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El neo-barroco

Si a partir de ahora sigue usted definiendo a la contemporeaneidad como posmodernidad, denotará falta de rigor. Las autoridades culturales advierten que "posmodernismo", "posmoderno" se han comportado como etiquetas perezosas que designaron novedades hetereógeneas (la pintura irónica, la arquitectura reactiva al racionalismo, la filosofía de Lyotard) y no procuraron la fecundidad metodológica pertinente. Para entender adecuadamente la situación socio-cultural la palabra mágica es hoy neo-barroco. Vivimos, según la tesis, mantenida en la jornadas sobre El barroco y su doble, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, un tiempo que encuentra su relativo paralelismo en el siglo XVII. Un doble de hace casi cuatrocientos años que habla desde el más allá.Efectivamente el neo-barroco no es exactamente el barroco, entre otras cosas porque aquel movimiento era útil para entender la opacidad del mundo, practicaba un escepticismo.eficiente y seguía confiando en que el lenguaje era una representación del universo exterior. El escepticismo actual, por el contrario, se complace en su propia incredulidad, actúa sobre simulacros de lo real y ha perdido la fe en procurarse una unívoca explicación del mundo. Ni siquiera se encuentra seguro de que bajo la figuración del rostro de las cosas se encuentre la musculatura de la verdad. "Ningún saber consigue hoy llegar a ser el rostro de las cosas", afirma Francisco Jarauta, profesor de filosofía en la universidad de Murcia, codirector del encuentro, autor, entre otros, del libro Fragmento y totalidad: los límites del clasicismo, y uno de los más brillantes ponentes.

Cultos sagrados

El neo-barroco no es la reproducción del barroco, ni siquiera su mejor revival. Pero una vez establecida la precaución, no parecen existir dudas sobre las numerosas concomitancias que relacionan el panorama social y estético de la actualidad con expresionistas barroquistas. Es barroco en primer lugar el gusto aplicado a los nuevos diseños en zapatos y ropas (Sybilla, Versace, Moshino), referido a la arquitectura y la decoración (Graves, Miralda), al cine (David Lynch, Greeneway, Almodóvar). Es barroca la delectación expresada en el llamado cult-movie o culto a películas antiguas como Casablanca, Ciudano Kane, Lo que el viento se llevó, cuyas reposiciones sucesivas llevan al espectador a la degustación de los menores detalles.

Más que eso: el filme Rocky Horror Picture Show, de carácter "psicodélico", se lleva exhibiendo diariamente durante diez años en cines de Nueva York, París, Milán o Londres y los espectadores, a coro, recitan en voz alta los diálogos conocidos de memoria. La repetición con pequeñas alteraciones, el deleite meticuloso, la sacralización (los espectadores imitan a los actores), son categorías del barroco o del neo-barroco, sostiene Omar Calabrese, pionero terminológico con su libro La edad del barroco publicado en Italia en 1987 y editado aquí por Catedra, hace cuatro meses.

Pero son también dobles del barroco algunas importantes expresiones del comportmiento social y de la ciencia. La ciencia en primer lugar, con la diversas teorías del caos, la de las catástrofes de René Thom, la de los fractales de Mandelbort, abundan en el gusto por lo confuso y lo turbulento. Y ya no existe, desde hace unos quince años, una sola teoría científica que aspire a unficar el saber. Las aproximaciones a la verdad" se realizan por caminos diferentes dentro de la fisica o en el ámbito de las matemáticas, y la coherencia (y belleza) del modelo acaba determinando sus efectos de verdad, más alla de la realidad, definitivamente perdida.

En cuanto a la sociedad, lo que fue hace cuatro siglos el absolutismo, se refleja hoy en la homogeneización política casi absoluta y el pretendido gobierno general de la conciencia ciudadana por los medios de comunicación de masas. Igualmente, la corriente antiabsolutista representada en la creación de nucleos territoriales y ciudades burguesas, resistentes al imperio de las grandes familias reales, se corresponde con el nuevo énfasis de las nacionalidades y sus tendencias disipativas.

La diferencia efectivamente es que los súbditos de entonces, obligados a obedecer, cuando recreaban opciones diferentes lo hacían con la fe de la subversión. Pero la subversión hoy ha sido a menudo reemplazada por la pasividad o el cinismo individual, el abstencionismo, apoliticismo y la afección portátil a los partidos. La política se dramatizaba entonces. Hoy la política es el reino del teatro, tras cuya teatralización no quedan siquiera los restos. Todo se expone mientras todo se esconde, a la vez, en su proclama de obscenidad y trasparencia.

El valor del éxito

Complementariamente, aparece también entre la contemporaneidad una nueva valoración del éxito y de la moral individual asociada a un menosprecio de las reglas y virtudes públicas. Como demuestra Remo Bode¡ en su introducción a la obra de Gracián, Agudeza y arte del ingenio, fue en el siglo XVII cuando las teorías calvinistas sobre el triunfo en la vida empezaron a extenderse entre los burgueses católicos.

La obsesión por el éxito, el amor por el exceso, estético o vital, son relentes, interacciones y mímesis entre el barroco y el preconizado neo-barroco de hoy.

Don Quijote, Segismundo, Don Juan regresan como personajes de actualidad. Pero retornan, como todo lo demás, extirpados de dramatismo e injertados de artificio. Porque ya nada es verdaderamente dramático, en arte, en literatura, en el suceso o en la guerra, una vez que traspasa la nevera cosmética de la television. Un vistazo a lo social puede hacer creer por tanto, en un revival barroco, al que conviene de acuerdo con la simulación y la levedad (según Buci-Gluksmanna) ambiental el término más lábil de neobarroco.

"La verdad de lo nuestro, es que ningún proyecto puede ser absoluto", dice Francisco Jarauta. Lo que sin vacilación puede trasladarse a la cuestión sexual , a la ingeniería genética, a Wall Street, al equilibrio geopolítico internacional, al Tercer Mundo.

La única afirmación posible es la certidumbre en la incertidumbre. La marinonía, la asimetría, la inestabilidad, la complejidad, el desorden, la fragmentación, el extravío de la unidad y de la claridad, son barrocos. Neo-barrocos. ¿Qué mejor apodo podría hallarse para aludir a la manera en que día a día se representa aquí y allá la actualidad?

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