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Un agua demasiado limpia

La proliferación de botellas de agua mineral con lejíaalarma a los donostiarras y desborda la investigación

El paulatino incremento de los casos de envenenamiento del agua mineral embotellada en Guipúzcoa y Álava ha terminado por desbordar los cauces de la investigación judicial en marcha. Los investigadores se encuentran abrumados porque la alarmante proliferación y dispersión geográfica de las botellas contaminadas desbarata, aparentemente, sus iniciales hipótesis de trabajo, en la medida en que el supuesto sabotaje no afecta ya a una única marca comercial ni se localiza en un determinado municipio guipuzcoano.

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"El problema ha seguido una progresión alarmante, y los últimos casos de envenenamiento no parecen tener una conexión clara", afirma Santiago Pedraz, el juez de San Sebastián que dirige la investigación. Santiago Pedraz manifiesta no tener constancia de que alguien haya tratado de extorsionar a las empresas perjudicadas. La ausencia de móviles conocidos lleva a algunas personas a especular, siguiendo la misma línea del absurdo, con la idea de que los autores del envenenamiento del agua mineral buscan exclusivamente atemorizar y hacer daño a la gente de forma indiscriminada.La ampliación del sabotaje a otras tres nuevas marcas de agua mineral, e incluso a botellas de gaseosa, mantiene a los guipuzcoanos sumidos en el desconcierto permanente. La gente parece decidida a no hacer al juego al alarmismo, pero los comentarios de la calle han perdido ya el tono ligero, y hasta jocoso, de hace dos semanas. Y desde luego, eso sí, la población guipuzcoana, y particularmente la donostiarra, adopta estos días una actitud extraordinariamente cautelosa ante cualquier envase de agua mineral. En los bares, en los comercios, en sus casas, los donostiarras repasan una y otra vez los tapones de cierre de las botellas de plástico, inspeccionan su interior, huelen su contenido y, tal y como recomienda la autoridad sanitaria, agitan las botellas hasta comprobar que el agua no se enturbia.

La prueba sirve para descubrir la existencia de lejías o detergentes, siempre que se trate de una botella sin gas, pero no permite descartar la presencia del amoniaco. Visto el entusiasmo con que algunos se aplican a la tarea, se diría que los donostiarras han sucumbido repentinamente al frenesí de la salsa, contagiados por la bonanza de este otoño casi tropical. Un espectáculo éste, el de familias enteras batiendo botellas de plástico como si fueran maracas, que, se ofrece estos días en cualquier supermercado.

La cosa puede tener su gracia, pero nadie olvida que el envenenamiento, una acción criminal en toda regla, ha mandado al hospital a unos cuantos ciudadanos con el paladar y el esófago arrasados por la sosa cáustica. Como tampoco se olvida que dos bebés llegaron a probar en sus biberones el sabor de la lejía diluida en agua y leche. Ayer mismo, en Vitoria, una joven sufrió heridas de escasa consideración al haber ingerido en un bar una botella de agua mineral, también de la marca Insalus, adulterada con lejía.

Tema unitario

Sin duda, el caso del agua mineral es, con diferencia, el tema más unitario de conversación de los últimos años. Todo el mundo coincide en que no puede ser casualidad que el sabotaje se haya producido en el momento en que el agua mineral era el único recurso de los donostiarras y de buena parte del resto de los guipuzcoanos. Aun ahora, una vez puesta en funcionamiento la depuradora de la presa de Añarbe que abastece a San Sebastián, la mitad de la ciudad continúa sin poder consumir agua corriente, contaminada por larga sequía.

Las ventas de agua mineral embotellada se han disparado estos días hacia aquellas marcas que no se han visto involucradas hasta ahora en el envenenamiento, pero muchos comerciantes y hosteleros se niegan a arrinconar totalmente los envases de las firmas afectadas para no hacer el juego a los responsables de las adulteraciones. Así, hay restaurantes y bares que siguen sirviendo agua mineral de esas firmas, sobre todo desde que las empresas perjudicadas han empezado a sustituir los envases de plástico por botellas de cristal. Entre bromas y veras, clientes y camareros se aplican entonces a la aparatosa tarea de la agitación de las aguas.

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