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Las contradicciones de un disidente

Se cumple hoy el primer centenario del nacimiento de Boris Pasternak, el poeta autor ruso de Doctor Zhivago, una de las novelas míticas de este siglo que costó al autor la represión del régimen comunista y le dio la fama en Occidente. En 1958 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura, pero tuvo que renunciar a él por la presión del régimen soviético.

Pasternak fue uno de los primeros nombres de la disidencia literaria soviética que llegaron hasta nosotros: Doctor Zhivago se publicó aquí hacia 1960, año de su muerte. No se entendía que esta novela apacible, tolstoiana, fluvial y un poco confusa -la multitud de personajes que reaparecen requería un censo y una memoria excelente- pudiera ocasionar las furias del mando soviético; tampoco, quizá, que valiese al autor un Premio Nobel, a no ser por la riña Este-Oeste, a la que los académicos suecos siempre estuvieron atentos para participar.La posibilidad de que fuese el primer disidente de la revolución soviética tal vez no sea exacta: era más bien un residuo brillante e inteligente y muy humano de la época anterior a 1917 que no se resignaba a perder los valores individuales ("enfermizos", según la ley de Moscú) en que había nacido. Como le pasó a Maiakovski. Los dos extraordinarios poetas y Esenin, quizás inferior pero mucho más popular, trataron de pertenecer a la revolución, trabajar dentro de ella; sobre todo dentro de una ideología que suponían redentora; un trabajo en pro de la humanidad, y a los tres les alcanzó de lleno el desencanto. El futurismo les fascinaba, pero la revolución requería algo que Pasternak no sabía cómo dar: una forma de ser entendido por todos, una palabra llana. En una frase que se hizo tristemente célebre, "realismo socialista".

Piadosamente se decía de Pasternak en Moscú que había llegado a la revolución demasiado tarde -a los 27 años-, que tenía una "carga" muy fuerte de burguesía y que era un poeta individualista. Su definición del realismo fue poco convincente: "Si enfocamos una realidad que ha sido desplazada por el sentimiento, el arte es lo que registra este desplazamiento". Mala cosa para los censores en un país donde nada debía desplazarse.

No fue Pasternak quien abandonó la revolución, sino la revolución a él. Empezaron a retirarle el derecho de publicar. Se hacía sospechoso, aunque no tanto como para ser reprimido o castigado. Durante unos años su trabajo fue Shakespeare: algunas traducciones, alguna antología. Por esas fechas apareció en alguna revista un poeta nuevo, que firmaba "Doctor Zhivago". No tardó mucho en identificarse con este nombre a Pasternak. Fue el mismo que eligió para el personaje central de una larga novela en la que creía que se ponía otra vez al paso de la revolución: un realismo que abarca muchos años de vida de la Unión Soviética en tomo a un personaje de pequeño filósofo, de médico humanista que reflexionaba sobre los acontecimientos y la vida y a veces se le iba el alma hacia la poesía, como en casi todo el último capítulo y en algunos otros.

"Enfermizo individualismo"

Fue la revista Novy Mir la que le devolvió su interminable original con la calificación que luego sería tópico. individualismo enfermizo... Más duros fueron los censores: no sólo no reconocieron que era un amplio vistazo histórico, sino que la consideraron contrarrevolucion aria por la forma no oficial como trata los acontecimientos, sobre todo la revolución y la guerra civil. Sin embargo, los disidentes más perseguidos, y más realmente contrarrevolucionarios, como Solyenitsin -mucho más político- lo consideraron mimado por el régimen. Y el propio Pastemak no podía imaginar que su novela fuese así recibida.

Entonces lo descubrieron los editores occidentales -a partir de uno italiano-: se publicó en 1957, y en 1958 daba ya para su autor el salto al Premio Nobel. No tuvo ocasión de ver su otra consagración: la película de Hollywood, que se hizo en 1967 y que fue notablemente más contrarrevolucionaria que la novela y más inclinada hacia el amor. Sus tres horas y media no arredraron al público; y el "terna de Lara" todavía se toca. En España, Pasternak fue mucho más conocido por los relatos de los periódicos acerca de su persecución, exagerada -un diario de Madrid publicó una fotografía retocada de su vivienda, en la que el experto había borrado la comida sobre la mesa, el frigorífico y algún otro bien; la Prensa internacional la publicó completa- naturalmente, y por la película que por su obra literaria.

La novela sigue siendo una de las cumbres de la narrativa europea de este siglo; los rusos comenzaron a comprenderlo así en su primera rehabilitación, y la situación actual les permitirá entrar en mejor contacto con toda la obra de Pasternak, especialmente con su poesía. Occidente haría bien en releerla ahora con esta óptica; no como un trozo de muro de Berlín o como un arma contrarrevolucionaria, sino como una de las grandes novelas de nuestro tiempo y como una muestra auténtica de un genio poético y de un amplio talento narrativo. Tenemos que ir depurándonos todos.

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