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Fuerzas Armadas argentinas y modernizacion del Estado

HORACIO JAUNARENAArgentina, según el autor, no está en condiciones de elevar el presupuesto dedicado al sector de la defensa nacional, en términos de porcentaje del PIB, salvo que se reduzcan las partidas dedicadas a otros sectores que también deben ser atendidos prioritariamente, como la educación y la sanidad.

De manera recurrente aparece en Argentina un debate que preocupa a la opinión pública: se trata de la discusión acerca del presupuesto que se le asigna año por año a las Fuerzas Armadas y a los haberes que perciben sus miembros. La recurrencia de ambos temas demuestra que ninguno de los dos ha sido abordado de manera que se tienda a una solución definitiva. La experiencia indica, por otra parte, que nadie sale bien parado de estas discusiones; se desgastan los protagonistas, se divide la opinión pública, y la solución a la que se arriba termina no conformando a nadie, a unos por poco y a otros por mucho.Para hacer más compleja aún la situación a los ojos de un espectador desapasionado y responsable, ambas partes de la discusión tienen razón: los hombres de armas que aspiran a contar con un presupuesto que consiga poner en marcha al conjunto del sistema y a percibir haberes que les permitan tener una vida digna, acorde con la dedicación que ponen en la profesión que han abrazado, y los hombres que tienen la responsabilidad de manejar la economía de la nación, que ven que un ajuste de las remuneraciones del sector o un aumento de los gastos de defensa producen verdaderos estragos en las cuentas públicas.

La discusión debe ser colocada dentro del contexto económico en que la misma se produce, y que es el de una economía en crisis que necesita imperiosamente, para salir de su situación, entre otros objetivos, producir un equilibrio entre los ingresos y gastos del Estado de manera de erradicar así un crónico déficit fiscal que ha terminado empobreciendo al conjunto de los argentinos.

Si admitimos que, para ser superada, esta situación económica de crisis va a exigir por un buen lapso de tiempo del sacrificio de todos quienes vivimos en esa tierra, debemos concluir que nuestra economía no está en condiciones, más allá de la buena voluntad de los Gobiernos de turno, de dispensar al sector de la defensa nacional mucho más en términos de porcentaje del PIB de lo que actualmente se está otorgando, salvo que se pretenda producir reducciones en otros sectores que también deben ser atendidos prioritariamente (salud, educación, seguridad, etcétera).

El problema es serio, porque la Argentina de hoy, y seguramente así va a ser por mucho tiempo más, como en tantos otros países, necesita de sus Fuerzas Armadas, de manera que ellas tengan una capacidad disuasoria suficiente como para que a ningún país o a su Gobierno de turno se le ocurra una aventura a costa de nuestro territorio o de nuestra soberanía.

Esta afirmación no debe ser confundida con una actitud belicista. Argentina tiene vocación pacífica, pero ello no significa que tenga que desarmarse unilateralmente o que deba descuidar los distintos factores que hacen a su defensa (de paso cabe anotar que la evolución de la situación mundial y regional va tornando impostergable un debate acerca de la misión de las Fuerzas Armadas en nuestro continente, pero entrar en consideraciones sobre el mismo excedería notablemente el objetivo del presente).

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Dos alternativas

La opción parece ser de hierro: Argentina necesita de Fuerzas Armadas bien pagadas, bien equipadas y con un presupuesto acorde con sus necesidades, y la nación no está en condiciones (le otorgarle sumas de dinero que difieren sustancialmente de las que ahora les está otorgando. Frente a este dilema hay dos alternativas: una sería una especie de "esperar a que pase la tormenta". ¿Cómo se concretaría esto? Muy sencillo; disminuir la instrucción, disminuir el entrenamiento del personal, tirar cada vez menos, hacer cada vez menos maniobras, navegar cada vez menos, volar cada vez nienos, vivir negociando por haberes que siempre serán insuficientes, y comprobar cómo día a día se va menguando nuestra capacidad de defensa por la obsolescencia, falta de mantenimiento y de renovación de nuestro equipamiento y por la caída del espíritu de nuestros hombres de armas.

Esta actitud es francamente errónea, pues descansa sobre dos supuestos igualmente equivocados: uno es que nuestra situación de crisis permitirá, una vez superada en un plazo relativamente corto, asignarle nuevos y mayores recursos al sector, y el otro, que las Fuerzas Armadas deseables para la Argentina del año 2000 deben reproducir la misma organización que la que tienen en este momento.

