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El carro, delante de los bueyes

Estados Unidos ha puesto el carro delante de los bueyes con el envío de una flotilla al Caribe para vigilar el movimiento de aviones sospechosos de transportar estupefacientes en el espacio aéreo colombiano, y al mismo tiempo ha colocado en una situación embarazosa al Gobierno de Bogotá, que se ha visto obligado a declarar su desacuerdo con la acción norteamericana.

Una flotilla compuesta por el portaaviones John F. Kennedy y el crucero de proyectiles dirigidos Virginia, a los que probablemente se unirá otro crucero desde Florida, navega rumbo al Caribe para lo que el Pentágono ha calificado de "maniobras rutinarias". Aún así, se ha provocado un roce diplomático con Bogotá cuando la pasada semana las competitivas emisoras de radio colombianas calificaron los movimientos de la Marina estadounidense de "bloqueo" de las costas colombianas. Un comunicado del presidente Virgilio Barco, uno de los líderes latinoamericanos más respetados en Washington por su firmeza en la lucha contra los narcotraficantes, dejó bien claro el disgusto colombiano por la acción unilateral norteamericana y afirmó que Colombia no participaría en "las maniobras" ni permitiría que éstas se llevaran a cabo en sus aguas jurisdiccionales.

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Limar asperezas

Washington se ha apresurado a limar asperezas con uno de sus más firmes aliados en América Latina, y el domingo, el asesor de seguridad nacional del presidente George Bush, general Brent Scowcroft, se apresuró a manifestar a la cadena de televisión ABC que "EE UU no tiene intención de llevar a cabo ninguna acción que no sea en cooperación con los. países de la zona".

El secretario de Defensa, Richard Cheney, manifestó que "EE UU siempre había tenido una presencia naval en el Caribe", pero que informaría a los países latinoamericanos de sus planes para interceptar los envíos de estupefacientes a su territorio. Bush se negó el domingo a comentar el incidente cuando fue abordado por los periodistas mientras se encontraba practicando jogging a orillas del Potomac.

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Lo que ha ocurrido es que los barcos norteamericanos han emprendido su singladura hacia el Caribe antes de que se informara de su salida a los Gobiernos interesados, con lo que se les ha colocado ante una política de hechos consumados, olvidando la sensibilidad latinoamericana ante cualquier presencia militar del vecino del Norte en su zona, ahora exacerbada tras la invasión de Panamá.

No es previsible que Washington dé marcha atrás y ordene el regreso de sus barcos, cuyo envío constituye la punta de lanza de un ambicioso plan de lucha contra el narcotráfico preparado por el Pentágono y que prevé la utilización por primera vez de efectivos de las fuerzas armadas norteamericanas en la lucha contra la droga. El plan cuenta con las bendiciones de Bush, que será el encargado de anunciarlo este mes. La presencia de la flotilla norteamericana en aguas del Caribe no sólo está dirigida a detectar por medio de los AWACS y los Hakweyes la presencia de aviones pirata en el Caribe con rumbo a Estados Unidos. Seguramente hay que ligar también su envío a la celebración de la cumbre presidencial sobre el narcotráfico que Bush celebrará en Cartagena de Indias el próximo 15 de febrero con sus colegas de Colombia, Bolivia y Perú, si finalmente este último país decide participar a nivel de jefe de Estado.

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