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Tribuna:UN HOMBRE COMPROMETIDO
Tribuna
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El culto de la amistad

Juan Arias

Recordaré de él, maestro y amigo entrañable, algunas cosas que tenían el sabor de la verdadera sabiduría, la bíblica, la que nace de la inteligencia y de la bondad conjugadas. Leonardo imponía enorme respeto a los que no 19 conocían en la intimidad y despertaba ternura infinita en quienes habían tenido la suerte de tratarle de cerca. Era como una conciencia nacional. En un país preñado de corrupción en todos sus estamentos; el gran elogio que se hacía del escritor de la Mafia era que "no parecía italiano".Hace sólo unos meses, Indro Montanelli, a sus 80 años, maestro de periodismo en este país, director y fundador del diario Il Giornale de Milán, hizo un impresionante elogio de Sciascia en una entrevista concedida a este corresponsal: "Es de los pocos, dijo, de quienes es posible saber de qué raza son. Yo cuando me encuentro frente a un dificil problema de conciencia suelo preguntarme: ¿qué haría Sciascia en mi lugar?".

Recordaré del gran escritor su avaricia por la palabra, sus largos silencios antes de responder a una pregunta, su libertad de espíritu, sus pocas ganas de complacer, su obsesión por el tema de la justicia, su culto a la inteligencia, que definió como "un barniz muy usado por los imbéciles". Y cuando, una mañana, acompañándole hacia el restaurante que él tanto amaba al lado del Panteón, observando el fajo de periódicos que llevaba bajo el brazo, le pregunté: "Leonardo, ¿qué es para ti el periódico?", tras pararse y mirarme severo respondió: "Nuestra mentira cotidiana".

Cáustico y a la vez tierno como un niño, tenía el culto siciliano-árabe de la amistad. Cuando te invitaba a su casa le pedía a María, su esposa de toda la vida, que sacara lo mejor. Y una vez quiso hacer el jugo para la pasta con espárragos de campo que él mismo había recogido por la mañana como deferencia hacia el huésped amigo.

Los libros

Su amor, su grande amor, su pasión, su ídolo, su dios eran los libros, la envidiable biblioteca de su casa de Pálermo. Los miraba, los tocaba, los abría en sus manos como si fueran cofres llenos de preciosos misterios: "Quiero morirme antes de que del mundo desaparezcan los libros", dijo un día a este corresponsal mientras le enseñaba algunas obras sobre la guerra civil española.

Había aprendido el castellano leyendo las obras de Ortega y Gasset. Comprendió la absurdidad del fascismo a través de la tragedia franquista. Amaba a España como a su segunda patria. Recorrió las tierras de La Mancha leyendo el Quijote y visitó con su fotógrafo personal, Scianna, los lugares de la guerra civil.

Sciascia poseía todo el pesimismo de la razón. Alguien dijo de él que sufría más que los demás porque a través de una inteligencia vivísima es como si contemplara a la sociedad y a los hombres desnudos. Era durísimo con lo que él llamaba "la justicia injusta". Solía decir que las leyes eran tantas y tan absurdas en nuestra sociedad que cualquier juez podía en cualquier momento llevar a la cárcel a cualquier ciudadano, aun al más honrado.

Tenía una relación de amor y odio con su tierra, Sicilia, la tierra de Pirandello. La amaba porque, como Borges, afirmaba que en aquella isla -que no es sólo Mafia- "el hombre había empezado a construir un sistema de la duda". "La duda", repetía siempre Sciascia, "es el mayor instrumento del conocimiento". Dudaba de todo. Y, a pesar de que se sentía volteriano, me confesó un día: "Dudo tanto que no me extrañaría que frente a la muerte me acercase a la religión".

Odiaba a quienes hablaban de la Piovra sin conocer el alma siciliana y a veces hasta fue acusado de ser demasiado respetado por los grandes mafiosos. Pero lo cierto es que la misma Mafia lo respetaba antes de temerlo. Sabían los mafiosos que nadie los conocía como él, y quizá por ello lo respetaban y temían al mismo tiempo.

Se ha llevado con él muchas, cosas dentro porque el pudor lo había hecho avaro en confesiones. Era un analista despiadado de nuestra sociedad. Decía que no se encontraba bien en ella porque "no amo", explicaba, "ni el poder ni el dinero". Odiaba sobre todo la mezquindad: "Antes era una degradación del comportamiento, ahora es una dimensión de la existencia".

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