La estructura de la indignidad
Pocas veces tan malsonantes los siempre dísonos rasgones de vestiduras políticas como, en el caso de los que suscitaron los indultos otorgados en estos días por Carlos Menem. Sonidos ásperos, sobre todo por proceder en gran parte de personas que han contribuido al ascenso del caudillo riojano a la titularidad del Ejecutivo argentino.Menem, como se sabe, es la cabeza política de un movimiento, el peronista, del que se consideran integrantes individuos tendencias de idearios y programas diversos y hasta opuestos, desde miembros del Ejército hasta ex militantes armados clandestinos. Es además jefe de un Gobierno que él mismo definió como "del pueblo, las fuerzas armadas y la Iglesia". En primera, apresurada e ingenua lectura, componentes tan heterogéneos debieran ser garantías de consenso y representatividad. Pero la historia revela que en política la heterogeneidad no es saludable: diluye las identidades, alimenta las negociaciones espurias y, cuando el poder es lo bastante fuerte, fundamenta el paso de la democracia a la democracia orgánica, absorbiendo y dirigiendo la pluralidad. Cuando el poder es débil, la heterogeneidad abona el desastre institucional.
Hace unos meses, en estas mismas páginas, dije que la victoria electoral de Menem era la consagración democrática de un líder antidemocrático, y apoyé mi afirmación en precisiones y previsiones que la realidad viene confirmando día por día: en efecto, el Ministerio de Economía ha sido entregado a Bunge & Born, la mayor empresa agroexportadora argentina, coresponsable de la deuda externa; las libertades públicas conocidas durante el Gobierno de Alfonsín se han visto recortadas, y ya son varios los casos de malos tratos infligidos por manos anónimas a ciudadanos en el ejercicio de sus derechos, entre ellos algunos que reunían firmas en contra de los tristemente célebres indultos; lo más, degradado de un sindicalismo en general corrupto rodea a Menem, abriendo la puerta a la quiebra de la defectuosa y verticalista Central Única de Trabajadores, que a pesar de sus fallos era el último, instrumento
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La estructura de la indignidad
Viene de la página anteriorcon que contaban los más pobres para expresar su voluntad. Más aún: el mismo Menem, que alentó incontables huelgas desde la oposición, ha limitado autoritariamente ese derecho.
Los indultos se contaban entre aquellas previsiones. Ya están en la calle muchos de los autores de crímenes contra la humanidad a los que la justicia argentina condenó oportunamente. Junto a los militares fueron indultados ex militantes montoneros. No podía ser de otra forma: la aparente ambigüedad de la medida responde a lo heterogéneo de los apoyos de Menem. Los militares debían salir porque así lo querían quienes rigen la política económica de Argentina: la Bolsa de Cereales de Buenos Aires produjo un comunicado a propósito del gesto presidencial, al que define como "un vehículo idóneo para promover un auténtico proceso de reconciliación nacional". Los dirigentes montoneros, que en su momento habían hecho saber a voces su arrepentimiento del pasado, y hasta habían pedido perdón al Papa, debían abandonar la cárcel o regresar del exterior porque, finalmente, eran "compañeros". En días sucesivos, Menem recibió al golpista coronel Seineldín y al jefe montonero Vaca Narvaja.
Entre los militares amnistiados está el general Acdel Vilas, que en 1975, cuando Carlos Menem era gobernador de La Rioja, Antonio Cafiero era ministro e Isabel Perón, asesorada por López Rega, lideraba formalmente el movimiento y ejercía la presidencia de la República, gustaba de ser considerado el general peronista". Tenía entonces a su cargo la represión de la guerrilla marxista del ERP, activa en ese mismo noroeste argentino del que forma parte la provincia de Menem. Como protagonista de aquel primer acto, no el, menos trágico, de la guerra sucia argentina, Vilas arrasó poblados enteros empleando napalm.
Si Vilas fue liberado, no hay razón para que no lo sea Videla, ascendido en septiembre de aquel mismo 1975 y encargado poco más tarde por el presidente del Senado, a cargo del poder Ejecutivo, en sustitución transitoria de Isabelita, Italo Lúder, de reprimir la subversión por todos los medios. Uno de los medios era sin duda, a criterio de Videla, la remoción de su cargo de la presidenta, un personaje patético pero constitucionalmente legítimo, aval involuntario de guerrilleros recibidos como infausta herencia de su finado marido. Vaca Narvaja y Mario Firmenich eran parte significada de esa herencia y tenían las aspiraciones de poder suficientes para proponerse como ejército alternativo y entrar en diálogo político con el almirante Massera.
Ciertamente, ni Vilas, ni Videla, ni ninguno de los golpistas de 1976, tienen hoy mando de tropa. Ni Vaca Narvaja ni Mario Firmenich dirigen organización armada alguna, que se sepa. Las contradicciones que ha generado y que le toca enfrentar a Menem no son las que le estallaron en las manos a Isabel Perón, aunque su origen sea el mismo.
Hoy el golpismo militar tiene su adalid en la persona de Mohamed Alí Seineldín, amigo de Manuel Antonio Noriega, avalado ideológicamente por el ultranacionalista Walter Beveraggi Allende. Su número dos, Aldo Rico, es cuñado de Norberto Crocco, jefe fundador de Montoneros, muerto en 1971, admirador de Rommel y procedente de la Juventud Católica, vinculado al secuestro y asesinato de Pedro Eugenio Aramburu. En 1970, Beveraggi era abogado de algunos de los miembros iniciales de la organización armada y amigo de Juan Manuel Abal Medina. Todos juntos y revueltos, como se ve.
Ahora bien, es posible que miembros del Ejército, tradicionalmente antiperonistas, no se sientan representados por Seineldín ni inclinados a departir con ex montoneros. El propio Menem, pragmático, señaló hace poco que en América Latina se puede gobernar con el Ejército o sin él, pero no en contra de él. Su comida con Seineldín lo compromete desde ya con un sector preciso de las fuerzas armadas y le aliena otro.
Lo actuado hasta la fecha le ha granjeado a Menem nuevos enemigos: gente como la ex montonera Graciela Daleo, que rechaza un indulto que, dice, la iguala a Videla y a sus torturadores, y gente del movimiento, como Saúl Ubaldini, que tiene que dar la cara ante los trabajadores y no puede respaldar una política económica recesionista. Así, el pueblo, las fuerzas armadas y la Iglesia, invocados como fuente de poder, se reducen en la práctica a la peor fracción del sindicalismo y a la parte más violentamente reaccionaria del Ejército. La ultramontana Iglesia argentina, por su lado, calla y es de creer que otorga.
La gama de la oposición parece mucho más variada: amplias capas populares hambreadas y privadas de derechos; una derecha liberal aferrada al modelo agroexportador pero políticamente no autoritaria; los ex militantes de lo que paradójicamente se ha dado en llamar izquierda peronista, separados de sus dirigentes. En suma, buen número dejos que le votaron; los que ahora se rasgan las vestiduras por la firma de unos indultos largamente anunciados, firma. que es consecuente, estructuralmente consecuente, con la historia de casi medio siglo de peronismo. El que hoy estén en la oposición no los exime de la responsabilidad de la elección de hace unos meses ni hace más justa su lucha de años para llevar al poder lo que hay en el poder.
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