Vértigo político y moderación económica
CUANDO HACE algún tiempo Mijail Gorbachov habló por primera vez de una casa común europea en la que tuvieran cabida todos los países del continente, sin distinción de ideologías o sistemas de gobierno, los políticos, los medios de comunicación y los teóricos occidentales tomaron la idea con cierta indulgencia, cuando no con la sospecha de que tras esa propuesta se encontraba encerrado el gato de una estrategia para separar a Europa occidental de Estados Unidos. Los países de detrás del telón de acero, se le respondió al presidente soviético, deben emprender antes el camino de la democracia, derribar el sistema socialista y acercarse al sistema de libertades consagrado en Europa occidental.No era concebible que los países socialistas pudieran desmontar de la noche a la mañana sus sistemas económicos y sociales, convirtiéndose de golpe a la economía de mercado. Por el contrario, lo importante era evitar que, tras el hundimiento del socialismo realmente existente, surgieran exacerbaciones nacionalistas de corte reaccionario que, al constituirse en alternativa a los moribundos sistemas del Este, alejaran aún más a estos países del objetivo pretendido. Ambas cosas impulsaron a Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea, a sugerir como futuro inmediato más deseable una Europa de varios círculos concéntricos, basados en una visión común de la democracia y en una aproximación de europeos occidentales y orientales a las realidades económicas y sociales. Los jefes de Gobierno comunitarios reunidos en París hace una semana analizaron estas cuestiones y debatieron entre escoger una estrategia que refuerce las estructuras comunitarias antes de ampliarlas u otra que espere a que los extracomunitarios se pongan al nivel de los socios de la CE. Se anticipaban así a la próxima cumbre de Malta, en la que Gorbachov y Bush tratarán, sin duda, del futuro de esta nueva Europa.
Nadie esperaba -ni siquiera Gorbachov- que su idea de casa común encontrase en tan breve plazo unas condiciones propicias. Los países del Este evolucionan más rápidamente de lo previsto hacia el encuentro con las exigencias occidentales mínimas. Pero, pasados los primeros momentos de euforia, dentro del bloque occidental comienzan a apreciarse ciertas fisuras. La nostalgia de la seguridad proporcionada por un continente dividido en bloques a veces prima sobre la aventura -no exenta de riesgos, desde luego- de acabar. con la pesadilla que ha dominado a Europa en buena parte del siglo XX. Por otro lado, hay quien dentro de la CE está aprovechando los acontecimientos del Este para defender sus propias posiciones: la indeterminación de la actual situación ha potenciado en Margaret Thatcher su anacrónica defensa de las soberanías nacionales.
En el centro de la discusión sigue estando la cuestión alemana: el temor a que la reunificación de los dos Estados germanos tire por tierra los progresos de integración europea de las últimas décadas. El pasado miércoles, el canciller alemán occidental, Helmut Kohl, explicó en el Parlamento Europeo su pensamiento sobre la cuestión. Ponía con ello paz en el escenario y tranquilizaba los ánimos. Su ministro de Exteriores, Genscher, los había alterado días antes en Washington al afirmar que no podía abdicarse del concepto de una nación alemana única.
En Estrasburgo, Kohl defendió el derecho de los alemanes a la autodeterminación de su futuro, pero, por encima de todo, aseguró que "la unidad de Alemania sólo podrá realizarse si progresa la unidad de Europa". La Europa comunitaria es una entidad de perfiles políticos inciertos, cuya estructura tiene defectos, pero que poco a poco empieza a consagrar una fórmula nueva en cuya construcción y beneficios quieren participar más sociedades que las que la constituyen. Por eso tiene que ser una Comunidad abierta, y concretamente ahora, hacia el Este. En ese proceso, las dos Alemanias podrán unirse no mediante una reunificación de efectos desestabilizadores en Europa, sino como parte de ese proceso de articulación del objetivo europeo en su dimensión más profunda. He ahí el razonable mensaje de Kohl.
