de vez en cuando baja a Moscú a por unos afeites occidentales. Parecen una pareja del anuncio de un plan de pensiones de La Caixa y en cambio él va hablando del pueblo soviético como si recitase un poema de Maiacovsky.
Uno se pregunta si en el futuro que construye Gorbachov existirá algo así como el pueblo soviético. Porque lo soviético indica en realidad sólo la forma insurrecional del pueblo. Así lo aprendimos en Lenin y lo ratificarnos en el primer Tintín. Miguel Gorbachov, es contrariamente a su homónimo Strogoff, más autor que mensajero. ¿De qué libro?. ¿Estamos ante el nuevo zar, benevolente y humano de todas las Rusias que no pudieron ser? ¿O tal vez encarna a un nuevo tipo de dirigente del mundo, que sugiere sin imponer y privílegia la autoridad, sobre la potestad?. Dice que piensa en jubilarse, pero no sabe cómo.
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