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Tribuna:SIGNOS DE CAMBIO EN PANAMÁ
Tribuna
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Noriega, ¿fuerte o débil?

El autor de este artículo, coronel panameño en el exilio, asegura que Manuel Antonio Noriega ya no es el hombre fuerte de Panamá, "y gracias a Dios que su debilidad es irreversible". Díaz Herrera vaticina que el descontento entre la población y en el seno del Ejército panameño acabará por derribar pronto a Noriega. "RIP por adelantado para el cruel tirano. Él ha buscado su final, sin ayuda de sus adversarios", concluye Roberto Díaz Herrera.

Conocí la noticia de la insurrección del comandante Moisés Giroldi contra Manuel Noriega y su régimen execrable en Bonn, donde me entrevistaba con líderes del Parlamento y de la Cancillería alemanes. Giroldi y otros jóvenes oficiales insurrectos fueron mis alumnos. Este oficial, de perfil castrense, era un típico militar con poco nivel de politización dentro de una estructura que tuvo necesidad de ejercitarse políticamente desde el golpe militar que el general Omar Torrijos Herrera, mi jefe, primo y guía, gestó en octubre de 1968.Los otros oficiales que coordinaron la nueva acción militar eran realmente bisoños en asuntos políticos como para respaldar sus acciones castrenses tan audaces como patrióticas.

No obstante, sus proclamas fueron de orientación torrijista. Como lo es también el Movimiento Democrático Torrijista, que desde el exilio hemos lanzado junto al doctor Marcel Salamín y al ingeniero José Blandón. Esta organización política cuenta con importantes líderes dentro de Panamá, obviamente en la clandestinidad. Otros coordinadores en el exterior los mantenemos, por razones de seguridad, sin que aparezcan públicamente. Bases amplias de seguidores honestos del general Torrijos respaldan este movimiento con la natural limitación de la bárbara represión que impone un Noriega desesperado.

Desde la anterior insurrección del coronel Leónidas Macías, a principios de 1988, cientos de oficiales y tropa han sido detenidos o han desertado. En esta ocasión, decenas de oficiales, suboficiales y tropa han sido ejecutados. Algunos soldados, torturados, fueron ingresados aún con vida en el depósito. Toda una orgía de sangre de un tirano mediocre que pretende cubrirse con el prestigio de Omar Torrijos. El mismo Torrijos del que, después de ocho años de su muerte, Noriega acepta ahora que conoce de su asesinato. Un silencio largo que le coloca al menos como cómplice de esa muerte, si no fue, tal vez, su gestor principal.

Asesinato y narcotráfico

El general Noriega, evidentemente, ya no es el tal hombre fuerte de Panamá. Y gracias a Dios que su debilidad es irreversible.

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Cuando en junio de 1987 lo denuncié por narcotráfico, asesinato de adversarios políticos y fraude electoral, toda Panamá se estremeció y también toda Panamá me creyó cadáver. El asalto a nuestra residencia en la madrugada del 27 de julio de 1987 casi nos convierte en eso. Los comandos de Noriega llevaban bolsas negras. Nuestra familia y allegados nunca pensamos salir vivos. Las bolsas negras eran para echar nuestros cadáveres precisamente.

Por esa fecha, Noriega tenía el respaldo de EE UU y coqueteaba abiertamente con la CIA y el Pentágono en contra de los sandinistas. Eso lo saben los nicaragüenses, quienes hoy, con mucha complacencia del canciller Miguel d'Escotó, apoyan al dictador de Panamá y lo seguirán haciendo hasta su caída inminente.

¿Qué ha significado la última insurrección en el plano interno del Ejército?

La herida es grave y mortal. Que por lo menos un centenar de oficiales y unos 600 hombres de tropa se involucraran directamente en la última acción militar que encabezó Giroldi le hace imposible a Noriega conocer hasta dónde llega la metástasis. De un total de unos 18.000 efectivos de las fuerzas de defensa, los contingentes reales de soldados no pasan de unos 8.000 en todo nuestro país, de dos millones y medio de habitantes. El resto deben ser ahora unos 5.000 policías rurales profesionales (la compañía policial de elite, dobermans, se sumó a la asonada). Otros 3.000 son policías de investigaciones criminales, de aduanas y de otros servicios de apoyo. Unos 1.500 más cumplen funciones de tránsito. El resto son empleados civiles o casi civiles en servicios de sanidad y administrativos. Unos 1.000 paramilitares están adscritos al G-2 (información).

En una institución militar de unos 1.500 oficiales aproximadamente, Noriega, si ya no dormía, ahora tiene que montar él mismo su propia guardia permanente. Si los pleitos con Reagan y Bush, el robo descarado de las últimas elecciones, la violenta repulsa de Europa y de Japón ya eran suficientes frentes, el nuevo frente de rechazo interno es demasiado.

En el cuadrilátero

Como se suele decir en boxeo, eso es todo para Noriega. Cuántos minutos más permanezca en el cuadrilátero es otra cosa.

Cuando en la televisión española contemplé las escenas desgarradoras de la madre, viuda y niños del fusilado mayor Nicasio Lorenzo, supe que también empezaba a ver el entierro del propio Noriega. Esa gente de color moreno representa a los más humildes sectores populares de Panamá. Es decir, Noriega enterró su supuesto apoyo militar. El cuentecito del antiimperialismo hace tiempo se le agotó. Y con este entierro tan simbólico se le acabó el tema de que sus enemigos son los ricos oligarcas y robiblancos panameños, o sea, de la revolución de los Mercedes Benz, nombre con el que Noriega quiso etiquetar a sus opositores.

RIP por adelantado para el cruel tirano. Él ha buscado su final, sin ayuda de sus adversarios.

Ha valido con creces arriesgar nuestro pellejo en 1987.

Roberto Díaz Herrera, coronel, fue jefe del Estado Mayor General de Panamá y vive en el exilio en Caracas.

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