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HACIA UNA NUEVA EUROPA

Checoslovaquia estalló

La revuelta que tumbó a la cúpula comunista la iniciaron los hijos de la 'primavera de Praga'

Berna González Harbour

Éste es un país donde un anciano como Novak, al que le falta una pierna, tiene que acudir año tras año a demostrar que le sigue faltando la pierna para poder renovar la pensión. Donde la pensión le llega para espaguetis, patatas, más espaguetis, más patatas, y tal vez un plato de carne a la semana. Checoslovaquia revienta de crisis, de burocracia, de papeleos, de cansancio, de represión intelectual. Y no aguantó más.¿Para beber? Agua sin gas. "Lo lamento, pero en este momento no tenemos", dice el chef. "Lleva un año diciendo lo mismo", murmura un diplomático. Y así es Checoslovaquia. En invierno falta fruta. En verano, sandalias. A las ocho se acabaron los periódicos, pues sus devoradores madrugaron para hacerse con los pocos ejemplares de un medio basado en el papel, que casi no hay. Y en la esquina de al lado, 50 personas aguantan 10 grados bajo cero para arrebatar al Ubrero la última novedad.

Una novedad muy oficial. Porque durante todos estos años, todos aquellos cerebros peligrosos fueron prohibidos, huidos, purgados.

"Un día vinieron a limpiarme los cristales a casa, y entre los limpiadores encontré a varios profesores de mi universidad", cuenta una checoslovaca. Limpiando cristales, barriendo las calles, malvíviendo han estado todos los que participaron en la corta primavera de Praga o mostraron una mínima creatividad contra el estatismo del régimen.

Gente como J. A. Novotny, guionista, tuvo un poco más de suerte. Su negativa a tergiversar la historia en la televisión checoslovaca le procuró un destino tal vez más digno: escribir guiones de títeres. Hoy, Novotny ríe feliz por los acontecimientos, pero no sin dejar escapar alguna lágrima: "Nunca podremos recuperar 20 años de parálisis", dice. "Rompieron nuestra carrera". Hay mucha amargura en esa generación que fue joven en los sesenta, y que ha renacido este mes de noviembre por iniciativa de sus hijos.

Porque esta revolución la empezaron los niños, los adolescentes que mamaron repulsa en sus casas y que no aguantaron más. Cuenta un ama de casa de Ostrava que un día, hace ya tres semanas, su hija volvió a casa y le dijo:

-Mamá, nos hemos puesto en huelga en el colegio.

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-Pero, hija, no seáis locos, es peligrosísimo.

-Tanto hablarnos de lo que hicisteis en 1968 y ahora te asustas. Pues ahora nos toca a nosotros.

Y así empezaron los estudiantes. A ellos se unieron después los actores, los intelectuales, obreros e Iglesia. Y al final, aquellos grupos disidentes que ya existían, dispersos en todos los sectores de la vida checoslovaca, organizaron la revuelta para sacudir y tumbar el régimen. Las llagas formadas en tantos años de aguante se revolvieron en su propia costra e hicieron reventar a los cómplices de la invasión de Praga por parte de los carros de combate de cinco países del Pacto de Varsovia.

Los cómplices

Y el dedo acusador apuntó bien. Gracias a él cayeron algunos de esos cómplices, como Milos Jakes, Stepan, Zavadil. Pero por debajo de ellos quedan aún los 9.400 integrantes del aparato comunista, boquiabiertos y despistados. Algunos corren ya a guisarse las lentejas del futuro. Hacen declaraciones a favor de la libertad, critican sus propios errores. De repente se volvieron buenos. Así, unos 200 promueven el nuevo Foro Democrático de los comunistas, un grupo creado dentro del propio partido para ofrecer hoy alternativa a la inmovilidad. Otros, como los responsables de Cultura, preparan ya una exposición de las grandes obras hasta ahora prohibidas. Los libros de autores como Milan Kuridera, Josej Skvoregky y Pavel Kohout, difundidos hasta ahora en fotocopia, tendrán un estante en la biblioteca estatal de Praga.

Pero otros no están tan de acuerdo. Sobre el futuro de Praga se cierne el boicoteo de los más retrógrados, aquellos que intentaron colar en el nuevo Presidium a los duros neoestalinistas, superados después por la voluntad de sus propias bases. O los que en el Parlamento votaron por calificar la intervención del 17 de "no adecuada", en lugar de "brutal". Muchas fuerzas contrarias al verdadero cambio, enfrentadas a un pueblo y un mundo que condena ya abiertamente la vieja represión.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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