Cambios para una nueva Europa
Los cambios que ahora se extienden por Europa del Centro y del Este son trascendentales e irreversibles. Marcan el fin de una situación que se ha mantenido en la mayor parte de la región durante cuatro décadas, y en Rusia durante siete. Dígase lo que se diga de estos cambios, puede afirmarse que Europa nunca será la que ha sido durante estos años a partir de la 11 Guerra Mundial.Esta Europa futura dependerá de la política -de la meditación, de las ideas, del equilibrio entre prudencia y valor- puesta en práctica, para darle forma, por aquellos Gobiernos profundamente involucrados.
Para Estados Unidos y para las otras grandes potencias de la OTAN y del Pacto de Varsovia, esta situación presenta dos grandes y complejos problemas, y es de vital importancia para la solución de ambos que no se confundan.
El primero es el problema a corto plazo: mantener la suficiente estabilidad en la región de Europa Central y del Este durante las próximas semanas y meses, para dar tiempo a todos y así abordar, cuidadosa y ordenadamente, el segundo. Este, a largo plazo, exigirá mucho más tiempo para solucionarlo con éxito, y no debe enfocarse con prisa ni bajo grandes presiones.
Este segundo problema no puede enunciarse en una sola frase; es muy amplio y presenta muchas caras. Esencialmente implica no sólo proyectar una nueva situación para la zona de Europa mencionada, sino también lograr un nuevo marco político, económico y de seguridad para gran parte del continente, que reemplace al antiguo, tan impregnado de conceptos de la guerra fría y presunciones que ya no tienen aplicación.
Éste, como observó recientemente el ex canciller Helmut Schmidt, es esencialmente un problema de los propios europeos. Son ellos los que deberán vivir con la solución que se le dé. Los norteamericanos no pueden reemplazarlos en esta responsabilidad básica ni tampoco deberían desear hacerlo.
Sin embargo, un elemento importante de este problema será a largo plazo el futuro de la Alianza del Atlántico Norte, y EE UU, que como potencia impulsora de este grupo no puede evitar cierta implicación. Hacer frente a esa responsabilidad exigirá mucho más esfuerzo en términos de ideas y discusiones -discusiones entre los norte americanos, pero también con los europeos, incluyendo a los rusos- que el que se le ha dedi cado hasta ahora.
En cuanto a amplitud y dificultad, es extraordinario lo que implica este problema. Implica la relación de Europa del Este con la Comunidad Europea tan to económica como políticamente. Implica el futuro de la OTAN y del Pacto de Varsovia. Implica los acuerdos militares ahora vigentes en el centro del continente. Implica las diversas negociaciones, actualmente en marcha, sobre el equilibrio de las armas convencionales en Europa. Implica la relación entre las dos parte de Alemania y la postura que adoptar en lo relativo a la posibilidad y deseos de su reunifícación. Estos problemas son parte de un todo. Ninguno puede resolverse o abordarse adecuadamente con independencia de los restantes. Su solución exigirá muchísimo estudio, discusiones preliminares y, Finalmente, negociaciones. Los problemas que se estudian tienen una gran profundidad histórica. Quien emprenda su estudio (y eso significa todos nosotros) se verá frente a situaciones para las cuales debieron encontrarse mejores soluciones, que no se hallaron, al final de la última guerra. Incluso algunas situaciones (surgidas de la desintegración del imperio austrohúngaro) quedaron sin resolver ya en 1918 y 1919.
Proyectar esta nueva Europa es una tarea tan compleja y profunda en sus repercusiones que no se logrará en un tiempo de terminado ni tampoco se plasmará en un solo documento de acuerdo.
Hablamos de un edificio que deberá asentarse en muchos cimientos. Su construcción llevará anos, no meses. Tendremos suerte si el objetivo se logra, en sustancia, antes de finales de siglo.
Es preciso comenzar cuanto antes a reflexionar sobre este gran esfuerzo. Sin embargo es importante al mismo tiempo que el entusiasmo del momento no nos impulse hacia apresuradas e impensadas decisiones o incluso discusiones, que podrían perjudicar el logro de la adecuada solución para cualquiera de los cuatro grandes problemas.
Las discusiones sobre la reunificación de Alemania están marcadas por la iriformalidad. Mucha gente habla del tema como si fuera algo que debería o podría surgir fácil y naturalmente a partir de cualquier amplia liberalización de las condiciones en Alemania del Este. Esta actitud tiene poco en cuenta la profundidad real del problema.
En la actualidad debe haber bastante más de un millón de hombres en armas en territorio alemán, con todo sa equipo elaborado y moderno, y en el caso de Norteamérica y la URSS, con armamento nuclear y convencional. Estas fuerzas están ahí no sólo por voluntad de las autoridades alemanas, sino en base a complejos acuerdos a largo plazo con otras potencias, y en particular con otros grupos y potencias organizados en torno a la dos alíanzas.