Margen limitado
En el ámbito de la economía, el reciente informe de la Comisión sobre la situación coyuntural en los países de la Comunidad y las perspectivas para el próximo año muestra un moderado optimismo para 1990. El año que ahora termina experimentará un crecimiento del producto interior bruto (PIB) en la Comunidad del orden del 3,5% en términos reales, lo que supone una ligera reducción cuando se compara con 1988, año en que el crecimiento fue del 3,8%. La desaceleración será bastante más fuerte en Estados Unidos (2,7%, frente al 4,4% de 1988) y en Japón, donde, a pesar de todo, el crecimiento económico permanecerá próximo al 5%. El año que termina será, pues, un buen año económico.
En el terreno de los grandes equilibrios, el balance es más contrastado: el ritmo de aumento de los precios se ha acelerado en la CE, pasando del 3,6% en 1988 a casi el 5% en 1989; en Estados Unidos, el deterioro ha sido de casi un punto, y en Japón, de dos, si bien en este último país la inflación permanece en esa última cifra, ya que en 1988 los precios no registraron variación alguna. En cuanto a los desequilibrios en las balanzas de pagos, se ha producido una cierta tendencia a la disminución: el déficit por cuenta corriente de Estados Unidos pasará del 2,4% al 1,7% del PIB, mientras que el excedente japonés se reducirá ligeramente. Tan sólo aumentará de forma sustancial el excedente de Alemania Occidental, reflejo simétrico del deterioro registrado en la mayoría de los países de la Comunidad, especialmente en España, Grecia, Reino Unido y Portugal. En cuanto al empleo, se ha progresado considerablemente en casi todos los países, salvo en Dinamarca. En España es donde más empleo se ha creado en términos relativos, con un aumento del 3,5%. En este apartado tienen interés las reflexiones de la Comisión cuando afirma: "Mientras que en la década de los sesenta un crecimiento anual del PIB de un 4,8% apenas generó un 0,3% de empleos nuevos, en la actualidad una tendencia de crecimiento del PIB ligeramente superior al 3% lleva consigo una tasa anual de expansión del empleo de más del 1%. Ello se debe a diversas razones: modificación de la tendencia en lo que se refiere al coste relativo de los factores, reducción de las horas de trabajo por persona empleada, aumento del empleo a tiempo parcial, la constante expansión del sector servicios y las medidas adoptadas para acrecentar la flexibilidad del mercado laboral".
Las cosas van a cambiar en 1990. El crecimiento será algo menor en la Comunidad (alrededor de un 3%), en Estados Unidos y en Japón. Los desequilibrios en las balanzas por cuenta corriente serán mayores en el interior de la Comunidad y se detendrá el progreso registrado en Estados Unidos. La inflación descenderá moderadamente en Europa y también se reducirá la tasa de aumento de la inversión productiva, y con ella, el ritmo de creación de puestos de trabajo.
Se trata de un panorama relativamente tranquilizador, ya que estamos ante una reducción moderada del crecimiento en los países industrializados, aunque, en el lado negativo del informe, esta suave caída no parece que vaya a contribuir apreciablemente a la solución de los desequilibrios planteados. A ello conviene añadir los problemas del resto del mundo, entre los que destacan los derivados de la situación de endeudamiento de los países en vías de desarrollo, en los que se ha progresado muy poco en los últimos tiempos, y los que plantea la evolución política de los países del Este. El afianzamiento de la evolución hacia la democracia en estos países requerirá, antes o después, la ayuda económica de los países occidentales, lo cual, a su vez, puede dar lugar a tentaciones de detraer esa ayuda de los fondos estructurales de la Comunidad. A los ojos de la Comisión, la coyuntura actual se caracteriza por una suave desaceleración de la actividad y la persistencia de los desequilibrios en el mundo industrializado. En este contexto, el margen de acción de las políticas económicas sigue siendo bastante limitado.
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