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La góndola y el 'porno'

Victoria Combalia

Un eslogan recorría estos días la Bienal, repetido entre los más modernos de los visitantes españoles: "La pieza de Miralda [representante oficial de España en la Bienal de Venecia] no es nada, es una trivialidad comparada con la de Jeff Koons".Típico de los esnobs es no atender más que a lo más reciente haciendo caso omiso de la historia; Miralda, en este caso, hace 20 años que trabaja en una recuperación de lo kitsch como mate-, rial artístico; es, por tanto, algo así como el padre de la criatura. Pero no se trata ahora de dar lecciones de historia, sino de que esta comparación, en realidad de términos totalmente incomparables en cuanto a cronología, puede dar más de sí por lo que evidencia sobre el momento artístico actual y sobre dos artistas totalmente diferentes.

Jeff Kooris, un joven artista norteamericano, ha presentado una pieza en la que se le ve absolutamente a pelo, tal como Dios; lo puso en el mundo, mirando fascinado el abandono y el éxtasis de su pareja, Cicciolina, que luce medias caladas blancas, liguero también blanco, zapatitos; de tacón alto plateadas, corselet y C . hadema de flores pastorales en la cabeza. Ambos personajes, en brillante cartón piedra, están colocados encima de una enorme serpiente que sugiere más bien un altar del amor, con florecillas; dispersas aquí y allá. A principios de los años setenta, John di Andrea, un artista norteamericano hiperrealista, mostró también a una pareja haciendo el amor (realizada hasta el más mínimo detalle en fibra de vidrio), sobre una alfombra. Allí no había ningún adorno: como correspondía a la moral estricta y natural del postsesenta y ocho, la escena era más bien gimnástica. En cambio Jeff Kooris, artista posmoderno, no se contenta con su escultura; la complementa con tres fotografias a tamaño mayor que el natural en las que ias posturas son ya las propias de las revistas de porno duro, al menos las de Cicciolina, que parece más bregada en estas lides; el artista -más inexpresivo, todo hay que decirlo tiene el mérito de no ocultar ninguno de sus atributos. 0 sea, la desfachatez.

Sal gorda o fina

Comprenderán que al lado de Kooris, la obra de Miralda les parezca a algunos una tontería, una ñoñez. Pero no es sólo el grado de sal gorda o sal fina lo que cuenta, sino que están diciendo cosas distintas. Al igual que otros muchos artistas actuales, Jeff Koons está hablando de la autorreferencialidad del arte: "Esto es arte si yo digo que lo es" (como precisamente apuntó Duchamp); o bien: el mundo del arte se ha convertido tan sólo en elmercado del arte, el arte es un fetiche como otro cualquiera, simplemente, hay que atraer la atención del espectador. "Usaré cualquier treta, haré lo que sea -absolutamente lo que sea- para comunicar y lograr captar al público", ha afirmado este artista. Jeff Kooris simplemente ha asimilado el concepto de artificialidad y de kitsch y lo da como premisa aceptada del arte moderno (que lo es); le ha añadido la estrategia del cinismo y del oportunismo, que hoy en día es una posición ética como otra cualquiera.

La obra de Jeff Kooris podría a su vez ser comparada a otra de temática sexual: el magnífico montaje fotográfico de la artista canadiense Geneviève Cadieux, con las imágenes fragmentadas de un beso y de un detalle de una cicatriz. La literalidad de Koons contra la ambigüedad de Cadieux... Por su parte, el proyecto de Miralda de querer casar a la Libertad neoyorquina con el Cristóbal Colón barcelonés adquiere, visto en comparación, un tinte totalmente europeo, casi podría decirse de explorador europeo, de misionero, de arqueólogo, de antropólogo. Pretende involucrar no sólo al espectador sino también a las instituciones, y que una buena parte de su proyecto recupere el valor ritual y festivo del arte. Me parece que Barcelona no ha aprovechado suficiente esta idea miraldiana como posible fuente de marketing de la ciudad; un proyecto de tanta env ergadura requeriría, creo yo, un presupuesto mucho mayor para conseguir un efecto aún más vistoso, o una campaña publicitaria más amplia. Ideas como el diamante televisión, el zapato góndola, el desfile en el que alternan Mae West, la Virgen de Montserrat y Carmen Miranda... son bellas ideas, herederas del surrealismo y del pop, tratadas con un toque de humor irónico. Hay quien afirma que la ironía no ha de explicitarse; quizá lo que suceda es que hay demasiadas pequeñas ideas en el proyecto miraldiano... ideas sutiles, mientras que en el de ciertos artistas actuales hay tan sólo una, y lanzada al espectador como una bomba visual.

Sin embargo, y con ello quisiera acabar estas pequeñas reflexiones suscitadas por la Bienal, el riesgo de nuestro momento artístico consiste precisamente en esto: algunas propuestas artísticas son de una gran mediocridad de contenido, pero están hinchadas por los medios de comunicación y todo el relumbrón de posibilidades que ofrece un buen patrocinador. Por ejemplo, el pabellón de Jenny Holzer se dedica a grabar en magníficas -losas y bancos de mármol unas citas que alternan los tópicos con las máximas del tipo "expirar por amor es bello, pero estúpido", "hablamos para enmascarar nuestra impotencia", que anás bien recuerdan resúmenes de sesiones de psicoanálisis que otra cosa, junto a algunas más ambiguas y, por tanto, mejores, como "protégeme de lo que quiero".

Si Jenny HoIzer lo hubiera escrito a máquina y clavado con una chincheta en una pared, poca gente se hubiera fijado en ello. Su obra actual supone, lisa y llanamente, la estetización declarada del arte conceptual, una auténtica academización de esta propuesta, en virtud del despliegue de millones que la realizaciónfisica (justamente aquello en contra de lo cual iban los artistas conceptuales) ha costado. Otras frases se presentan en bandas de luces cinéticas: no niego que iffipresione, que esté magníficamente hecho, pero la verdadera consecuencia es la del triunfo de la escenografía y del efectismo, la masificación y la sacralización de su más que mediano contenido.

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