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Tribuna:EL DISPUTADO SILLÓN 'F'
Tribuna
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Un economista en el jardín

Cinco novelas y dos obras teatrales no deben inducir a error. Si no parecen constituir un gran caudal cuantitativamente -o económicamente- hablando, no hay que olvidar que aquí se trata de literatura, y que este arte de las palabras tiene por costumbre negar la cantidad en beneficio de la calidad. Menos escribieron Rimbaud o Juan Rulfo y, sin embargo, estamos tocando misteriosos tesoros cuando a ellos nos referimos. Si menos da una piedra, también las hay preciosas, y todos los esquemas se nos vienen abajo, porque lo escaso se convierte en derroche y a veces el exceso se despeña en auténticos basureros. Los verdaderos tesoros son acaso los que caben en el bolsillo, y al verdadero Alí Baba le sobran los 40 ladrones.Suele decirse que José Luis Sampedro ha escrito poco, pero en el fondo ésa es una queja de lectores insatisfechos que si quieren más por algo será. En realidad, José Luis Sampedro, economista y profesor de vocación, pedagogo siempre pero repleto de sensibilidad y de tan excepcional cordialidad que era capaz de traicionar la ciencia por la conciencia, acaso no fue al principio sino un tentado por el demonio de la literatura. A finales de los cuarenta había escrito ya una novela que destacó en un concurso, pero que al final permaneció inédita, La sombra de los días, creo recordar que se titulaba. Luego escribió otra, que tampoco publicó, hasta que en 1952 se lanzó a la arena con Congreso en Estocolmo, un producto tan atípico, libre y a contracorriente que desconcertó a casi todo el mundo.

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Un escritor furtivo

Era una historia cosmopolita, de parodia política y de extrañas morales que se imponían a la verdad del amor, y José Luis Sampedro se quedó una vez más en el umbral de sus tentaciones, reflexionando sin parar. ¿Quién perseguía a quién: Sampedro a la literatura, o al revés? La economía desgranaba sus encantos y se ponía a sus pies concediéndole oficio y beneficio, poder y celebridad, hasta el punto de que el escritor que todavía no lo era -o que empezaba- se marchó al río Tajo a contemplar los días y los trabajos de los ya extinguidos gancheros que transportaban toneladas de troncos aguas abajo. En 1961 vino El río que nos lleva, que recientemente descubrieron los cineastas. Pero también se las ingenió para introducir allí, aguas arriba, la moral, la política, el sexo y la aspiración de libertad. Al final, el economista se revelaba como el primero de nuestros ecologistas, se marchaba por los cerros teatrales -donde ganó un premio nacional- con La paloma de cartón y, sobre todo, Un lugar para vivir.

Como estaba ya bastante harto, publicó nueve años después El caballo desnudo, ficción satírica para atacar puritanismos trasnochados, lo que acaso le cerró demasiadas puertas, le quitó lectores -eran tiempos tan confusos, no se olvide- y le siguió cerrando las puertas de la normalidad literaria. José Luis Sampedro se enfadó tal vez -al menos así se podría imaginar- y se encerró en su patria literaria para conseguir el absoluto que ya ' estaba persiguiendo. Primero fue perseguido acaso, pero ahora se había convertido en un perseguidor tenaz que iba desgranando esa fábula inmensa, tierna y feroz, culta y carnal que sorprendió a todos, empezando por su editor, que en su generosidad para publicar aquella obra imposible no pudo evitar el suprimir muchos de los 2.000 folios iniciales, hasta llegar a esa summa narrativa del escritor que es, hasta hoy, Octubre, octubre, de 1981.

Octubre, octubre, esa narración ciclópea, aplastante, divertida, mística y material, costumbrista y filosófica, poética, sexual y monacal al mismo tiempo, es una de las narraciones más importantes y singulares del último decenio. Sorprendió, apasionó, se colocó sorprendentemente en el ojo del huracán, y liberó a su autor, al borde ya de su jubilación como maestro de economistas y rebelde esencial, que a partir de entonces había encontrado ya su verdadero camino. En su último libro, La sonrisa etrusca (1985), su fantasía y su ternura podían ya caminar juntos, y José Luis Sampedro se mostraba ya en plena libertad. El resultado, claro está, fue un éxito de ventas colosal. Bien merecido fue. Al jardín académico ha llegado en su doble condición de novelista y maestro de economistas, pero todo eso, al fin y al cabo, no es sino una metáfora de la unidad de los contrarios.

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