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Tribuna:37º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN
Tribuna
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Con la muerte en los talones

El último día del festival de Venecia y el primero del de San Sebastián son el mismo. Esta anomalía necesita alguna explicación, porque no hay cabeza sana que entienda cómo es posible que dos acontecimientos de la misma especie y considerados del mismo rango se interfieran recíprocamente de manera tan absurda, en perjuicio mutuo, aunque es obvio que el más dañado de ambos es el segundo de ellos.Parece evidente que el peor enemigo exterior -los enemigos interiores son otra historia- del festival donostiarra es la Mostra veneciana. De otra manera no se explica que le pise los talones de manera tan evidente e insolidaria. Los perjuicios, en cuanto a audiencia internacional se refiere, que esta zancadilla puede acarrear al primer festival español son más que considerables, pues es un secreto a voces que un festival de cine existe por y para los medios de información, sin los que su celebración sería una pura rutina de burocracia municipal. Pues bien, todo el grueso de la atención de éstos estará hoy con los ojos puestos en el final de Venecia a costa del arranque de San Sebastián. Por qué esto es así y por qué no se ha hecho algo efectivo para remediarlo es algo que se escapa a los alcances de todos los cronistas de cine españoles y genera lógica indiferencia en los de otros países.

Lo lógico es, cuando uno nota que le pisan los talones y le comen el terreno, iniciar una huida hacia adelante. Ignoro qué razones impiden a los organizadores de San Sebastián escapar a la encerrona de septiembre y meterse en las fechas, más despejadas, de octubre. Si un festival de cine se justifica en razón de su credibilidad y de su audiencia internacional, esta posibilidad debiera tomarse en serio, porque la Mostra, llena de luchas intestinas poco escrupulosas para sí misma, no va a guardar los escrúpulos que no tiene para respetar a la competencia.

Vaivenes y cambios

Hace seis, incluso cinco años, nadie daba un céntimo por el futuro del festival de San Sebastián. Los vaivenes en los criterios de selección de películas, los continuos cambios de cabeza visible, los golpes de timón y de rumbo en sus objetivos habían dado con sus huesos en el saco de los festivales de segunda y tercera. El nombramiento de Diego Galán como responsable del festival le proporcionó estabilidad, y esto hizo que recuperara su catalogación perdida de festival A, máxima que concede la Federación Internacional de Productores de Cine y que sólo cuatro poseen, entre el casi centenar de festivales que hay en Europa.

Pero en estos terrenos llegar a una meta de nada sirve si no se sostiene con persistencia, año tras año, el impulso que permitió alcanzarla. El festival de San Sebastián funcionó bien los primeros años de esta su actual etapa, pero los dos últimos fue discutido. No es malo para él que se le discuta. Todo lo contrario. Pero una cosa es que un año tenga buenas películas y al siguiente no -que es cosa que ocurre en todos, como a la Mostra veneciana, que en 1988 fue magnífica, y este año, mediocre-, y otra muy distinta que se deje comer por otros el terreno que le pertenece.

Todo el mundo está de acuerdo en que la selección de películas que San Sebastián ofrece en este septiembre es atractiva y sobre el papel tiene buena pinta, bastante mejor que la ofrecida en Venecia. Pero en este tipo de escaparates culturales no basta con ser bueno: hay que actuar de manera que todo el mundo se entere. Pero dejándose pisar los talones por una Mostra que es agresiva, quizá porque se encuentra en una situación crítica no fácil de resolver, no hay, manera de que su bondad escape fuera de la pequeña caja de resonancias del localismo -léase provincianismo- español. Vista desde los grandes volúmenes del negocio internacional del cine, España es una aldea y no conviene olvidarlo. Hay que hacer que el nombre de San Sebastián se oiga nítidamente más allá de los Pirineos. Y para ello hay que alejarse de los ruidosos altavoces instalados por la Bienal en las playas del Véneto.

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