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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Euroconfederación

LA DISCUSIÓN sobre el futuro de nuestro continente, estimulada por los cambios que tienen lugar en el Este, tiene un ritmo quizá algo precipitado. Hace poco escandalizaba a muchos el proyecto del canciller Kohl de una confederación alemana para superar la división actual entre RDA y RFA. Hoy el debate se centra en la idea, lanzada por Frangois Mitterrand en, su mensaje de fin de año, de una confederación europea en la que deberían integrarse tanto los miembros de la CE y otros Estados occidentales como los Estados del Este que tengan sistemas democráticos. Tal como van las cosas, no es algo situado en una perspectiva lejana: con la serie de elecciones democráticas convocadas en 1990, la democracia se convertirá pronto en una base común de la vida política de Europa.La idea de Mitterrand ha sido acogida favorablemente por Kohl en la entrevista que ambos acaban de celebrar. Si sólo se tratase de una frase en' una ceremonia festiva no se hubiesen comprometido a apoyarla, pública y conjuntamente, los dos principales dirigentes de Francia y la RFA. Por otra parte, los hechos mismos exigen que empiece a diseñarse lo que puede ser nuestro continente en la próxima década. La idea de una Confederación tiene dos méritos clarísimos: en primer lugar, es una especie de freno ante el peligro -que no conviene subestimar- de un retorno a la Europa de 1919, es decir, a una explosión de nacionalismos exacerbados, y ofrece una perspectiva a los países del Este de asociarse al conjunto de Europa; en segund o lugar, dibuja un marco dentro del cual el proceso de la unidad de Alemania podrá desarrollarse con mayores garantías para todos.

Pero ¿qué contenido tendría esa confederación? Casi nada han dicho al respecto los que han lanzado la idea, aunque las preguntas que surgen son numerosas: ¿con qué órganos funcionaría?, ¿con qué poderes? Y un punto insoslayable: ¿qué relación tendría esa confederación con la Comunidad Europea ya existente? El presidente de la Comisión de Bruselas, Jacques Delors, se ha apresurado a declarar que sólo cabe pensar en la confederación paneuropea una vez que la CE haya dado pasos definitivos hacia su unidad política. Tesis que sin duda convendría a España y a los otros países del Sur. En el marco de los doce existen compromisos de solidaridad que nos ayudan a disminuir nuestro retraso con respecto al norte europeo. Si esta solidaridad se refuerza, si la CE consolida su estructura, será más fácil frenar la tendencia, cada vez más neta, a una creciente canalización de recursos e inversiones hacia el Este, en detrimento del sur del continente.

Al mismo tiempo, es obvio que la CE no puede ser una especie de club de privilegiados en la Europa de mañana. En la medida en que los países del Este establez.can regímenes democráticos, conviene que su asociación al resto de Europa tome formas permanentes e institucionalizadas en todos los campos políticos, económicos, sociales y culturales posibles. No es viable hacerlo en el cuadro de la CE. Ésta se ha constituido en un marco determinado, y en este ámbito tíene ya muchas dificultades para avanzar. Por eso hay que pensar en otro concepto para ese conjunto de lazos que los Estados europeos, del Este y del Oeste, necesitan establecer entre sí. ¿Se retrasará este nuevo proyecto, como quiere Delors, hasta que la CE haya logrado su unidad política? Es dificil exigirlo, porque podría ser un retraso ad calendas graecas. Son dos proyectos que deben tener cada uno su propia dinámica.

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Otro problema importante es encontrar una sede en la que se pueda debatir con la mayor eficacia -la idea de la confederación. Probablemente el lugar más adecuado sea la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE), que en etapas de tensión ayudó a conservar zonas de acuerdo en el ámbito paneuropeo. En el nuevo horizonte que se perfila tendrá que ser algo distinto, más sólido, más permanente. He aquí una razón más para que España apoye la celebración de un Helsinki 2 en 1990. Porque sería lamentable que la propuesta de confederación quede en meras palabras.

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