Los alemanes no podrían unilateralmente desarmar esas fuerzas o hacerlas desaparecer ni siquiera en sentido físico. Menos aún podrían pasar por alto unilateralmente el marco contractual en el que se apoya la presencia de esas fuerzas, ni tampoco querrían hacerlo. Los perfiles reales de esos poderosos ejércitos, tanto en el Este como en Occidente, se negocian actualmente entre unos 28 países, al margen de ese marco contractual. Cualquier reunificación alemana sería impensable sin un amplio acuerdo sobre el emplazamiento y control político de esas fuerzas, entre todas estas partes, individual o colectivamente, como miembros de cualquiera de las dos alianzas.
Pocos negarían que el sistema de alianzas en el cual se ha apoyado la seguridad europea en estos últimos 35 años está envejeciendo rápidamente. Hay que tener en cuenta que el mismo está basado en prejuicios surgidos de la guerra fría que la mayoría de nosotros consideraría hoy ampliamente superados.
Todo esto implica la necesidad de crear un marco de seguridad alternativo para todo el continente. En el centro de la búsqueda de esa opción debe estar Alemania.
En este país se concentra hoy la mayor fuerza armada del continente. Su posición geográfica y sus posibilidades económicas lo convertirán en centro de cualquier nuevo marco de seguridad que se proyecte. Los problemas que se presentan a ambas partes de Alemania, tanto en sus relaciones mutuas como con sus vecinos, sólo podrán resolverse dentro de ese marco de seguridad, nuevo y presumiblemente más amplio. El principio que nos guió a la mayoría de nosotros al enfrentarnos hace 40 años al futuro de Alemania era: no debe existir nuevamente una Alemania unida, y menos aún militarizada, aislada dentro de Europa, sin estar firmemente integrada en alguna estructura internacional más amplia; una estructura que absorba sus energías y les dé garantías a sus vecinos.
Pero si Alemania se integrara en una estructura más amplia (posibilidad que hoy parece más firme que hace 40 años) surgiría esta pregunta: ¿debería formar parte de esta estructura como un país reunificado? ¿No sería mejor, e incluso más seguro para los demás, que ambas partes de esa nación (aunque cultural y económicamente unidas) se integraran como países políticamente separados, tal como lo son hoy?
Son precisamente estos problemas (cuyas soluciones dependerán de los amplios acuerdos de seguridad para Europa) los que deben resolverse, sin que un proceso preceda al otro. Cualquier otra cosa crearía complicaciones que nadie desearía ni tampoco encontraría la forma de evitar.
Por esta razón, si en Europa del Este la liberalización política avanzara, en un futuro próximo, hasta un punto en que se diferenciara muy poco de la situación existente en la RFA, no bastaría por sí misma para una inmediata reunificación alemana. Por tanto, este no es el momento adecuado para remover el tema.
El problema inmediato es observar cómo el proceso de cambio, que ahora sorprende a la parte este de Europa (y el ajuste que éste requiere para las relaciones con Rusia), puede hacerse más fácil para llevar paz y seguridad al continente, en un plazo breve. El objetivo es ganar tiempo para el proceso más arduo y extenso de encontrar un nuevo orden europeo.
La mejor contribución que Estados Unidos y sus principales aliados de la OTAN pueden hacer para la obtención de este objetivo inmediato es la de intensificar esfuerzos para lograr en Europa una importante reducción de armas convencionales. Si, pendientes de acuerdos más amplios, ambas alianzas y sus fuerzas militares deben mantenerse hasta poder examinarlas dentro de un contexto mayor, no hay ninguna razón para que las fuerzas ahora desplegadas en el centro de Europa (ya exorbitantes con relación a cualquier necesidad real) sean reducidas de manera sustancial. Esta actitud mejoraría la atmósfera para explorar, en un ámbito más extenso, los requisitos para la futura seguridad de Europa que exigen nuestra atención.
De todas maneras, una exigencia fundamental para avanzar en esta dirección sería abandonar, por parte de Washington y de sus principales aliados de la OTAN, la ridícula creencia de que la tarea más urgente de la OTAN consiste en frustrar el ataque de una belicosa Unión Soviética (y sus fieles aliados del Pacto de Varsovia, igualmente belicosos) sobre Europa occidental. En cambio, deberíamos prepararnos para realizar un minucioso examen del modo cómo lograr la seguridad de Europa, en una época en la que el gran enemigo no es la Unión Soviética, sino el rápido deterioro de nuestro planeta como estructura en la que se apoya la vida civilizada.
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