Creo que resultaría sano asumir que, aun en la hipótesis de que nuestra crisis sea superada, el achicamiento del gasto estatal va a tener características de permanencia, de manera tal que va a ser imposible reproducir organizaciones que existieron antes. De igual modo, es absurdo plantearse que en un mundo esencialmente mutable en su conformación política, en la reformulación de sus sistemas de alianzas, en el valor de sus espacios geopolíticos, en la evolución tecnológica de sus sistemas de armas, etcétera, lo único inmutable sea la organización y la estructura de nuestras Fuerzas Armadas.

La segunda alternativa es ciertamente más dificultosa, pero creemos que es la única que puede llevarnos a obtener los objetivos que se compadecen con las necesidades de la nación. Se trata de asumir definitivamente la necesidad de una profunda reestructuración de nuestras Fuerzas Armadas como otro de los capítulos que indefectiblemente deben recorrerse en la tarea de modernización de nuestra patria, y de cuya necesidad participa la inmensa mayoría de los argentinos. De más está decir que la tarea no es sencilla -y quien esto escribe puede dar testimonio de ello- ni que será un trabajo que vaya a dar sus frutos de un día para otro.

Pasos importantes

Pero, ciertamente, durante los seis años de administración del radicalismo se dieron importantes pasos en el sentido correcto y que deberían ser continuados. Muchas veces lo conmocionante que resultó para el conjunto de la sociedad lo que significó la atribución de responsabilidades derivadas de la represión antisubversiva hizo perder de vista lo que se hacía como política de defensa, ya que a ésta se la confundía fácilmente con la que era la política referida a violaciones a los derechos humanos. Por eso vale la pena recordar algunos ítems.

El papel decisivo que se le otorgó al Ministerio de Defensa conducido por un civil en la organización de la defensa nacional. El principio de que las políticas presupuestarias deben ser estructuradas y dirigidas desde el Ministerio de Defensa. La planificación que realiza el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas integrado por militares de las Fuerzas Armadas, habiéndosele dado al jefe de este organismo la máxima jerarquía militar, de manera que el resto debía subordinarse a sus directivas. La función decisoria del Ministerio de Defensa en los planes de reequipamiento.

La redistribucIón territorial de las Fuerzas Armadas en un todo acorde con los planes de reestructuración. La venta de inmuebles que no tengan por específico destino necesidades de la defensa nacional. La normalización de los sistemas de armas. El énfasis en todo lo que impulse el accionar conjunto de las Fuerzas Armadas, desalentando todo aquello que signifique la pretensión de volver al pasado con su sistema de fuerzas divididas en compartimentos estancos. El sostenido esfuerzo por seguí r racionalizando y reduciendo las estructuras administrativas de las fuerzas sobre la base de los estudios que se hicieron en los estados mayores de las mismas ordenados por Defensa.

Los nuevos planes de carrera que se pusieron en vigencia en los colegios respectivos. En fin, éstos son, entre otros, los capítulos de una problemática tan rica y tan vasta como lo es el de la reestructuración de las Fuerzas Armadas y su diseño para el año 2000.

No se trata de tener la soberbia de pretender que todo lo que se hizo durante nuestro Gobierno haya estado bien, pero las sendas están trazadas y sería una pena no continuar en el esfuerzo.

Responsabilidades

Es que no hay una defensa radical y una defensa peronista. Existe una responsabilidad conjunta del espectro político argentino, el cual debe procurar un sistema de defensa para la nación acorde con las necesidades de estos tiempos, y esta responsabilidad debe ser compartida por los hombres de armas que hoy tienen la responsabilidad de la conducción de sus fuerzas.

Para encarar el problema se necesita la decisión política de hacerlo, asumiendo el Ministerio de Defensa el rol que insoslayablemente tiene reservado en un programa como éste. Es evidente que a nada se va a llegar si se deja a cada fuerza librada a la responsabilidad de lo que hagan en este aspecto sus propias conducciones. Porque la reestructuración sólo será posible si se la encauza desde el poder político, que además deberá resolver los conflictos de competencia que, así como se han planteado en el pasado, se plantearán en el futuro.

Éste es el desafío, que puede superarse si lo encaramos con lucidez y convicción.

, ex ministro de Defensa, es presidente de la Comisión de Defensa de la Unión Cívica Radical.

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